Pago al FMI: el juego sucio del kirchnerismo para apropiarse de otra bandera
El kirchnerismo juega sucio en la política y con la tenacidad que lo caracteriza en el discurso público, está a punto de lograr otra apropiación. Sólo bastó un proyecto de ley imposible, de esos que casi son un abstracto jurídico. En poco tiempo, cuando el trámite legislativo le dé la espalda, el Gobierno podrá blandir otra bandera discursiva: “Nosotros quisimos que la deuda con el Fondo Monetario Internacional (FMI) la paguen los evasores; ellos, los que defienden los delincuentes, se opusieron”. Podrá imprimir remeras, si quiere. Y de esta manera, el “Ah, pero Macri” será aún un poco más profundo y cambiará por el “Ah, pero todos ustedes menos nosotros, los que nos autopercibimos honestos”.
Sin pudor, sin sonrojarse de vergüenza, el oficialismo ha decidido que los evasores están en otro lado; que la sociedad no los busque en sus filas. No deja de ser un juego sucio, deshonesto, que ignora la corrupción y que, además, intenta apenas poner un mojón en la opinión pública. Saben a la perfección que es prácticamente imposible que pueda avanzar una norma así. Pero poco importa, el objetivo es otro.
Con una docena de artículos de una ley sin demasiado futuro esconden varias cosas irritantes. La primera, los hoteles, los fajos en las cajas fuertes, las maquinitas de contar billetes y las rutas que se pagaron y no se hicieron. También los bolsos de José López y los 70 millones de dólares de las propiedades de Daniel Muñoz, aquel ascendente secretario privado del matrimonio Kirchner. Ni al guionista más original se le hubiese ocurrido semejante ficción.
“Que paguen los delincuentes, los que lavan dinero”, dijo la senadora del Frente de Todos, Juliana Di Tullio, en referencia a los que deberían endosar el cheque para cancelar el crédito con el FMI. La frase es, quizás, la enumeración más impresionante de los principios del oficialismo.
Lo primero que habría que ver es qué es lo que hay que pagar. Legado este punto, aparece otra bandera del kirchnerismo que se la regaló Cambiemos. Desde la usinas que surgen del Instituto Patria y de La Cámpora surge una sentencia que nadie se atrevió a discutir: “La deuda la adquirió [Mauricio] Macri”. Pocos han marcado esta pequeña diferencia que radica en que una cosa es la deuda y otra es el crédito.
Es verdad que fue Macri el que recurrió al Fondo como prestamista, pero no menos cierto es que prácticamente dos tercios se usó para pagar deuda, de todo tipo, y contraída, en su mayoría, durante los 12 años de los primeros tres kirchnerismos. Contraer un préstamo no es lo mismo que tener una deuda. Pero ahora, en medio de la pelea de gestos, las oraciones y los adjetivos calificativos, no importa demasiado. El reduccionismo discursivo ya le anotó en la columna del debe 44.000 millones de dólares al gobierno de Cambiemos.
Esta sentencia envuelve con papel amarillo la discusión que la Argentina jamás dio: cómo se contrajo esa deuda -aquí vale acentuar que el cronista dijo deuda y no préstamo-. Con solo una mirada rápida se llega al gasto público. Y ese es el verdadero centro de la cuestión. Todo vale para el oficialismo, pero particularmente para el kirchnerismo de paladar negro, para no discutir sobre este tema.
Las razones para semejante negación tienen su lógica. Las cuatro presidencias kirchneristas basan gran parte de su electorado en estructuras que reciben subsidios o dinero público. Desde los movimientos populares que arropan el kirchnerismo hasta una gran porción de la comunidad de artistas que lo defienden en público, tienen una relación cercana con el Estado y sus formas de asistencia. De acuerdo a un trabajo publicado en LA NACION, el 55% de las personas que habitan la Argentina estuvo alcanzada por alguna cobertura de programas sociales de transferencias de ingresos y asistencia alimentaria en 2020. Ese número era 32,9 en 2010 y de 40,3% cinco años después. Mauricio Macri dejó la presidencia con un 43,8% y Alberto Fernández lo llevó, en plena pandemia, a 55%.
A esta trama social se suma la política. La Argentina del siglo XXI creó una estructura política de la mano de los cargos y el empleo público. Es posible que jamás en la historia se haya dado una agrupación como La Cámpora en la que la mayoría de los militantes tienen algún tipo de cargo en el Estado. Dicen que en las presentaciones, después del nombre y apellido, llega la referencia a la repartición pública a la que prestan servicios.
Ese Estado monumental que se construyó de la mano del populismo y que se duplicó desde 2003, cuando representaba el 23% del PBI, ya no se puede pagar. Ese es el verdadero default argentino del que el kirchnerismo no puede hablar. Esa es la factura impaga que se intentó cancelar, en parte, con el préstamo al FMI. Tan simple como gastar más de lo que se recauda como forma de vida. Podrá el lector imaginar qué pasaría en su economía si hiciera esto desde hace décadas, apenas interrumpido por unos pocos años de buena conducta.
Ahora sí, vale retomar la frase de Di Tullio: “Que paguen los delincuentes, los que lavan dinero”. Como se dijo, estas palabras componen un sofisma. La deuda es de Macri, que paguen otros. Jamás se reconocerá desde ese espacio que la deuda es producto de que hay que pagar un sistema político y de militancia que necesita el dinero del Tesoro como respirador esencial.
Dicho esto, en línea con aquel postulado, viene la segunda parte que se podría resumir así: “Si la deuda es de Macri, que la paguen los amigos de Macri”. Y entonces, la frutilla del postre al definir quiénes son los amigos del expresidente. La respuesta se infiere de la frase de Di Tullio y podría afirmarse que son los “evasores y los delincuentes”.
Se llega así al corolario: los evasores y los delincuentes están en la tercera persona del plural, jamás en la primera. Cualquier lector que haya llegado hasta acá podrá levantar la vista y pensar en cinco personas que conozca que hay mejorado con fiereza su situación económica, con fiereza y a las que no se les conoce otra actividad que la política. Pero el kirchnerismo decidió otra cosa: nada de nosotros, todo de ellos.
Así las cosas, el final. El Instituto Patria, La Cámpora, el albertismo obediente y los dóciles senadores que más que representar sus provincias tratan de no ofuscar a Cristina Kirchner, decidieron que el préstamo del Fondo lo paguen los evasores del sector privado que no hayan hecho negocios con el Estado salvo que haya sido entre 2015 y 2019. Deberían mirar a su alrededor un poco más. No es necesario levantar tanto la vista: con posarla en la presidencia de la Cámara de Senadores podrán divisar una abogada exitosa y, algo más atrás, un economista que está condenado por quedarse con la máquina de hacer billetes.
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