La pandemia, el ejercicio de la abogacía y la necesaria innovación
Con tecnologías y a partir de estudios de la conducta, la profesión se ve desafiada
Hace poco más una década, Richard Susskind publicaba The End of the Lawyers (El fin de los abogados). Allí analizaba los obstáculos con los que tropezaban quienes ejercen esa profesión e impulsaba su reinvención. Samuel Arbesman, en The Half-Life of Facts (La vida útil de los datos), ya advertía que los conocimientos tienen una "fecha de caducidad" cercana a los diez años (hoy, quizás menor).
En los años siguientes, infinidad de cambios desafiaron la manera tradicional de actuación de quienes operan en el derecho. La "marea de datos digitales" y el crecimiento de la capacidad computacional para su análisis a gran escala (big data) alumbró la "revolución 4.0".
A la vez, iniciativas vinculadas al mundo de las leyes y de la justicia tomaron nota de la conveniencia de que las actividades jurídicas se apoyen en la digitalización y en conceptos tales como inteligencia artificial, blockchain, etcétera. Las ciencias del comportamiento comenzaron a aportar evidencia sobre el "modo real" de toma de decisiones, pulverizando nuestra "racionalidad". Distintos especialistas fueron galardonados, incluso con el Nobel de Economía (Daniel Kahneman en 2002 y Richard Thaler en 2017). Estos estudios realzan la existencia de "sesgos cognitivos" o "errores de fábrica", en los que cae sistemáticamente el cerebro al tomar decisiones (con el agravante de que no se percata de ello). La resistencia al cambio, el movimiento "en manada", la preponderancia dada a la información recibida que coincide con nuestras ideas, el examen del pasado con el "diario del lunes", el sobreoptimismo para lograr objetivos, etcétera, suelen llevar a elegir cursos de acción de los que luego nos arrepentimos.
Nassim Taleb, en The Black Swan (El cisne negro) menciona eventos súbitos y poco probables que nos enfrentan a desafíos frente a los cuales los instrumentos de siempre asoman como impotentes.
El Covid-19 obliga a reinventarnos. Obstáculos de esta magnitud muestran que la incorporación de conocimientos no tradicionales puede ayudar a que el sistema jurídico funcione de manera mucho más aceitada. Afortunadamente, y como lo ha resaltado Steven Pinker en Enlightment Now. The Case for Reason, Science, Humanism and Progress (En defensa de la Ilustración: por la razón, la ciencia, el humanismo y el progreso), el mundo nunca estuvo tan bien preparado para enfrentar una pandemia.
Un punto de partida sería incorporar estudios del comportamiento para diseñar normas y monitorear su cumplimiento. Ello incluye usar nudges ("pequeños empujones", según Thaler) para promover conductas que se ajusten a los objetivos buscados. Dichos nudges permiten, por ejemplo, incidir en la conducta de las personas abriendo un panorama auspicioso para cumplir "la cuarentena", facilitar su flexibilización de manera ordenada, evitar el desabastecimiento, desincentivar las concentraciones significativas de personas y su permanencia en lugares críticos, etcétera. Un aspecto no menor para Estados de "presupuestos apretados" como el nuestro: varios de estos proyectos suelen ser de "bajo costo" y con beneficios evidentes de muy corto plazo.
Lo antes dicho no implica que los ajustes deban ser abruptos, irreflexivos e implementados con improvisación. Byung-Chul Han en El aroma del tiempo señala que la hiperactividad contemporánea elimina la "capacidad de demorarse", arrebatándonos la posibilidad de poner en juego nuestra actuación contemplativa. El "freno social forzoso" originado en la pandemia constituye, de algún modo, la oportunidad de "demorarnos" (solo "un poquito", sin "paralizarnos") para que la creatividad florezca, repotenciándonos.
El desafío jurídico muy posiblemente sea entonces "desaprender y volver a aprender".