Para derrotar a la inflación: ¿receta heroica o normal?
En algún momento algún gobierno de nuestro país deberá aplicar una política antiinflacionaria, con la actual administración o con la que le seguirá después de 2015.
Pensando en ello me pareció interesante distinguir entre políticas antiinflacionarias normales y políticas antiinflacionarias heroicas. El país tiene bastante historia con las segundas, pero ninguna experiencia con las primeras. En este aspecto nos hemos distanciado de gran parte de los países de América latina, que practican políticas antiinflacionarias normales desde 15 o 20 años atrás.
Toda política antiinflacionaria tiene un componente disciplinario o coercitivo y otro de coordinación o cooperativo, que se combinan en diferentes graduaciones.
Un ejemplo claro de política fundamentalmente disciplinaria o coercitiva es la que instrumentó la Reserva Federal a fines de 1979.
Un ejemplo algo más complejo es la política de metas de inflación practicada por el Banco Central Europeo (BCE) desde el lanzamiento del euro. La política fue inefectiva, por ejemplo, en España. Para un asalariado o empresario español la meta de inflación del BCE era un dato remoto, con escasa capacidad de convocar a la coordinación o cooperación en el combate a la inflación. El componente cooperativo resultaba prácticamente inexistente. Pero tampoco se sintió en España (y algunos otros países) el componente coercitivo, porque éste fue más que compensado por el efecto expansivo de los flujos internacionales de capital.
Sin embargo, la misma política antiinflacionaria del BCE fue efectiva en Alemania. Allí tuvo un componente importante de cooperación. El Bundesbank participa en la negociación de los incrementos salariales con los sindicatos. Plantea que aumentos superiores a la meta de inflación más el aumento de productividad resultarán en una inflación alemana superior a la meta, arriesgando pérdidas de competitividad, crecimiento y empleo. La cooperación lograda fue efectiva, y Alemania experimentó tasas de inflación inferiores a las de España y otros países de la zona. A veces los rótulos son engañosos. Hay que observar bien en qué consiste la práctica de la política.
Las políticas antiinflacionarias heroicas se aplicaron típicamente en condiciones de alta inflación, cuando las economías venían experimentando durante cierto tiempo tasas anuales superiores a 30% (generalmente muy superiores). Un ingrediente esencial es el shock inicial, orientado a quebrar la inercia del proceso e inducir a la gente a esperar tasas más bajas. La fijación del tipo de cambio ha sido en todos los casos un elemento central de ese shock . Ejemplos de políticas heroicas son el plan de convertibilidad, en la Argentina; el plan real, en Brasil, y el Pacto de Estabilidad y Crecimiento Económico lanzado por México en 1988. Todas fueron exitosas en quebrar la inercia de la alta inflación, marcar un corte con respecto al pasado y reducir la tasa con la que se inició la etapa siguiente.
La instrumentación del shock es una convocatoria a la sociedad para cooperar en la derrota de la alta inflación, universalmente reconocida como un mal intolerable. Los resultados exitosos de los shocks evidencian que esas convocatorias lograron llegar a muchos y obtener la cooperación de grupos amplios. El shock y su éxito inmediato constituyeron en cada caso un momento singular, un fogonazo de acción colectiva coordinada por el gobierno.
El primer día después del shock
Pero los mecanismos antiinflacionarios fueron diferentes en la etapa siguiente. La cooperación social invocada en el shock fue sustituida por la disciplina provista por el ancla cambiaria. En las políticas mencionadas, después del shock inicial, el freno de la inflación se apoyó en la disciplina de precios y salarios establecida por un tipo de cambio real apreciado, mientras pudo sostenerse.
Las políticas antiinflacionarias normales se aplican continuadamente, como una de las funciones que el Estado debe cumplir ineludiblemente. Han sido (y son) practicadas en contextos de tasas de inflación cuyo límite superior histórico es una tasa muy similar a la que actualmente experimenta nuestro país. Estamos en el borde.
Claro está que para evaluar la viabilidad y pertinencia de uno u otro tipo de política no cuentan sólo la magnitud y duración de la tasa de inflación, sino también el grado de distorsión de precios relativos que es necesario corregir para darle consistencia y sostenibilidad al programa que se va a instrumentar. No es lo mismo un programa para reducir una inflación de 25 a 30% cuando los precios relativos están consistentemente ordenados (por ejemplo, en Chile a comienzos de los 90), que en una situación como la actual, donde tasas de inflación de ese orden coinciden con fuerte apreciación del tipo de cambio real, atraso importante de precios de energía y transporte y otras distorsiones. El gobierno que se proponga una política antiinflacionaria tendrá que pensar bien si tiene la posibilidad de aplicar una política normal o si tiene que intentar, una vez más, una receta heroica.
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