Paradojas entre el fútbol, la política y la economía
El nuevo acuerdo con el FMI reedita las eternas contradicciones entre pasión, razón y resultados que aparecen en cada Mundial de fútbol
Ahora que la mayoría de la sociedad argentina se coloca en "modo fútbol" para seguir el Mundial de Rusia, una analogía válida sería comparar el nuevo acuerdo con el Fondo Monetario Internacional con haber clasificado a último momento en el repechaje para no quedar afuera. No del torneo, sino del mundo financiero.
Este refuerzo crediticio, con su monto récord de US$50.000 millones a tres años, apunta a despejar el riesgo de una crisis económica de magnitud como la que el gobierno de Mauricio Macri logró evitar a fin de 2015 mediante la cuantiosa colocación de bonos de deuda en los mercados externos, que este año estaban a punto de sacarle la segunda tarjeta amarilla. La diferencia es que, como condición para desembolsar esos recursos, el FMI exige ahora un preparador físico, un nutricionista y un monitoreo médico trimestral. Cómo mejorar la performance macroeconómica para seguir en carrera a lo largo de 2019 dependerá del propio gobierno. Pero también de su capacidad de hacer cambios, preferentemente acordados con dirigentes de la oposición, el sindicalismo y los empresarios. La grieta política divide a los que apuestan a favor y en contra con una pasión equiparable al fútbol.
Salvo la necesaria y urgente estabilización del mercado cambiario -algo así como ganar el primer partido-, el principal escollo para el oficialismo es que no puede asegurar resultados económicos inmediatos como los que la sociedad les exige al fútbol y a la economía sin diferenciar razonablemente entre causas y efectos de los problemas, ni el tiempo y el esfuerzo que demanda resolverlos.
Un acuerdo político para avalar el ajuste fiscal y monetario mucho menos gradual -y por lo tanto más duro- como el negociado con el FMI, no sería demasiado convocante si no fuera acompañado con políticas para sostener el crecimiento de la economía y del empleo que le den sentido. Pero no se trata del qué, sino del cómo.
Ningún país miembro está obligado a recurrir a los créditos condicionados del Fondo, si no debe financiar desequilibrios insostenibles en sus cuentas fiscales o externas, que por lo general se retroalimentan entre sí y lo dejan fuera del crédito voluntario en los mercados. La pésima imagen del FMI y sus programas de ajuste ortodoxo -ahora algo más flexibles con los sectores sociales más vulnerables-, es la consecuencia de los desajustes macroeconómicos previos a que llegaron los gobiernos necesitados de ese auxilio, que no es de libre disponibilidad. La situación podría asemejarse a la de un paciente con alta presión arterial, tabaquismo y sobrepeso, que va a su médico pero después lo repudia por el tratamiento indicado para no morirse. Y quienes protestan, no ofrecen una mejor alternativa.
Lamentablemente la Argentina tiene demasiadas experiencias negativas en este terreno. Un trabajo de los economistas Lisandro Barry y Carlos Quaglio enumera que, desde 1958, firmó 19 acuerdos "stand-by"; 6 convenios compensatorios por caída de exportaciones y uno denominado "oil facility". O sea, un total de 28 en 50 años, con un promedio de uno casi 2 años (1,8) y condiciones que no llegaron a cumplirse en ningún caso.
Otro problema, tanto o más importante que el económico, es cultural. En el imaginario colectivo argentino, el Estado es una suerte de gran caja con fondos inagotables que debe atender "gratuitamente" todo tipo de demandas y cuya llave está en poder del Presidente de turno. De ahí que, para conservar ese poder, casi todos los gobiernos aumentaron el gasto público, con el extremo desmesurado de 20 puntos del PBI en la era K (con las moratorias previsionales, los subsidios a las tarifas y la incorporación masiva de personal) que, pese al récord de presión tributaria, dejó el déficit fiscal en 5% del PBI.
