Oportunidades y riesgos de abrir la economía con un dólar atrasado
Los economistas celebran la apertura económica, pero advierten que es necesario reducir impuestos para que la industria local pueda competir con los productos extranjeros; qué puede pasar con la balanza comercial en 2025
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Luego de años de férreo proteccionismo y un régimen de altísima inflación que distorsionaba todas las variables, la economía argentina está entrando en un terreno de normalización que tiene a la apertura como uno de sus pilares fundamentales. Las recientes medidas que redujeron los aranceles a la importación de artículos de uso personal son la cara más visible para el consumidor de la nueva etapa que se abre a partir de ahora, en el camino a ser “el país más libre del mundo”, como proclamó reiteradamente el presidente Javier Milei. En la misma dirección avanza el objetivo oficial de replantear el Mercosur bajando aranceles y permitiendo acuerdos de libre comercio bilaterales.
Pero la apertura –celebrada por economistas de distinta vertiente- llega con advertencias sobre las tareas pendientes. “No hay sincronización entre las medidas que facilitan las importaciones y las que reducen los costos de la producción local. Eso me preocupa”, alertó en más de una ocasión Juan Carlos de Pablo. “El problema es que le pedimos al sector privado argentino que haga este viraje en un momento muy corto, y donde las reformas de (el ministro de Desregulación Federico) Sturzenegger operan a una velocidad distinta a la que se apreció el tipo de cambio”, sentenció un mes atrás Daniel Artana, economista jefe de FIEL (Fundación de Investigaciones Económicas Latinoamericanas).
Miguel Ángel Broda opinó en igual sentido hace dos semanas: “No se puede abrir la economía con un dólar regalado. Ya lo hicimos una vez con Martínez de Hoz y así nos fue. Necesitás darle al sistema productivo argentino tiempo de ir ajustándose, de ir aumentando la competitividad y la productividad”.
¿Qué implica abrir la economía en momentos en que el peso es la moneda que más se revaluó en el mundo en 2024 y Brasil, el principal socio comercial, se encuentra sacudido por una devaluación? ¿Cuáles son los desafíos de hacerlo con la mochila del costo argentino (altos impuestos, infraestructura deficiente) sobre las espaldas del sector privado formal?
“La frase ‘abrir la economía’ queda grande. Lo que se está haciendo es descubanizar la economía kirchnerista, no abriéndola. Están sacando las reglas más ridículas. La Argentina está dentro del Mercosur con lo cual uno puede abrir la economía en el máximo que permite la unión aduanera”, opina Ramiro Castiñeira, director de la consultora Econométrica. “Estábamos tan cerrados que, aun siendo parte de una unión aduanera, teníamos más aranceles que el resto”, agrega.
Para Sebastián Menescaldi, director asociado de EcoGo, una mayor apertura “permite incrementar la oferta de bienes para los consumidores, en general con mayor calidad y menor precio, al aumentar la competencia con la producción local y hacer el acceso más fácil”.
Marcelo Elizondo, experto en comercio internacional, también encara la discusión con una mirada general: “Si uno mira los números de las importaciones argentinas, en el año están cayendo alrededor del 20% en relación al 2023. Recién se está viendo un crecimiento interanual de las importaciones por primera vez en el mes de octubre”.
El analista completa el cuadro de situación: “La Argentina es el tercer país del mundo con menor nivel de importaciones con respecto a su PBI (Producto Bruto Interno). Esos son datos del último año, del Banco Mundial. Probablemente, con la caída de las importaciones registrada este año todavía estemos en un lugar peor y seamos o el más cerrado o uno de los dos más cerrados”.
De acuerdo con las cifras de Elizondo, las importaciones de los últimos años representaron un 16% del PBI, cuando en el mundo ese porcentaje se ubica en el 30% y en América Latina, en el 27%. “Tenemos el nivel más bajo de la región. La Argentina debe importar más porque con bajas importaciones uno sufre desacople tecnológico, baja tasa de inversión, muy baja capacidad de desarrollo de cadenas de valor internacionales”, complementa.
Para subrayar la importancia de salir del encierro, ofrece otro dato: según un trabajo de la OCDE, el 25% de las exportaciones mundiales llevan contenido importado. La Argentina y Arabia Saudita son los países con menor contenido importado en sus exportaciones, con alrededor del 7%, contrasta.
En esa línea, Jorge Vasconcelos, investigador jefe del Ieral de la Fundación Mediterránea, destaca que una economía más abierta “permitiría comenzar a revertir la pérdida de inserción de la Argentina en el mundo” y muestra los datos de la participación de las exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial (MOI) en las exportaciones mundiales. Mientras que, en 2009, la Argentina tenía una participación del 0,25%, en los años siguientes comenzó un derrumbe que llevó ese porcentaje al 0,16% en 2023.
“La apertura con sesgo exportador es necesaria para crecer, pero deben darse al mismo tiempo las condiciones para un sólido entramado productivo, con capacidad para la “creación y difusión de tecnología”, que alimenta pymes pujantes”, aclara Vasconcelos.
