Oscar Cetrángolo: “La sociedad no puede pagar los impuestos que está pagando, porque los servicios que recibe son muy malos”
Es licenciado en Economía por la Universidad de Buenos Aires, y completó estudios de posgrado en la Universidad de Sussex, en el Reino Unido; ocupó diferentes puestos técnicos en el Ministerio de Economía de la Nación y el Banco Central; es investigador en el IIEP-UBA y es docente de Finanzas Públicas en la UBA y UTDT
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Déficit fiscal. Informalidad laboral. Insostenibilidad del sistema previsional. Ineficiencia en el sistema tributario. Inflación. Pobreza creciente. El diagnóstico de la economía argentina incluye dificultades que se arrastran hace décadas. Según el economista Oscar Cetrángolo, especialista en Finanzas Públicas e investigador en el IIEP- UBA, se trata de “problemas estructurales” que los gobiernos no logran solucionar.
“A lo largo de los años, se fueron haciendo retoques o parches sobre los problemas, pero sin resolverlos. Y esos parches, cuando no hay una visión de largo plazo, no solo no resuelven nada, sino que los problemas se van agravando”, dijo el analista a LA NACION.
-¿Dónde se da, sobre todo, esa dinámica?
-La historia más apasionante es el sistema previsional, que tuvo su primera necesidad de reformularse en la década del 50, cuando se acabó el excedente inicial. Ahí hubo un problema parecido al de ahora respecto de cómo actualizar los haberes, porque ya había problemas de inflación. Fue una demanda muy fuerte de la sociedad en el gobierno de Aramburu, y ahí salió la idea de hacer una proporcionalidad entre lo que iba a cobrar un jubilado y lo que había aportado, y surge el 82%, que era el salario de bolsillo, porque había 18% de descuento. El Ejecutivo planteaba esto como medida temporal con la idea de mandar un proyecto de reforma estructural, que analizara la sostenibilidad, para hacer un sistema perdurable a lo largo del tiempo, y nunca se hizo. La sociedad piensa hoy que el 82% es algo inamovible, pero somos el único país que tiene esa cifra. Después vinieron las moratorias, que es otro parche sobre algo que alguien no quiso arreglar. También estuvo la idea mágica de que la capitalización iba a resolver todos los problemas y lo empeoró notablemente.
-¿Por qué?
-Porque tenías un sistema que no podía pagar el 82%, con 26% de impuesto al salario. Le sacaste los once que iban de contribución, lo mandaste a la capitalización, te quedaste con 16 puntos y algo más, y pretendías pagar el 82%, porque la reforma convalidó eso, y prometía que después de una transición, que iba a terminar en 2035 según los estudios en aquel momento, iba a sostenerse. Un disparate. Y así fue que voló por el aire. Cuando mirás la crisis de 2001, no fue solo una crisis fiscal, pero del lado fiscal el problema era estrictamente previsional, que explicaba todo el déficit. Salimos de la crisis y, en vez de armar algo razonable, volvimos con las moratorias, con un sistema de reparto. Yo soy defensor de este esquema, pero que sea sostenible.
-Quienes defienden las moratorias advierten que sirven para dar una prestación a quienes de otra forma no la tendrían...
-Absolutamente, en todo el mundo se discute y los países lo resolvieron. En Europa obviamente porque tienen poca informalidad, pero también incluso en algunas naciones de América Latina. Ahora, ¿cuántos lo hicieron con moratoria? Ninguno. Lo que se hace es establecer una prestación universal financiada con rentas generales y que no tiene relación con el salario. Pero acá le diste moratoria absolutamente a todo el mundo. Lo digo con mucho respeto. Pero una señora de Barrio Parque, que no solo no aportó, sino que nunca trabajó en su vida, se presentó a la Anses y se llevó una jubilación mínima. ¿Tiene sentido eso? Entonces hoy tenemos más de la mitad de los jubilados que entraron por moratoria, de los cuales un porcentaje alto no aportó y un porcentaje directamente no trabajó, mientras tenés un 55% de chicos que viven por debajo de la línea de pobreza. Hay un problema. Son decisiones que cuestan, se toman sin mucha discusión o estudio, para salir del paso o porque eran populares o lo que fuera, y generan derechos adquiridos y después provocan problemas. Así, tenemos un nivel de gasto público enorme, con servicios muy malos. Y pareciera que la única demanda –no solo de la sociedad, sino la que trasciende hacia la política o el debate en los medios– es que hay que bajar impuestos.
-¿Y hay que hacerlo?
-Sí, claro. Obviamente esta sociedad no puede pagar los impuestos que está pagando, porque los servicios que recibe son muy malos. Y debería haber una demanda para los dos lados. Si hubiera esta presión tributaria, pero también hubiera una prestación de salud que no te exige una prepaga privada; si hubiera educación que no le lleva a quien puede a mandar a sus hijos a un colegio privado; si hubiera cobertura de ingresos para los que no tienen trabajo, a lo mejor la sociedad pagaría con gusto. Pero no se brindan los servicios que se esperan, además de que existe una estructura tributaria sumamente deficiente.