En la economía nada es gratis y todo tiene su costo, directo o indirecto. El peso del Estado asfixia al sector privado y desalienta la inversión productiva. De hecho, unos 8 millones de contribuyentes tributan para sostener a 20 millones de habitantes que perciben ingresos desde el sector público.
Si todos piden más gasto público y menos impuestos, sube el déficit y la ecuación no cierra. Históricamente, el déficit fiscal fue financiado con emisión monetaria (impuesto inflacionario) o con endeudamiento externo voluntario cuando estuvo disponible. Macri optó por esta opción para financiar la política gradualista de bajar el déficit, la inflación y la presión tributaria. Hasta que los mercados dejaron de confiar en su apuesta a que el crecimiento del PBI por muchos años reduciría el peso relativo del Estado en la economía. Otra vez cobró validez una lúcida frase del economista Orlando Ferreres, según la cual "los argentinos festejamos los créditos y lloramos las deudas".
Sin embargo, este problema viene de lejos y atraviesa a la mayor parte de la dirigencia política de distintos partidos.
Esta columna es la número 1000 que publica la nacion del autor de estas líneas. La primera, en septiembre de 2001, llevó como título La teoría del consorcio. En síntesis, su argumento era que si los legisladores nacionales vivieran en un edificio, difícilmente aceptarían que la administración incorporara a tres encargados, tres suplentes, cuatro secretarias, asesores contables o no revisara los presupuestos de mantenimiento o reparaciones, por el impacto que tendría en las expensas comunes. Pero que al votar el presupuesto nacional de cada año aprueban esa sobreabundancia de gastos, a costa del dinero de todos. Para actualizarla, sólo habría que agregar que la planta de personal del Congreso asciende hoy a 16.000 empleados, entre permanentes y contratados.
Desde hace décadas en la Argentina está pendiente el debate sobre cómo debería ser un Estado financiable y moderno al servicio de la población y que promueva un marco para una economía competitiva, sin protecciones injustificadas ni regímenes de privilegio. A esto debe agregarse el diseño de políticas articuladas para atacar el 30% de pobreza, no sólo con asistencialismo sino a través de una educación de mayor calidad y capacitación laboral efectiva. Y las enormes necesidades de infraestructura económica y social.
Ninguno de estos resultados puede ser inmediato; y menos si no se fijan prioridades con consenso político para desarrollar el potencial de la Argentina. No ayuda que más del 90% de las causas de corrupción no haya llegado a juicio o que prescriban causas con culpables confesos. Quizás el breve lapso del Mundial de fútbol, donde las banderas argentinas reemplazan a las de equipos rivales, pueda servir para crear conciencia sobre los problemas concretos y buscar soluciones sin fanatismos ideológicos para revertir años y años de decadencia.
De ahí que pueda ser útil citar textualmente los párrafos de otra columna, publicada a mediados de 2010 antes del Mundial de Sudáfrica y también mantiene vigencia. "Hay un fenómeno sociológico difícil de explicar en la Argentina. La pasión competitiva que desata el fútbol en relación con el resto del mundo, rara vez se traslada a otros campos en los que el país también podría destacarse. Quienes sólo aceptan el triunfo en este deporte, o consideran que un subcampeón mundial argentino en cualquier disciplina es poco menos que un fracasado, casi siempre reaccionan con indiferencia o resignación cuando la Argentina pierde otros partidos que nada tienen que ver con una pelota. Pocos se preocupan, en efecto, por el retroceso del país en los rankings internacionales que miden la competitividad de su economía, la calidad institucional, su capacidad de atraer inversiones, o incluso hasta el (des)conocimiento de sus estudiantes en materias básicas, como matemática o lengua. Mucho menos por la baja proporción de graduados en carreras universitarias o terciarias relacionadas con el potencial productivo del país, la inversión en investigación científica y tecnológica. En estos mundiales no televisados y poco difundidos, daría la impresión de que clasificar de la mitad de la tabla para abajo no tendría mayor importancia. Tampoco que se pierdan posiciones frente a otros países latinoamericanos a los que la Argentina superó durante décadas".
nestorscibona@gmail.com
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