Para que algo cambie, algo tiene que cambiar
No hay posibilidad de transformar el trabajo o la dinámica de un equipo de trabajo si ninguna de las personas que integran el equipo, sea jefe o alguno/s de los miembros del equipo, no quiere que así suceda. Si no hay una demanda, un pedido de uno o varios miembros de un equipo, no hay transformación posible.
Casi todos sabemos qué nos gustaría que cambie en nuestro trabajo y qué podríamos hacer para generar mejores resultados y sentirnos mejor o correr menos riesgo de enfermarnos o tener un accidente. Podemos dar vuelta sobre ello en la intimidad de nuestros pensamientos, hablarlo con colegas en la hora del almuerzo o esperando el transporte rumbo a casa, o incluso compartirlo con nuestras familias en la cena o en las vacaciones.
Sin embargo, poder hablar de lo que nos gustaría que cambie en un espacio donde alguna pista de transformación se abra es otra cosa.
El mundo del trabajo es el mundo de la dominación del hombre sobre el hombre. Por eso en muchos espacios de trabajo no es posible hablar. O al menos no es posible hablar de aquello que creemos que sería bueno hablar para cambiar, para poder sentirnos mejor o incluso conseguir mejores resultados (dos fines no necesariamente contrapuestos).
Aquellos que estén dispuestos a correr el riesgo de hablar sobre lo que querrían transformar en su espacio de trabajo o incluso aquellos que corren el riesgo de escuchar a quienes quieren transformar el modo en que se trabaja corren el riesgo de ser excluidos del colectivo de pares o ser vistos como vagos, perezosos o conflictivos. Esto se debe a múltiples condicionantes que van desde aspectos sociológicos ligados a la dominación hasta estrategias de defensa inconscientes para poder evitar pensar en aspectos del trabajo que no podríamos soportar si los nombrásemos.
Nuestra historia de esclavitud, inmigración de muchos de nuestros abuelos en la pobreza desde países en guerra o en la miseria y las dictaduras, definitivamente no ha contribuido a que la primera opción para resolver nuestros problemas en América latina sea pensar juntos.
Correr el riesgo
Hablar, entonces, y escuchar también implican correr un riesgo. Un riesgo ineludible e inevitable para cambiar el mundo.
Hay lugares de trabajo donde el riesgo es mayor que otros. Hay lugares más permeables a escuchar y lugares que incluso premian determinadas propuestas de cambio. Hay organizaciones que generan espacios para hablar genuinamente y otras donde se generan espacios donde hacemos como que hablamos, pero quien hable realmente de lo que pasa sigue estando en peligro.
La realidad es que las verdaderas propuestas de cambio que permiten generar saltos cualitativos importantes son riesgosas. Sobre todo porque si salen mal nos responsabilizarán a nosotros y si salen bien posiblemente será mérito de todos. Sin embargo, ninguna persona o equipo que haya cambiado el modo en que se trabaja lo hizo sin correr ese riesgo, sin perder ese equilibrio.
Y al hacerlo probarse a sí mismos que ellos pueden transformar el mundo y en el camino, posiblemente, transformarse a sí mismos.
Docente de la Facultad de Psicología de la UBA y de la UTN
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