“Plan Siga Siga”: los demonios que amenazan con quemar los textos sagrados de Cristina Kirchner
Las dudas que plantea la economía de cara a 2023 y los tres escenarios que están observando en el mercado
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Más deuda y menos consumo. El texto sagrado del kirchnerismo se corroe frente a esos dos demonios que se apersonan en el peor momento, camino a las elecciones presidenciales del año que viene. Sergio Massa se convirtió en el único cultor disponible del “Plan Siga Siga” –como lo bautizaron en un banco– para llegar sin explosiones (o sea, con dólares) a 2023. Los costos no son neutrales. Además, se avecinan plagas: sequía, recesión global y los primeros cortocircuitos peligrosos con Cristina Kirchner.
Entre los primeros mandamientos –relato distorsionado por la intencionalidad partidaria del kirchnerismo– está el desendeudamiento. Pero el proyecto de presupuesto con media sanción supone deuda nueva (neta) en 2023 por 5,1% del PBI, según un detallado informe elaborado por Mariano Ortiz Villafañe, Florencia Calligaro y Eugenia Carrasco, de la Oficina de Presupuesto del Congreso (OPC), el 11 de octubre. Se trata de la friolera de $7,5 billones (desembolsos menos amortizaciones, sin considerar intereses). Según la cotización del dólar contemplada en el presupuesto, son US$27.806 millones.
La principal fuente para el año próximo serían las colocaciones de títulos públicos en moneda local, que aportan 4,7% del PBI, según la OPC. Les siguen las colocaciones netas de Adelantos Transitorios (0,6% del PBI), títulos públicos en moneda extranjera (0,2% del PBI) y el financiamiento de organismos internacionales de crédito (0,1% del PBI; 0,3% del PBI excluyendo al FMI). Mucho de este financiamiento es intrasector público y suscripciones directas. El kirchnerismo dirá que es en pesos y al Estado, pero es más deuda.
“Es una obviedad, pero se pierde la perspectiva. Si hay déficit fiscal crece la deuda. Si no lo corregís, el déficit va a seguir aumentando”, describió un economista de Juntos por el Cambio. El déficit de 2023 será menor al de este año, al igual que el endeudamiento. Esto no quita que la deuda siga creciendo. Entre 2019 y el segundo trimestre de 2022, la deuda bruta creció 17,1%, según datos del Ministerio de Economía (de US$323.065 millones a US$378.506 millones). Vale aclarar que en 2019 la deuda con relación al PBI representaba casi 90% y hoy es 79% luego de una reestructuración con los privados que, por ahora, no trajo los beneficios esperados.
El consumo es otro mandamiento del oficialismo, hijo del presente (la inversión y el largo plazo ya fueron puestos en el altar del olvido). La inflación comenzó a hacer mella. No es para menos. Según Idesa, los salarios de los trabajadores registrados cayeron 6% en nueves meses. El de los informales, el empleo que más crece, tuvo una merma de 15%.
Si, más allá del relato, Cristina busca mirarse en el espejo de Lula da Silva, que el próximo domingo compite contra Jair Bolsonaro en el ballotage, no puede perder de vista la dimensión económica. Brasil viene de tres meses de deflación y este año tendrá un alza de precios de 6,2%. Es la misma variación que la Argentina tuvo solo durante el mes pasado. En 2023, la versión más optimista –el presupuesto– habla de un 60%. En Brasil se desacelerará a 5%.
De vuelta al consumo, las ventas en los comercios minoristas registraron en septiembre una disminución interanual de 3,5%, según CAME. En julio habían caído 3,5%; y en agosto, 2,1%. Para Scentia, septiembre fue el primer mes negativo del año. “De aquí en más, las bases de comparación son más altas, por lo que es probable que el último trimestre sea negativo”, dicen.
El freno pudo comenzar antes, pero se salvó por dos distorsiones: el stockeo y las ventajas limítrofes. Con relación al primero, Scentia encontró que en julio –mes de la corrida cambiaria– algunos productos crecieron fuertemente en venta producto de la sensación de que en el futuro subirían de precio. Las ventas de aceite crecieron un 59%; las del café, 38%; el arroz, 30%. Además, la Argentina está cara, pero sólo para los argentinos. A nivel nacional, los supermercados crecieron a 6% en el tercer trimestre (los mayoristas, 0,6%), pero en las ciudades de frontera la expansión fue mucho mayor. Cerca de Uruguay, de 33,7%; de Brasil, 39,1%; y de Paraguay, 21,5%.