-¿Cuál es su visión sobre el problema de la inflación? ¿Por dónde se empieza a resolver?
-No soy especialista en el tema. Tiendo a coincidir con el diagnóstico oficial y de muchos economistas. No hay una causa. No vayamos al origen del tema, que es otro desvío que tomamos en el camino de los 2000. No voy a defender a la Convertibilidad, que fue un período que generó reformas que no me gustaban, pero lo positivo es que logramos sacarnos la inflación de encima. Y no volvió con la crisis, porque estuvimos unos años con baja inflación. Pero el gobierno de aquel momento decidió duplicar el tamaño del gasto público. De 2004 a 2014 la presión tributaria aumentó 9 puntos del producto, el sector público aumentó 20 puntos, y generaste un déficit fiscal que lo financiaste en parte con emisión monetaria, que desencadenó un nuevo proceso inflacionario. Y la única herramienta que usaste en ese momento fue mentir con los índices. Pero, hoy, cuando querés salir de todo eso, no importa tanto qué hiciste hace 15 años. Hoy tenés una inflación alta y ahí coincido con diagnóstico de que hay que atacar todas las causas. No hay un solo asunto. Hay quien dice ‘Bueno, controlamos precios’. No, eso sabemos que no alcanza. ‘Bueno, bajamos el financiamiento monetario al sector público’. Es algo, pero no es todo. Se necesita un programa macro consistente en general, pero me parece difícil que se controle en el corto plazo, porque además hay presiones inflacionarias como el tema de tarifas o la guerra, así que lamentablemente por un tiempo vamos a seguir conviviendo con altas tasas de inflación.
-¿Cuál es su opinión sobre las retenciones?
-Es un impuesto que en la teoría es mal visto. En la Argentina teníamos un caso, bastante sólido, que incluso se aceptó en negociaciones con el Fondo. El tema viene de una discusión larga que tiene que ver no solo con la fiscalidad, sino también con la necesidad de tener distintos tipos de cambio efectivo para diferentes actividades, habida cuenta de que tenemos un sector agropecuario muy competitivo y un sector industrial a subsidiar. La idea se discutía hace mucho tiempo. El caso en el que encuentro justificación clara para las retenciones son las salidas de las habituales crisis de stop and go, cuando en general la recomendación es hacer una fuerte devaluación, que te lleva al tipo de cambio a un nivel mucho más alto que el de largo pazo. El caso más claro es la crisis de 2001 y el fin del 1 a 1. El tipo de cambio pasó los $3, cuando el equilibrio estaba más cerca de $1,5. El sector que exporta empezó a cobrar 3 en lugar de 1, por algo que debería haber sido 1,5. ¿Esa diferencia es propia del sector o es una renta generada por la crisis macro? Ahí existe un argumento importante –también hay en contra– para sostener que es algo transitorio. Entonces, se ponen retenciones a productos de consumo masivo, como los agropecuarios, y hacés que el precio doméstico no siga el precio internacional, y parte de esa renta extraordinaria que se genera por la crisis y no por algo propio del sector, se la queda el Estado. Esa lógica me parece razonable y ahí defiendo las retenciones. Pero si salís de la crisis y mantenés retenciones cuando el tipo de cambio no está en ese nivel extremadamente alto, tenés un problema que afecta al sector.
-¿Y cómo es la situación actual?
-En los 2000, cuando tendrías que haber sacado las retenciones, subieron los precios internacionales, y usaste esa herramienta como un mecanismo de apropiación de la excesiva renta por ese contexto global, y la discusión es otra. Porque si sube el precio internacional, tenés que ver si es para siempre o transitorio. Y si es este último caso, hay herramientas más razonables, como un fondo contracíclico, que acá nunca se pensó. Y si es un cambio que afecta la rentabilidad de largo plazo del sector, los instrumentos tributarios son otros, como el impuesto a la renta o el inmobiliario. En la Argentina hicimos abuso de las retenciones, se usaron cuando no correspondía y ahora la situación es rara, porque tenés un tipo de cambio marginal por las nubes, mucho más arriba que el de largo plazo, y un tipo de cambio oficial por abajo del de largo plazo, con retenciones sobre el oficial. Ahí estás generando malestar, incentivos raros, que pueda haber contrabando, elusión. Hay que sentarse con el sector y volver a cierta normalidad consensuada.
-Comentaba el tema de las ideas en el debate público y muchas veces se apunta contra los gastos ‘de la política’ o el empleo estatal. ¿Qué impacto tiene ese rubro?
-No alcanza y no es nada de plata. Cuando se mira el presupuesto, el 40% del gasto es el sistema previsional, y ahí hay una gran dificultad, porque son derechos adquiridos; en el corto plazo, las posibilidades de hacer algo son pocas. Se habla de revisar los regímenes especiales, que no es significativo. Entonces, lo que hacen los gobiernos es ir retocando las fórmulas de movilidad, le sacás un trimestre de actualización, o cambiás el índice para que dé más bajo. Pero eso después va a la Justicia, hay un fallo en contra y algún gobierno lo va a tener que pagar. No alcanza. Lo duro del gasto público son los derechos adquiridos; y cuando eso existe, entonces hay que trabajar sobre la calidad de la prestación de los servicios.
