Para evitar una tragedia griega, hay que tomar al toro por los cuernos
En su influyente libro de 1910, La gran ilusión, el escritor Norman Angell sostenía que los países eran tan interdependientes financiera y económicamente, que la guerra perjudicaría tanto al vencedor como al derrotado. Bajo estas circunstancias, afirmó, ningún país sería lo suficientemente tonto como para comenzar una guerra.
Su análisis sobre la catástrofe económica de la guerra resultó ser correcto; su conclusión sobre la toma de decisiones en el gobierno estaba trágicamente errada. Cuatro años más tarde, los países de Europa emprenderían un conflicto horrendo.
Las advertencias sobre las consecuencias económicas de una salida griega de la zona euro —que podría seguir a una cesación de pagos de su deuda, pero no es una consecuencia inevitable de tal suceso— sugiere un desenlace que autoridades racionales tratarían de evitar.
Sería "un desastre financiero y económico no sólo para Grecia, sino también para los 16 estados que siguen en la zona euro", sostuvo Willem Buiter, economista jefe de Citigroup, en una nota de investigación este mes. Desataría "corridas bancarias en todos los países considerados remotamente en riesgo de salir de la zona euro". Los inversionistas y prestamistas de estos países, en efecto, se declararían en huelga. El impacto se sentiría en todo el mundo.
Otros economistas estiman que los costos del retiro para una economía débil podrían exceder 25% del Producto Interno Bruto en el primer año. El precio de la salida incluso para economías sólidas también sería enorme.
Pero si salir del euro, al menos durante un momento de pánico financiero, parece sumamente indeseable, ¿es evitable?
Los gobiernos de la zona euro ya se han metido involuntariamente en cada vez peores enredos, que han aumentado los riesgos para la moneda. Se considera que la perspectiva de una cesación de pagos griega aumenta las posibilidades de otras, lo cual se considera que a su vez amenaza a los bancos que poseen miles de millones de dólares en bonos del gobierno. La factura de reconstruir bancos pesa sobre los hombros de gobiernos que ya están endeudados. Si la confianza sigue desvaneciéndose, una corrida sobre un país y sus bancos podría llevar a un país a retirarse de la zona euro.
Los expertos financieros sostienen que aún hay soluciones disponibles para contener ese pánico. Involucran grandes su-mas de dinero. Las soluciones más convincentes se centran en dos pilares: la fortaleza financiera de Alemania, por mucho la economía más sólida en la zona euro —más que nunca ahora que Francia y sus grandes bancos han sido afectados por la crisis— y el Banco Central Europeo.
Aquí yace el problema. No hay, con la excepción del BCE, ninguna organización en la zona euro paralela a las instituciones que harían frente a una crisis de este tipo en un país. Tampoco existe un gobierno central que lo haga posible.
La Comisión Europea, el brazo ejecutivo de la Unión Europea, tiene poco poder independiente porque a la mayoría de los grandes estados miembro les gusta que sea así. El Consejo Europeo, la suma de los 27 gobiernos, no puede actuar sin el acuerdo de la mayoría. El Parlamento Europeo es, bueno, el Parlamento Europeo.
Incluso cuando actúan, son lentos. El presidente de la Comisión, José Manuel Barroso, señaló esta semana que las de-mocracias europeas funcionan colectivamente más despacio que los mercados financieros.
Alemania, una de las claves para resolver la crisis, es un país soberano, cuyo líder encabeza un país donde la gente objeta cada vez más a pagar las cuentas de lo que consideran el despilfarro de otros.
La crisis ha revelado una falta de confianza entre los gobiernos y los habitantes de la zona euro.
La advertencia de La gran ilusión aún puede ser desmentida por hechos. La única institución que según los economistas puede actuar y terminar con el pánico inmediato —aunque no brindar los arreglos a largo plazo esenciales— es el BCE, que puede aportar fondos ilimitados sin condiciones. Pero se siente restringido para hacerlo, debido a temores de que sea visto como servil a los gobiernos, que sea visto como fuente de financiación directa de los países, y por los temores de inflación.