Peso fuerte, una moneda sin inflación
La Argentina está por practicar un nuevo experimento cuasimonetario, el Cedin, ese título que fantasea con transgredir el principio ontológico de identidad: sí, será como un dólar, pero no, no será como un dólar.
Somos decanos en esto de experimentar con la moneda. Ya en 1899, un tal Lawson, inglés, había dicho que "los argentinos alteran su moneda casi tan a menudo como cambian de presidentes (...) Ningún pueblo del mundo tiene un interés tan penetrante en los experimentos monetarios". En 1881, los argentinos habíamos lanzado finalmente una moneda nacional de papel, con los bombos y platillos que correspondían al ingreso oficial del país al esquema mundial de patrón oro: ese "peso moneda nacional" nacía con la intención de valer, indefinidamente, igual a una moneda metálica acuñada ad hoc, el "peso oro".
No duró ni cuatro años: las emisiones de Julio Argentino Roca rompieron esa paridad a principios de 1885. Y abrieron el camino para el siguiente experimento: entre 1887 y 1889, bancos públicos de todas las provincias lanzaban sus propios billetes, con las efigies de Roca y de Juárez Celman en el anverso, contribuyendo así a la recordada crisis de 1890.
En los años que siguieron hasta el severo dictamen del señor Lawson, la Argentina pasó por otra experiencia peculiar: una valorización del papel que llevó el tipo de cambio de 4 pesos papel por oro (en medio de la crisis de 1890) a 2,27 en 1899, dentro de un esquema de flotación cambiaria que en ese entonces era una verdadera rareza. Tanto que tras la Primera Guerra, con el mundo desorientado y desligado del oro, un americano, John Williams, vino a la Argentina a estudiar retrospectivamente aquella experiencia de tipo de cambio flexible. Una pena que en los 120 años siguientes no hayamos vuelto nunca al sistema de moneda confiable pero flotante que habíamos contribuido a inventar y que hoy es (discúlpese la fijación crematística) moneda corriente en el mundo.
Vayámonos por una rama para evitar recordar el desafortunado siglo de experimentos monetarios que siguió. Williams hizo ese estudio guiado por el original economista Irving Fisher, quien entre otros inventos (como la teoría de la deflación depresiva y la agenda giratoria Rolodex) imaginó una moneda con inflación cero, a la que bautizó "dólar compensado". La idea era sencilla: en vez de atar el valor de la moneda a una cierta cantidad de oro, hacerlo igual a una canasta con todos los bienes de la economía.
No tengo noticias de que el esquema de Fisher haya sido usado, pero me sumo a la tradición experimental argentina para proponer algo similar para nuestro país. No es recomendable -si fuera posible, que no lo creo- una convertibilidad entre el signo monetario usado habitualmente y, digamos, la canasta típica del consumidor, entre otros motivos porque una leve inflación de un dígito anual puede tener sus beneficios. Pero sí sería concebible, y creo que muy útil, que buscáramos tener, además del peso corriente, una moneda de ahorro de valor constante y de existencia física diferente del dólar. En honor a otro signo monetario estable del siglo XIX, propongo llamarla "peso fuerte".
El peso fuerte se vería como un billete, no pagaría interés, sólo circularía en altas denominaciones, tendría poder cancelatorio impositivo y el Banco Central garantizaría (con una regla muy rígida de reservas especiales) que su valor cada mes, en pesos, subiera igual que el índice de precios. (Sí: estamos pensando en un futuro no próximo, en una Argentina des-indeKsada en la que existe un índice de precios creíble). En muchos países de América latina, notoriamente Chile, existe una unidad de cuenta indexada, en la que se firman los contratos financieros y se maneja el mercado inmobiliario. El "peso fuerte" que proponemos serviría para todos esos fines, imprescindibles para transacciones a plazo, pero además se tocaría y se olería.
¿Para qué la existencia física? Ayudaría a lidiar con dos taras argentinas, fruto de años de desvalorizaciones monetarias. En primer lugar, es más fácil pensar en una cosa que existe y se toca que en una unidad abstracta. Y pensar en valores reales, en "peso fuerte" es decisivo. El acreedor argentino piensa en dólares (más específicamente: mide en dólares sus variaciones patrimoniales a lo largo del tiempo) y por lo tanto, aunque se le permita un contrato indexado, añade como costo un factor de riesgo: un contrato indexado le devolverá un cierto valor real, pero como está indeterminado en dólares agrega una sobrecarga de riesgo cambiario.
En segundo lugar: por sus memorias aciagas, muchos argentinos les temen a los bancos. Con contratos financieros indexados, pero invisibles, no se protege al pequeño ahorrista que le teme al sistema bancario. Seguirá guardando su dólar en el colchón a pesar de los vaivenes en su poder de compra, fruto de devaluaciones e inflaciones sucesivas. El "peso fuerte" le permitiría mantener un poder de compra constante hasta que decida volver, tras años de depredaciones, a confiar en el sistema financiero.
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