Un salto importador en 2025
¿Qué puede pasar con las importaciones en 2025? El investigador jefe del Ieral realizó un reciente análisis de cómo se están comportando y cuánto podrían crecer el año próximo. Tras confirmar que el piso de la recesión se alcanzó en abril, Vasconcelos observó que las importaciones no energéticas pasaron de US$4500 millones a US$5800 millones hasta octubre, una suba del 29,6%. Es decir que, desde abril, por cada punto de recuperación del PBI, el aumento de las importaciones no energéticas fue de 7,5 puntos, “un fenómeno significativo, que en parte tiene que ver con las restricciones preexistentes para las operaciones de comercio exterior, pero también puede estar adelantando un sesgo pro-importaciones del actual ciclo de salida de la recesión”, evaluó.
Al comparar cómo fue la salida de las últimas recesiones con el momento actual, Vasconcelos pone el foco en las importaciones no energéticas –dado que el sector energético ya no demanda divisas como antes por su crecimiento exportador- y proyecta que el año próximo aumentarán un 22%, “acorde a la variación del nivel de actividad, la tendencia de apreciación del peso y la reducción de impuestos para el ingreso al país de productos extranjeros”. Prevé, incluso, que ese aumento podría ser superior, en la medida en que persista el actual escenario de un real ultradevaluado en Brasil (en torno a los 6 por dólar).
Si las importaciones crecen más de lo previsto, claro, se necesitarán dólares extra para financiarlas, porque el superávit comercial caerá, según los cálculos del Ieral, de unos US$17.700 millones este año a unos US$11.500 millones en 2025 en el actual contexto de un dólar barato. Las exportaciones del año próximo alcanzarían los US$85.000 millones (desde US$79.300 millones en 2024) y las importaciones, los US$73.500 millones (desde US$61.600 millones en que cerrarían este año).
En resumen, para que la economía sostenga ese crecimiento necesita que se mantengan las condiciones financieras de los últimos meses que en parte alimentó el blanqueo, con disponibilidad de dólares y crédito para las empresas a través de colocaciones de Obligaciones Negociables (ON). Una mayor dependencia del mercado de capitales, sintetiza el Ieral.
Ricardo Delgado, presidente de la consultora Analytica, siembra un interrogante sobre ese esquema, porque las reservas netas del Banco Central –recuerda- siguen siendo negativas. “No hay dólares para salir del cepo de manera ordenada y aun así sostienen una política de tipo de cambio que se va apreciando. Esto conlleva riesgos porque abarata las importaciones y encarece las exportaciones, que justamente es lo que hay que estimular para arrimar dólares a la economía”, afirma.
El economista y exfuncionario del Ministerio del Interior durante la presidencia de Mauricio Macri cree que “hay una decisión de disciplinar precios por la vía de las importaciones” y apunta a las medidas de fondo que habría que encarar para compensar la apreciación cambiaria, en conexión con las advertencias iniciales de sus colegas. “Son procesos que ya vimos en la historia argentina. Habría que intentar moderarlos, no con la salida fácil de la devaluación que no conduce a nada, sino con señales bien claras en términos de reducción de costos e impuestos para que la producción local compita en condiciones más igualitarias”, dice.
Igual, Delgado reconoce la dificultad del Gobierno para encarar la baja de impuestos por su impacto fiscal, el eje central de la política económica. “Eso dificulta podar los impuestos nacionales, y también hay que trabajar sobre los provinciales, como Ingresos Brutos”, dice.
En su discurso del último martes 10 al cumplir un año de gestión, Milei anticipó que el Gobierno trabaja en una reforma impositiva para 2025 que buscará reducir en un 90% la cantidad de tributos nacionales y devolverle autonomía fiscal a las provincias.
Menescaldi coincide en los riesgos de un dólar planchado: “El tipo de cambio es mucho más bajo de lo usual y los costos argentinos, la productividad, no cambiaron. Las ineficiencias de la infraestructura son las mismas. El riesgo de hacer una apertura muy rápida e indiscriminada con este tipo de cambio real es que empiece a crujir parte de la matriz productiva”. Para el director de EcoGo, hay que nivelar la cancha otorgando herramientas que permitan mejorar la productividad, luego de una etapa en la que el cierre de la economía había inclinado demasiado el terreno para el lado de la producción local.
“Lo que le sobra a la Argentina son impuestos y lo que encarece es el proteccionismo que se construye con aranceles y gravámenes. Los argentinos ya aprendieron que la inflación es un fenómeno monetario. Ahora hay que aprender que cerrar la economía no protege ni el empleo ni las divisas. Sólo protege el negociado de algunos para cazar en el zoológico”, sentencia Castiñeira.
Para Vasconcelos, la salida es “reorganizar el funcionamiento de la economía asignando al Estado y al mercado los roles que han probado ser tan efectivos en países como Corea, Israel, Irlanda, Nueva Zelanda, que incluyen una política decidida de integración al mercado mundial. Así, se gana en productividad por empresas que logran escalas adecuadas, la incorporación de tecnología y la especialización que permite capturar nichos de mercado”.
Pero, nuevamente, la reconversión productiva requiere tiempo. “Ahí entra a jugar la necesidad de un régimen de política monetario-cambiaria permanente, saliendo de la transición actual”, concluye.
Informe: Gustavo García
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