Peleó en Malvinas, fue herido en La Tablada y creó una empresa a la que llamó Puerto Argentino
Dice Aldo Franco que, además de un ataque enemigo, hay algo capaz de aniquilar a un hombre en una guerra: la espera. "Te destruye la incertidumbre: no sabés si la próxima pepa te la pegan a vos, o si te vas a levantar al día siguiente". Y que existe también algo rescatable: tomar conciencia de que no se es el centro del mundo. "Te enseña a ir ligero de equipaje por la vida: lo que antes era un Wrangler o un Lee, ahora no es más que un pantalón como otros. Si querías una rubia pecosa de nariz respingada, después buscás a una buena mujer". Lecciones de Malvinas .
Franco tiene 60 años y cinco hijos: peleó allí a los 22 como subteniente de Infantería, durante más de 60 días en los que solo se bañó dos veces y en los que, dice, incorporó conceptos que hoy aplica en la vida corporativa. Porque tuvo que reconvertirse: su empresa, el grupo de logística Detall, factura $800 millones y tiene 1600 empleados, muchos de los cuales son excombatientes.
A una de las firmas de camiones le puso Puerto Argentino. Porque los recuerdos siguen siendo nítidos. Como ese cerro Dos Hermanas, donde él y sus 44 soldados a cargo se ubicaron en las trincheras. Tuvieron suerte, dice, de que esos 340 metros sobre el nivel del mar que tiene el monte los privaran de la humedad que tuvieron que sufrir otros compañeros. Una trinchera es un pozo en el que caben dos o tres personas y al que se le coloca una tapa de madera para defenderse del rocío y, si se puede, de los bombardeos. El combatiente se apoltrona allí para disparar, detrás de unas piedras, pero lo aconsejable es que la mayor parte del día esté afuera para participar de las actividades, que en la guerra apuntan a lo más elemental: defender la propia vida.
¿Qué es lo que hace un soldado en un pozo durante tanto tiempo?, le preguntó LA NACION a Franco, que casi interrumpe la frase: "Normalmente, rezar". Dice que son momentos forjadores de la personalidad, porque el hombre siente por primera vez que no es el eje del mundo. "Sos parte de un engranaje", se explaya. ¿Hasta olvidarse de uno mismo?, se le insistió. "Es que no existís. En realidad, estás en un mundo ideal: no tenés otro problema, otra prioridad que una sola que atender: mantener el espíritu de la tropa", contestó, y agregó que conseguirlo no siempre era fácil. Por el miedo, que no lo deja a uno en ningún momento, y porque hasta el más temerario o arrogante puede flaquear en esas condiciones. Hay quienes se quiebran, que deciden pasar las horas dentro del pozo, sin salir, sin afeitarse, mientras repiten frases bastante entendibles desde la lógica: "¿Por dónde vienen? Nos van a cagar a tiros".
Franco empleaba gran parte de esas horas en contestar cartas anónimas que le llegaban. Chicos de escuelas, adultos que mandaban golosinas, cigarrillos o mensajes de aliento a quienes peleaban. Un camión del correo las recogía regularmente. Al volver de las Malvinas tuvo curiosidad por algunos de esos rostros. Se contactó con varios, los conoció, y uno en particular le llamó la atención: el de una joven con la que, años después, empezó a salir. Es su actual mujer, la madre de sus cinco hijos. Dice que es tímida, que se muere si ve su nombre en el diario: que preferiría preservarla.
Pasaron 37 años de la noche que Franco describe con una intensidad y una precisión demoledoras. La que va del 10 de junio al atardecer hasta la madrugada del 11. En las islas empieza a oscurecer en otoño a las 17.30, que era cuando los ingleses iniciaban los ataques. Habían pasado 24 horas de la embestida a Monte Longdon, la batalla más cruenta que los británicos admiten haber tenido desde la Segunda Guerra Mundial. Las tropas de Thatcher los habían tomado por sorpresa: en lugar de bajar en Puerto Argentino, del lado del mar, optaron por desembarcar en Darwin y en San Carlos, del otro lado de la isla, y cruzar a pie y en vehículos livianos durante tres o cuatro días todo el territorio hasta el interior, mientras abrían fuego aéreo y naval sobre la capital.
