Pablo Gerchunoff: “Un plan de estabilización es una política fiscal, monetaria y cambiaria, pero también es magia”
El historiador económico analizó el giro pragmático del gobierno de Javier Milei, pero advirtió que un programa de ajuste fiscal no es por sí solo un plan de estabilización
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Estudió Economía en la Universidad de Buenos Aires (UBA). Fue jefe de Gabinete de Asesores del Ministerio de Economía en los gobiernos de Rául Alfonsín y Fernando de la Rúa. Es profesor Emérito de la Universidad Di Tella y profesor Honorario de la UBA. Es investigador, consultor y autor de varios libros de economía política
El historiador económico Pablo Gerchunoff analizó el giro pragmático del gobierno de Javier Milei, pero advirtió que un programa de ajuste fiscal no es por sí solo un plan de estabilización.
–¿Qué pasó con el Milei de campaña y el Milei de presidente? ¿Alguna vez hubo tal giro en tan poco tiempo?
–Entre campaña y presidencia, tuvimos giros con Frondizi, con Menem, y creíamos que no teníamos giro con Milei. Creíamos que el Milei de la campaña era el Milei de gobierno. Lo pensamos durante algunos días iniciales hasta que las fuerzas del cielo lo obligaron a un aterrizaje forzoso a la tierra. Ahora hay, afortunadamente, una “normalización” de Milei, que es un político astuto, muy capaz y que finalmente armó un primer bosquejo de un plan de estabilización que es convencional. En algunas cosas, diría, tiene ingredientes que probablemente sean inesperados para muchos, no para mí, como la suba de retenciones.
–Entre las marchas atrás de Milei, en términos económicos, está la suba de impuestos. El Milei de campaña había dicho que “antes de subir impuestos, se cortaba un brazo”.
–Quiero felicitarlo a él por hacerlo y sin cortarse el brazo. Eso es ser un político. Un político no es alguien que es esclavo de sus palabras, es alguien que tiene que hacer lo que cree que tiene que hacer. Yo le tenía mucha desconfianza a la figura del Milei. Pensé que no iba a cambiar una palabra de su programa, porque parecía un radical intransigente de 1892. Aquello me atraía como espectáculo; esto me atrae como gestión política. Le debe doler esto, porque él creía que podía hacer algo parecido a lo que decía. Estaba el ajuste de la casta, que quizás sea el 8% del ajuste que va a ser; estaba el ajuste del Estado, que nunca se sabe bien qué quiere decir, y está el ajuste de la sociedad, paradójicamente, para fortalecer a un Estado, en todo caso, rediseñado. Esos rediseños siempre están en la cabeza de los gobernantes, pero después les cuesta implementarlos.
–¿Hay un plan de estabilización?
–No.
–¿Por qué no?
–Porque un ajuste fiscal no es un plan de estabilización, es un ingrediente necesario, pero no es un plan de estabilización. En una conferencia en la que estaba en 1984, en Toledo, Franco Modigliani, que al año siguiente fue Premio Nobel de Economía, dijo en medio de una discusión fragorosa que teníamos: “Querer frenar una inflación del 100% anual exclusivamente con política monetaria, es como querer frenar un auto que viene a 100 km por hora agarrándolo de la antena. La antena se va a quebrar”. La política fiscal y monetaria se va a quebrar. Efectivamente, creo que un plan de estabilización es una política fiscal y monetaria, es un régimen cambiario, pero también es magia.
–¿Qué es magia?
–La convertibilidad es magia. El austral es magia. El cambio de moneda y que tenga implícito una tolerancia a la distribución del ingreso una vez estabilizada la economía, si no existe, no hay plan de estabilización.
–¿Dice que habría que cambiarle el nombre a la moneda, quitarle algunos ceros y hacer algún acuerdo de precios? ¿Falta una pata heterodoxa?
