Peso argentino, en unión y libertad
Con viento a favor, podría llegar a funcionar el, llamémoslo así, plan económico.
Si el Indec dijera la verdadera inflación con el nuevo IPC Nacional; si, como premio por decir la verdad, el gobierno del desendeudamiento lograra la epopeya de volver al FMI para conseguir unos dólares frescos; si el yuyo -el otro ídolo verde del que depende la suerte del Gobierno- desplegara su magia antes de que las reservas entren en la zona roja; si el gobierno nacional, popular y peronista lograra negociar con los sindicatos el famoso recorte de 13% a los asalariados, con una combinación de devaluación y contención salarial; si fueran exitosas las "políticas monetarias activas" que buscaba la reforma de la Carta Orgánica del Banco Central, ahora encarnadas en una suba de tasas para contener el blue y por lo tanto limitar la brecha cambiaria que alienta la salida de reservas; con todos esos condicionales, podríamos entonces evitar una crisis mayúscula y seguir en esa miseria que es la macroeconomía argentina de los últimos años.
Si el "plan económico" fuera exitoso, seguiríamos creciendo muy poco, nada o decreciendo; sufriríamos una inflación altísima; bajaríamos algún puesto más en el ránking continental de inversiones extranjeras (nadie trae algo que vale $ 12 para que le paguen $ 8), tendríamos una de las tasas de interés más altas del planeta y recibiríamos cero crédito de largo plazo para que un trabajador construya su casa, para que el Estado haga trenes o para sacar el petróleo de Vaca Muerta.
El Gobierno perdió la batalla dialéctica contra el sentido común al que aquí se llama ortodoxia: ahí están la devaluación, el intento de vuelta al Fondo o esa marcha atrás en el discurso pesificador que es el nuevo Cepín cambiario. Pero no importa esa batalla: ni vencedores ni vencidos. Bajemos las banderas, que ya ni queda claro cuál es de quién ni quién es de cuál. ¿Era éste el gobierno del superávit o del déficit? ¿Del tipo de cambio real alto y estable o del dólar atrasado e inestable? ¿De la suba de salarios reales o de su recorte?
Y, ya que no ha quedado mucha bandera por defender, ¿por qué no usar, en lugar de banderas, un criterio más pedestre, como por ejemplo hacer lo que resulta más conveniente? Lo conveniente se va pareciendo cada vez más a una unificación y liberación cambiarias. Pasar a un mercado único y libre (la normalidad en este planeta) es algo que podría hacerse de manera razonada, planificada y con 27.000 millones de reservas; o que podría imponerse por las circunstancias, si incluso los humildes remiendos de hoy acabaran deshilachándose, en medio de un desacalabro y con la mitad de esa plata en el Banco Central.
La unificación cambiaria con una auténtica flotación administrada tiene un gran atractivo: las reservas no se tocan. Por cada argentino que compra un dólar hay otro argentino que (le) vende un dólar. Con una política monetaria prudente (y una buena aspiradora inicial de pesos sobrantes, a la tasa que cueste) el precio del dólar podría flotar, por ejemplo, alrededor del nivel que hoy tiene el "dólar ahorro". Que el dólar fluctúe en ambas direcciones es la esencia de una auténtica pesificación: el dólar pasa a ser una moneda con poder de compra inestable, no ya siempre creciente; el peso, una moneda con poder de compra interno menos fluctuante en el corto plazo, y con una pérdida de valor de largo plazo compensada por la tasa de interés.
Una flotación con dólar único cerca de $ 9,60 no tendría un impacto en los precios mucho mayor al esquema actual. Las importaciones podrían liberarse, y el encarecimiento por la suba del dólar se compensaría, quizá con creces, por su acceso más fácil. En cuanto a las exportaciones, su influencia en la canasta muchas veces se exagera; en todo caso, una tablita mensual declinante de retención (digamos, de 10 a 0% en lo que resta del año) podría suavizar ese impacto moderado.
Claro que un mercado único y libre no sería en sí mismo una solución sin encarar el problema fiscal y de financiamiento. Pero ayudaría: si queremos que vengan dólares a la Argentina, para inversión real o para préstamos, tiene que quedar claro que el que los trae no pagará brechas en el proceso. Y, detalle no menor: al FMI, con razón, no le gustan los controles cambiarios. Con una mezcla de responsabilidad fiscal y financiamiento, el Banco Central estaría en condiciones de dedicarse a lo suyo, adoptando un sistema de metas de inflación.
Chile arrancó su sistema de metas en el año 1990 con 29% de inflación. El momento inicial requirió esfuerzo y habilidad, especialmente en la negociación salarial, para convencer a todas las partes de que la política antiinflacionaria iba en serio. Fue una baja gradual: le tomó 5 años llegar a un dígito. El "enfriamiento" de la estabilización consistió en crecer al 7% anual.
¿Podemos hacerlo nosotros? Claro que sí. Basta con ser un poco más prácticos, y no hacer banderas de brechas cambiarias, controles de precios o cepos de importación. Que para banderas tiene que haber otras más emocionantes. Como, por ejemplo, la insignia inscripta en todos nuestros billetes, que tiene incluso una interpretación de política cambiaria: "En unión y libertad".
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