El incumplimiento de los mandamientos comienza a hacer crujir el relato. Por eso, los enojos de Máximo Kirchner, las amenazas de Pablo Moyano o los hilos de Twitter de Cristina Kirchner se hacen más frecuentes. Generalmente, fantasmas del pasado (precios pisados, como los de las prepagas, que ahora se aceleran por encima de la inflación). Pero los mercados ven con preocupación que la silla de Massa comienza a desestabilizarse por el fuego amigo. “Eso puede hacerle perder a Massa el joystick fiscal y la cosa se puede complicar”, dicen en un banco.
Los tres escenarios malditos
Con la confianza en el Gobierno por el piso (bajo nivel de credibilidad), brecha en el 100%, sin crédito internacional, inflación que va al 100%, y poco margen para crear impuestos –cree el economista jefe de esa institución financiera– la opción de un político en el Ministerio de Economía es hacer el menos ruido posible, no llegar con los costos de un plan de estabilización –el salto brusco del tipo de cambio oficial y el consecuente fogonazo inflacionario– a las elecciones.
Se trata entonces del “Plan Siga Siga”. ¿Qué implica? “Se crean tipos de cambio diferenciales mientras se ajusta el cepo para que los dólares que se van captando no se vayan. Eso tiene el costo de una inflación alta, pero no explosiva, y un deterioro gradual del nivel de actividad”.
Claro que hay un riesgo de implementación. De hecho, el economista cree que, ante un desajuste en el sinuoso camino, el escenario podría escalar al llamado “Plan Rubinstein”, en honor al viceministro, su borrador y el posterior audio filtrados meses atrás. El mismo contemplaba un desdoblamiento cambiario con una aceleración de la devaluación del tipo de cambio oficial.
El tercer escenario que se maneja en ese banco es el llamado “crítico”. El detonante es la política. “Es un escenario en el que el Gobierno pierde el control de las variables nominales”, explican. La crítica de Cristina Kirchner por las prepagas, entre otras; los golpes sutiles de Máximo a Massa, o la presión de los sindicatos son signos de que esa posibilidad no puede descartarse fácilmente.
Existen además desafíos que exceden a la Argentina y su política interna. El primero es el clima; el segundo es geopolítico. La sequía, advierten, no sólo podría afectar al trigo. “Esperemos que no se contagie a la cosecha gruesa”, dicen en ese banco. La crisis entre Rusia y Ucrania profundizó la recesión a la que se encaminaba el mundo. El país deberá volver a importar Gas Natural Licuado (GNL) si el gasoducto Néstor Kirchner no está en funcionamiento en invierno. Ambas novedades, la climática y la geopolítica, sumadas a las subas de tasas de interés de la Reserva Federal de los EE.UU. pueden significar menos dólares para el país.
Si de dólares se trata, en la oposición creen que el Gobierno procrastinará la crisis para que le explote a la próxima gestión. En Juntos por el Cambio están seguros de que serán ellos. Pero los números no son tan claros. Según los cálculos del economista Amilcar Collante, sin un mayor cepo no alcanzarán los dólares para la demanda que se acumula en los próximos cuatro meses. Hoy, de acuerdo a sus números, las reservas netas (descontando el swap chino, encajes de depósitos en dólares y préstamos del Banco de Basilea) se ubican en US$6650 millones.
En el próximo cuatrimestre, si se suma la demanda de dólar ahorro y tarjeta (US$3200 millones) prevista; la deuda con importadores (US$3000 millones, “si consideramos que se regulariza desde diciembre en un escenario de mínima”, dice en su informe el autor del análisis) y la deuda con acreedores privados y organismos internacionales (sin contar FMI) por US$2065 millones, el BCRA tendría una demanda potencial de divisas por más de US$8000 millones.
La luz de alarma ya se enciende entre algunos industriales extrañados por el lanzamiento del Ahora 30 cuando no tienen la autorización para importar (la SIRA apagó el sistema) ni, por consiguiente, para producir. Algunos podrían tener que parar sus plantas en pocos días. Así, restricción externa, freno de producción y conflictividad laboral podrían sumarse en un futuro cercano a la crisis de los idearios escritos en el texto sagrado del kirchnerismo.
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