–Todos los programas que se llaman a sí mismos ortodoxos tienen políticas que yo llamo, a falta de un mejor nombre, política de ingresos. Quiero aclarar que el término política de ingresos no me gusta. La idea de un acuerdo tolerado respecto a cómo quedó cada uno en la feria, como problema social, me parece indispensable para que un plan de estabilización sobreviva. El problema central de este programa es que reduce adicionalmente los salarios reales sin necesidad. El ajuste es muy inflacionario y tal vez hacía falta una palabra oficial diciendo que se iba a cuidar ese flanco. No necesitaban decir cómo, pero sí transmitir el mensaje.
–¿A quién ve dentro del equipo económico pensando en ese aspecto?
-Por el momento a nadie. Por el momento veo al gobierno económico y a Milei con un sesgo monotemático fiscalista. Pero él tiene derecho a tenerlo hoy, porque el ajuste fiscal es requisito. Por lo tanto, esto que está haciendo tiene que hacerlo. Tenga o no en la cabeza lo que sigue después. Si no tiene en la cabeza lo que sigue después, estamos en un problema. Y si lo tiene y se lo está guardando, es un político de primer nivel.
–¿Esta primera etapa cuánto dura? ¿En qué momento hay que empezar a aplicar la segunda?
–Lo peor que podemos hacer es tratar de arriesgar cuánto lleva cada etapa. Es cierto que si esto es eterno, si consigue un cuarto de lo que quería conseguir fiscalmente y el ajuste tarda dos años más, algo funciona mal. Esto tiene que ser bastante rápido. Él tiene que aceptar que va a tener frustraciones, porque vienen del funcionamiento de una sociedad compleja como la argentina. Son frustraciones que van a venir de la mano de, no de una confrontación en la calle, pero sí una War of Attrition, una guerra de posiciones. Esta guerra va a estar en la calle, en parte. Me pareció soberbia la imagen de [Raúl] Castells subido a la vereda [en la protesta de la semana que pasó]. Me pareció un triunfo cultural de Milei. Lo que pasa es que hay que ver cuánto tiempo la gente se queda en la vereda. Pero me hizo acordar a los presidentes que imponen una visión común sobre cómo funcionan las cosas. No quiero regalarle tanto a Milei, quiero decir que solo fue Castells subido a la vereda. Ahora tiene que pasar mucho más que eso. Va a tener War of Attrition en la calle, en el Parlamento y en los estrados judiciales. Y eso es así. Esto es una democracia republicana que se expresa en el Parlamento, pero también en la calle. Es inevitable que sea así.
–¿A quién se imagina defendiéndolo a Milei? Porque muchos de sus seguidores querían la dolarización, la baja de impuestos...
–El Milei de ayer es el que más me gusta, porque es un Milei “normalizado”. Es un Milei al que puedo entender. Puedo entender sus dilemas, sus conflictos, sus problemas, sus frustraciones, sus alegrías. Aquel era “las fuerzas del cielo”, que no yo las entiendo. Si alguien viene y me dice que la probabilidad más alta es que a Milei le vaya mal, tengo una respuesta para eso: mal les fue a todos. Alberto Fernández tuvo 80% de popularidad cuando comenzaba la campaña. “Todo verdor perecerá. Recuerda que eres mortal”. Hay que decírselo a Milei para confortarlo en el momento en que afronte dificultades.
–¿Es optimista con el gobierno?
–No soy optimista ni pesimista. Soy un posibilista. Trato todo el tiempo de examinar por cuál diagonal puede filtrarse para evitar lo que parece a veces que es inevitable que todo termine mal. En el momento en que la gente dice eso, estoy buscando qué oportunidad tiene. Eso no es optimismo. Es un método analítico.
–¿A qué otro presidente se asemeja Milei y a qué otro momento histórico y económico se asemeja el contexto actual? ¿O esto es totalmente impredecible?