-Mencionaba la cuestión de la ineficiencia del sistema tributario. ¿A qué se refiere?
-Hay un tema muy lamentable. A lo largo de las últimas décadas, la Argentina fue manteniendo un nivel de presión tributaria que estaba entre el 20% y el 24% del PBI, y financiaba un nivel de gasto algo mayor. Teníamos déficit y, cuando aparecía una crisis, había cierto consenso para incorporar impuestos de emergencia. Hay una larga lista: Bienes Personales, retenciones, etcétera. Lo que pasó, y ahí hay un punto que marca un poco la imposibilidad actual, es que, cuando salimos de la crisis de 2001, llegamos a tener superávit fiscal con impuestos de emergencia, pero en aquel momento se mantuvo toda la artillería, y en vez de ir adecuando las finanzas públicas se fueron generando nuevos programas, nuevos gastos y aparecen moratorias, subsidios a la energía. Y en la siguientes crisis, en 2008 o ahora, no tenés margen.
-Mencionaba antes el tema de la informalidad. ¿Sirve bajar impuestos al trabajo?
-¿Alguna vez dio resultado? Nunca lo vi. Hay un punto. La reducción de contribuciones es un tema largo en Argentina. Tuvimos una primera experiencia muy fuerte en la época de la tablita de Martínez de Hoz, y después en la Convertibilidad. En esos momentos lo que pasaba era que tenías un programa anti-inflacionario con tipo de cambio fijo, buscaste un ancla en el dólar pero no estabas dolarizado, entonces seguís teniendo inflación por servicios, bienes no transables, y te cae el tipo de cambio real, entonces perdés competitividad. Y lo que se hizo fue intentar bajar las cargas al salario como forma de mejorar la competitividad. Es una política defensiva, no generáss empleo, porque se miran los datos y muestran que no se creó empleo. La discusión es si se frenó la pérdida, pero es un contrafáctico y ninguno de los experimentos terminó bien. Después está la cuestión ideológica más vinculada a Laffer, de que vos bajás impuestos y la gente paga más, pero tampoco está comprobado. Cuando bajás las contribuciones, la evidencia no muestra que mejores el empleo, mejorás la rentabilidad de las empresas. Hay una demanda de bajar impuestos, que es legítima. Y hay que validar esa decisión con una idea clara de qué servicios te está dando el Estado.
-Cuando habló del sistema tributario comentó que era ineficiente. A eso se suma la informalidad. ¿Por dónde se puede resolver?
-La alta informalidad no solo te demanda programas de transferencias para aquellos que aquellos que están en situación complicada, po run lado, sino que te resta base con la cual financiarlo.. Es un problema doble, que es general en América Latina. Y es más grave en los casos de países que no tienen una fuerte fuente de ingresos vinculados a los recursos naturales, como el petróleo o la minería. Brasil y Argentina son dos países que tienen que arreglarse con los impuestos, por eso tienen más presión tributaria. Ahora, eso demanda un mayor esfuerzo por cobrar impuestos. En el mundo, los tradicionales son el IVA, el impuesto a la renta y el impuesto al salario. En Argentina lo que se recauda es razonable, hay evasión pero es lo razonable para esta región, estás cobrando una cantidad de recursos similar a un país desarrollado, con una alícuota extremadamente alta. Con Rentas se cobra muy poco, y hay un problema serio, tal vez el más serio de todos.
-¿Por qué?
-Siempre fue el impuesto más difícil de cobrar en Argentina. Una cuestión tiene que ver con el federalismo: según la Constitución, Rentas es provincial, está cedido a la Nación entonces cada tanto hay que rediscutirlo. Otro tema es que a alguien se le ocurrió la maravillosa idea de llamarle impuesto a las Ganancias, entonces esa nominalidad sirve para que muchos digan “El salario no es ganancia”. En todo el mundo es impuesto a la Renta y la renta es de los empresarios, de la tierra y del trabajo, y eso no se discute. Lo que importa es el nivel. Esa es una discusión que nos hace perder el tiempo. El impuesto a la renta nuestro vino recaudando poco durante el tiempo, fue aumentando y tuvo un salto en los ‘90 pero ahí quedó, en una estructura donde es más fuerte el impuesto a la renta sobre las empresas que sobre las personas cuando en realidad debería ser al revés. Esa es la discusión en el mundo, para generar los incentivos correctos a la inversión, y porque la renta en definitiva termina en las familias de mayores ingresos. Deberían ir bajando las alícuotas sobre las empresas y subir sobre las personas. Ese impuesto necesita una reforma estructural muy fuerte. Es un buen caso de parches. Y vinculado a este tema, es importante discutir un impuesto que es el Monotibuto, que ha tenido una expansión muy fuerte y es una cuña que si no se cuida bien termina lesionando no solo el impuesto a la renta sino también a la seguridad social. Porque vos podés ser monotributista, lográs una jubilación mínima y el aporte no existe. En vez de ser un puente a la formalidad termina siendo una isla, una situación de excepción donde se le da un carnet de contribuyente a alguien que es casi evasor.
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