Para salir del confinamiento, el camino es multiplicar los tests
Desde el punto de vista social y productivo, la cuarentena es devastadora
Uno de los determinantes de la salud de las personas es el nivel de ingreso. Cuando la gente tiene dinero puede satisfacer sus necesidades, tiene menos preocupaciones y, cuando se enferma, puede acceder a la atención médica. Está empíricamente comprobada la correlación entre salud e ingresos.
El desconocimiento sobre cómo es la dinámica del contagio de coronavirus llevó a muchos gobiernos a apostar por la medida más extrema: el confinamiento de toda la población. Desde el punto de vista médico, la decisión es incuestionable. Pero desde el punto de vista social y productivo es devastadora. Este daño es lo que en medicina se denomina "efecto adverso del tratamiento médico". Se bajan los contagios, pero aumentan otros problemas -incluso, sanitarios- porque la gente pierde ingresos.
Por eso, la dicotomía entre priorizar la salud por sobre la economía es equivocada. Lo que se está priorizando es el criterio médico, no la salud. La salud también requiere priorizar la economía.
En la Argentina, las autoridades nacionales y provinciales están enfocadas en hacer cumplir el confinamiento, aumentar la capacidad del sistema sanitario y dar dinero a los confinados. Pero son paliativos parciales y transitorios. Con la economía paralizada y una muy alta incidencia de la informalidad, que está muy asociada a la pobreza, no hay posibilidades de evitar que mucha gente caiga en estado de mayor vulnerabilidad. Se necesitan serenidad y objetividad para ponderar y comparar los beneficios del confinamiento versus los daños que provoca.
El confinamiento es la respuesta a no saber quién está infectado y quién no. Por lo tanto, la salida es superar esta ignorancia. Esto se logra con la extensión de los tests a la población que no manifiesta síntomas. Con esto, se puede tender a aislar a los positivos y a la gente que tuvo contacto estrecho con ellos, y liberar a los negativos para que puedan ir a trabajar. También se puede entender cuán presente está el virus, si lo está, en la sociedad.
El proceso de liberación, claro está, tiene que ser gradual. Priorizando a aquellos que sean jefes de hogar y no tengan un ingreso como asalariado formal. Liberar zonas que durante la cuarentena no tuvieron casos sospechosos o que, habiendo tenido, cuentan con un sistema de salud capaz de atender un brote. Habilitar actividades en la construcción, la industria y el comercio, por ejemplo, cuando se pueda cumplir con medidas de distanciamiento físico.
La mayor limitación de multiplicar los tests es la falta de capacidad. Hasta hace poco solo estaban autorizados a hacer tests algunas instituciones públicas. Algunas jurisdicciones empezaron a habilitar al sector privado de la salud a realizarlos, pero la dificultad es que no hay insumos disponibles.
Otro obstáculo muy crítico es que hay que aplicarlos, primero, a los casos sospechosos que llegan a los centros de salud, para saber si son positivos o negativos, y a los trabajadores de la salud para vigilar el contagio intrahospitalario. Superado este requerimiento, recién se puede pensar en extender los tests a población sin síntomas. Esto obliga a hacerlo de manera estratégica. Por ejemplo, en zonas donde hay mucha población anciana o donde hay aglomeraciones que pueden convertirse en focos, como centros de distribución.
Es muy importante controlar el contagio y tener el sistema de salud preparado. Pero igual de importante es salir de la parálisis económica. El temor y los fanatismos no ayudan a compatibilizar los tres objetivos. Lo peor que puede pasar es que el pánico a la enfermedad lleve a una inacción tal, que termine produciendo más daño que la propia enfermedad.
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