–No. Lo que hay de novedoso en el intento de Milei es que haga el ajuste siendo una minoría parlamentaria. En una experiencia democrática, un intento de estabilización con semejante minoría parlamentaria no lo vimos nunca. Comparar a Milei con experiencias del pasado no lo veo. Creo que hay muchas otras diferencias. A Milei no lo veo teniendo una confrontación salvaje que lo lleve al descalabro. No veo la escena de la Plaza de Mayo del Rodrigazo. Pero sí veo a una sociedad cansada, como dos boxeadores peso pesado en el round 15, abrazados porque ya no dan más, mirando el reloj para ver si termina la pelea. Veo a la sociedad más en ese modo que en uno de ir al combate. Si es verdad lo que digo, eso le da una ventaja a Milei, pero la tiene que aprovechar. Tiene que saber que ese boxeador se va a recuperar. Que la sociedad argentina es una sociedad rebelde, plebeya, molesta, igualitaria. Todos esos rasgos no los va a perder. Pueden estar en algún momento adormecidos, pero no los va a perder.
–Parece que Milei lo tiene claro eso, porque repite que el 56% lo votó diciendo que iba a ajustar. ¿La sociedad entiende que el ajuste no es solo sobre la política?
–Las sociedades son muy volátiles. Pueden tolerar que finalmente sea un ajuste de tarifa, pero claramente hay algo que le van a cobrar. “Esto no es lo que me dijiste, vos me dijiste casta, Estado y ahora soy yo”. Eso no es gratis. Pero a todos los presidentes se les dio un tiempo y Milei lo va a tener.
–En términos económicos, en la primera semana de gestión no perdió el tiempo con la devaluación.
–Pero en el segundo día, tuvo que decir algo que no se compadecía con lo que había dicho. Un clásico frondizista, un clásico menemista: “Si hubiera dicho lo que iba a hacer, no me votaba nadie”. En todos los planes de estabilización estuvo el mismo dilema: ¿quiénes van a sufrir? ¿Los de arriba, los de abajo o los del medio? Y la respuesta es: los de arriba no, porque son los que tienen los dólares; los de abajo no, porque los argentinos tenemos un límite moral, entonces los del medio. Eso es más facil para los peronistas porque los votan los de abajo. Para los no peronistas es un tormento. Milei es interesante porque es transversal. Hay un segundo dilema.
–¿Cuál?
–El conflicto entre corto y largo plazo. Milei ha presentado en sociedad un ajuste que sacrifica la apertura económica en el altar del ajuste: quiere cobrarle a los exportadores retenciones y a los importadores un impuesto de “emergencia”. El tipo de cambio se apreciará y los impuestos quedarán. Es muy comprensible. Todos los planes de estabilización, salvo el de Menem-Cavallo, tienen una dosis de proteccionismo. Y conflicto entre corto y largo plazo es cortar la obra pública o reducir los salarios públicos postergando eternamente la consolidación de un servicio civil eficiente.
–Pero Milei dijo que iba a ser un ajuste...
–Sí, pero también dijo que ese ajuste iba a ser del Estado, que es algo abstracto, o de la casta, que era maravilloso. Había una serie de piratas que estaban dando vueltas por ahí, que se escondían en los pasillos del Congreso, y que esos eran los que iban a sufrir.
–Usted dijo que nunca se hizo un plan de ajuste tan grande con tan pocos socios políticos.
–Nunca se intentó, salvo en dictaduras, en donde no había apoyo político ninguno. Pero no quiero comparar con dictaduras. El Plan Real de Fernando Henrique Cardoso, en Brasil, o la coalición de partidos, en Israel, son programas que tenían fuerzas robustas que apoyaban no el ajuste, sino algo más integral: un plan de estabilización. Milei tiene una diferencia con el Austral de Alfonsín-Sourrouille y con la convertibilidad de Menem-Cavallo. Alfonsín y Sourrouille hicieron la corrección fiscal y de precios, y fueron a buscar financiamiento a Estados Unidos en secreto, sin que la sociedad se diera cuenta de que eso que estaba pasando era el preludio de un programa de estabilidad y de felicidad. Después la desfelicidad duró ocho meses; esa otra historia. Y Menem-Cavallo tuvieron un punto de partida con el plan Bonex y la hiperinflación. Todo lo que tuvieron que hacer es la magia de la que hablábamos. Cuando las cuentas fiscales y los precios relativos están más o menos en orden, ahí viene la magia. Cavallo cambió la moneda y clavó el tipo de cambio por ley, porque Sourrouille lo hizo por decreto y fracasó.
