Construcción: una receta para seducir con ladrillos y sacar dólares del colchón
No es recomendable empezar una nota periodística con una obviedad, pero este cronista no encuentra otra forma. Hecha la salvedad, va la sentencia: "El argentino ahorra en dólares".
Dicho esto, bien se podría completar el recorrido del ahorrista con otra máxima precedida por décadas de inflación, devaluaciones, promesas y humo: "El argentino ahorra en dólares y abajo del colchón".
Ambas cosas son verdades económicas que nadie se atreve a discutir. Ahora bien, vale preguntarse qué pasa después. Lo que suele suceder es que el colchón se empieza a poner duro por los billetes acumulados y el argentino que ahorró decide volver a disfrutar de la comodidad de su cama y, finalmente, los saca y los invierte.
Y acá se llega al punto crucial: ¿en qué? Gran parte de esa clase media, desconfiada del sistema financiero y de la política elige la inversión inmobiliaria como el reducto de seguridad para lo que vendrá. Y que vendrá, no hay dudas...
La cronología de los que tienen capacidad de ahorro parece simple. Del peso al dólar; del dólar al colchón y, alguna vez, del colchón al departamento, para vivir o para tener un alquiler.
La Argentina tiene en la construcción un fenomenal vehículo de inversión y los gobiernos lo saben. Por un lado, como se dijo, arranca billetes del dormitorio que empiezan a circular, pero, además, emplea muchos trabajadores, motoriza la actividad industrial y de servicios asociados y, además, se puede regenerar la fiebre del cemento sin necesidad de importar demasiadas cosas. Y como se sabe, en esta época, eso es crucial.
De ahí que siempre los gobiernos intentan poner combustible a los ladrillos. Sin dudas, que en el contexto de la recesión por la pandemia tiene un condimento más. Los constructores dan mucho trabajo a empleados que no logran insertarse en otras áreas del mercado laboral cuando desaparece la obra. Ese universo, este año, cayó en manos del asistencialismo estatal. Conectar el cable de los obradores es, sin dudas, una manera de desenchufar el que une al albañil sin trabajo con la Anses o el Ministerio de Desarrollo Social.
Del otro lado de la cadena se encuentra el ahorrista que decidió que llegó el momento de volver con los dólares quietos al mercado. El punto es que más allá de haberse sacado regular en decenas de notas, la Argentina aprobó en una: jamás comprometió el derecho de propiedad. Es decir, siempre confió en el vehículo de inversión. Lo ve seguro, cree. Tan así como que el ladrillo se toca.
Ese inversor necesita, además, un andamiaje legal que no ponga en riesgo su derecho a la propiedad pero, además, que le asegure aunque sea baja, una rentabilidad mínima por el inmueble. Ese esquema que se construyó con años, ahora está en crisis. Por un lado, el derecho del propiedad. Es posible que muchos lectores no quieran comprar un lote en Guernica, barato, con buenas proyecciones de aumentar su valor. O tampoco alguna parcela que irremediablemente valdrá más con los años ya que se ubica en los lagos del Sur. Villa Mascardi, más precisamente.
El que invierte en departamentos no tiene tantos riesgos, pero sí mirará la rentabilidad que le deja el alquiler. Para ellos hoy hay una enorme incógnita: la llamada ley Lipovetzky, que establece que el precio del alquiler de una vivienda tendrá un ajuste anual según un índice formado en 50% por las variaciones mensuales del Índice de Precios al Consumidor (IPC) y de la remuneración imponible promedio de los trabajadores estables (Ripte).
Cuando todos los alquileres se ajustan por un índice y no por la transacción libre de las partes se pueden generar algunos vicios. El poder que tendrán quienes representen a los inquilinos para presionar ante el Gobierno para que la actualización no se aplique a un 100% es muy grande. Será una prueba de fuego para todos, un juego de señales que podría determinar precios futuros y cantidad de inmuebles que saldrán. Congelar alquileres es un camino muy fácil de iniciar, pero que ofrece salidas complicadas.
Y finalmente, el constructor, los más interesados en el crédito hipotecario, la herramienta perfecta para mantener el precio de los inmuebles. Si se pone en marcha, habrá carcajadas: venderán caro y construirán a US$400 el metro.
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