Entonces Franco y su gente, que estaban en el cerro Dos Hermanas a modo de retaguardia, pasaron a ser primera línea. Imprevistos típicos de la guerra. Hubo que defenderse: él, que tiraba con FAL, recuerda al cabo primero Juan Barroso, mendocino, contraatacar desde la formación con un mortero durante largos minutos a pesar de que un superior le había aconsejado replegarse. Eran razones técnicas atendibles: si se dispara en exceso, la boca de un mortero se vuelve incandescente y puede explotar. Pero Barroso resistió, y ese lapso les sirvió para replegarse al Monte Tumbledown y recobrar fuerzas.
Había heridos. Franco volvió la noche siguiente a su vieja posición. No solo pretendía recoger municiones, sino saber qué había sido del soldado Guanes, que había quedado allí con una pierna prácticamente destrozada, y el soldado Ciocci, también herido en el pozo. Recorrió entonces, con el soldado Beatriz, que lo acompañaba, todas esas instalaciones de derrota. Pudo ver a unos 300 metros lo que en la guerra se conoce como "puesto de reunión de heridos": un semicírculo de ingleses que ya tenía a los prisioneros. A Guanes lo volvió a ver cuando terminó la guerra, poco antes de que muriera, ayudado por la morfina a mitigar el dolor. Está enterrado en Puerto Darwin.
Franco dice que no le queda odio. Que eso diferencia a un soldado de un asesino. "Uno sabe que del otro lado hay alguien que tiene familia y los mismos valores que uno. Estás ahí para defenderte, defender a la Patria, y pensás que no lo querés herir de muerte: lo ideal sería que el adversario se rindiera", explica. De ahí el compendio de sensaciones encontradas el día de la rendición argentina. Franco recuerda antes que nada el silencio en toda la isla. "Era un silencio sepulcral. Con un sabor agridulce: de derrota y, después de tanta muerte y heridos, alivio". A la bronca de todos, dice, se sumaron reproches. "Empieza la peluquería del sábado a la tarde: el qué habría pasado si… En la guerra tenés un rosario de miserias humanas en la izquierda y un rosario de virtudes en la derecha. Siempre se habla de los defectos: yo prefiero hablar de las virtudes".
De soldado a emprendedor
Es entendible que todo lo que vino después haya cobrado una importancia relativa. Incluida su participación en el combate de La Tablada. Era enero de 1989, Franco acababa de volver de unos días de luna de miel en Brasil y decidió continuar el descanso en San Andrés de Giles, en el campo de sus suegros.
Dice que se había levantado a las 5 de la mañana para pintar la pileta y, de casualidad, escuchó en la radio a Nelson Castro informar sobre el ataque. Sin avisar, se alistó y se dirigió al regimiento de La Tablada, donde tuvo peor suerte que en Malvinas: una herida le dejó parálisis en una pierna, sobre la que hoy usa una prótesis.
Esa lesión le valió siete años después, por una disposición del Ejército, el retiro definitivo de la fuerza. Pensó entonces en reconvertirse. Empezó repartiendo a mano cartas, revistas, participaciones de casamiento, y pasó después a los teléfonos móviles, las computadoras y los paquetes. Montó una empresa de logística e hizo contratos con Disco y La Anónima.
Hoy tiene 75 camiones y puntos de venta en Buenos Aires, Mercedes, Córdoba, Mendoza y Tucumán. "Para mí, una empresa tiene que tener tres objetivos: ser rentable, perdurar en el tiempo y, lo más importante, cumplir un fin social, que es darle trabajo a la gente y está por sobre los otros dos", dice, y agrega que no hay nada tan importante en un negocio como la actitud. Ésa es otra lección de Malvinas.
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