–¿Redoblar la apuesta ahora era implementar la dolarización?
–Sí. Para mí, afortunadamente, eso era imposible y lo abandonó. Mi problema con Milei es que eso, si bien eso era malo, era un programa de estabilización. Había una moneda nueva en la que la gente creía. Ahora, al haber perdido la dolarización, yo veo un Milei que tiene el ajuste fiscal, pero no tiene un programa todavía. Le concedo todo el crédito que necesite, pero todavía no le veo un programa de estabilidad.
–¿Qué rol cumple el programa de reformas que diseñó Federico Sturzenegger? ¿Ese puede ser un plan de estabilización?
–No. Eso se llama shopping list. Son medidas muy heterogéneas, algunas importantes y necesarias, otras más relucientes y simpáticas, pero no tan relevantes. En todo caso, no creo que definan el destino del gobierno. Pero eso no va a consolidar un programa de estabilización. Son una cantidad de medidas interesantes, que algunas van a colaborar, como fue la desregulación desesperada de Cavallo para frenar la inercia inflacionaria.
–¿Es condición necesaria también aplicar políticas heterodoxas?
–Hay una vieja discusión que estaba dentro de la misma Alemania de los años 20, pero que mucho más adelante se plasmó en un debate entre Thomas Sargent y Rudi Dornbusch, en donde Sargent decía que la hiperinflación alemana se había frenado en 1923 por la credibilidad de una política fiscal y Dornbusch decía que no había manera de que la política fiscal logre frenar una hiperinflación, tiene que haber un precio que se fija que todos están mirando y que a partir de eso se organiza la estabilidad. Eso era el tipo de cambio.
–¿Usted dice que ambos se complementan?
–Exacto. Dornbusch dice que no es que no hay que tener una política fiscal, pero dice que no es la clave del momento estabilizador.
–Ahora se intenta establecer el tipo de cambio en $800, pero con un crawling peg de apenas 2% mensual. ¿Eso sería el ancla?
–El problema es que te puede llevar a una apreciación real muy fuerte porque, justamente, como yo creo en la inercia, ese nexo entre inflación pasada e inflación futura es el que Dornbusch pensaba que se cortaba con la fijación del tipo de cambio creíble. Con un crawling peg de 2% y una inflación de 20% o más en tres meses, van a atrasar mucho el tipo de cambio en un periodo muy corto. El problema que tiene eso es que te puede llevar a un segundo round estabilizador, que significa que perdiste una bala. Pero al mismo tiempo los entiendo, porque no puede ser un crawling peg perfecto, porque la inflación no para nunca. Por eso se usa componente del Estado de coordinar que frenemos todos. La palabra es coordinación, por eso el Estado es tan importante en la macroeconomía. El Estado como coordinador de expectativas. Se pueden coordinar las expectativas con políticas de ingreso, fijando el tipo de cambio o de muchas maneras. No me parece que la esforzada política fiscal sea un elemento coordinador
–¿Después de ver el pragmatismo de Milei, se puede esperar todavía más cambios o un plan de estabilización?
–Sí, todo el tiempo digo lo mismo. Acordate el mensaje progresista: “Debemos votar a Massa porque lo que viene es un ataque frontal contra la democracia”. Nunca creí eso. Creo que Milei tiene una cierta desconfianza con la democracia, porque un hombre que solo ve virtudes en el siglo XIX y que a principios del siglo XX todo se arruinó, está identificando los problemas con la ley Sáenz Peña [del voto universal, secreto y obligatorio] y la llegada de Hipólito Yrigoyen al gobierno. De parte de Milei un gesto antidemocrático, que me parece que, si van a necesitar los votos radicales, es bueno que, como cambió tantas cosas, cambie también eso.
–¿Por qué se vio mucha reivindicación al gobierno de Carlos Menem durante la campaña presidencial? ¿Es por la inflación?
–Es algo paradójico lo que está pasando. En el año de Raúl Alfonsín hablamos de Menem. El 10 de diciembre fue el día en donde, si había una evocación posible de lo que estaba pasando, era Alfonsín, no era Menem. A mí me puso un poco triste porque soy melancólicamente un alfonsinista. No digo que haya que hacer las cosas de Alfonsín y mucho menos en materia económica. Pero la invocación a Menem creo que es por la amenaza hiperinflacionaria, que hizo pensar que esto era muy parecido a aquello.
–¿Es parecido?
–Sí, en el sentido de régimen de alta inflación. Hay una astucia que me divierte de Milei, que es el 15.000% de inflación. Porque pone una vara contra la cual no puede perder. Macri había dicho que lo juzguen si lograba “hambre cero”. Un error político. Obviamente, a Milei la gente no lo va a juzgar por esa vara de inflación, pero tuvo la astucia de decir que le pregunten si estuvo abajo de 15.000%. Es una típica desmesura argentina. Nadie cree que podíamos llegar a 15.000% de inflación, pero él tuvo cierta inteligencia en decirlo.
–¿Al final Milei tuvo más picardía política que Macri?
–Son dos personas muy distintas y tienen inteligencias políticas distintas. A mí me atrae más la figura de Milei. A mí Macri me parece puro círculo rojo, como él dijo. Primero tuvo un acierto político extraordinario, que fue ver en Milei el potencial que tenía. Y tuvo un error que fue destruir a su fuerza política creyendo que podía llegar a un ballottage Milei-Bullrich. No fue así y su fuerza política quedó a un costado. En ese sentido tuvo un acierto y un error. Inteligencia política y un error muy grande. Como estilo político me gusta más el componente plebeyo de Milei.
–Hace un tiempo, los analistas políticos decían que era imposible que un outsider llegue a la presidencia de la Argentina, porque había que tener sí o sí un partido político. ¿Cómo explica la victoria de Milei?
–Outsiders hay en todos lados últimamente. Tenemos que quitarnos de la cabeza el provincianismo, la idea de que lo que nos está pasando es muy especial, porque es un acto de soberbia. Creer que somos especiales y que aun en lo peor que nos pasa somos especiales, no, pasa en muchos lados. Lo de la inflación es un caso muy especial, pero toda esa corriente política de Milei, Trump y Bolsonaro recorre el mundo. Zelensky era un outsider y hoy es el padre del mundo. Está lleno de outsiders. Está revelando una fragmentación política y una fragilidad del mundo político occidental muy notable.
–¿Qué rol juegan las redes sociales en ese sentido? ¿Está relacionado que cada vez haya más outsiders con la democratización de la información?
–Creo que en parte sí. No puedo medir cuánto de eso. Un hijo mío escribió un libro que se llama Ironía On [Santiago Gerchunoff], y en un acápite cuenta que un jubilado entra a un set de televisión para protestar por las pensiones en España y, cuando llega al canal, lo primero que hace es preguntar cuál es su cámara. Me parece extraordinario. Eso es peligrosísimo, porque está agrediendo al carácter representativo de la democracia. Está agrediendo la idea de democracia representativa. ¿Naides vale más que Naides? Bueno, estos que participan de las redes valen igual que todos. ¿Cuánto de verdad significa eso en el cambio del funcionamiento del sistema político? No lo sé, pero algo es.
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