Nunca hay una cucaracha sola; si aparece una, es que hay más
Parafraseando al título de la nota: nunca hay una sola medida económica mala. Si ya tomaron una, vienen otras, y otras, y otras.
Ante todo, espero tengan ustedes un gran año 2022. Personalmente, de nuevo tengo el placer de recibirlos en este espacio que pretende tener una mirada social del aspecto más relevante para nuestro futuro económico: la falta de incentivos correctos para querer cambiar nuestro destino de “más de lo mismo”, de más mediocridad.
Richard Branson alguna vez dijo: “Forma bien a la gente para que pueda marcharse y trátala mejor para que no quieran hacerlo”.
Resulta que, en una ciudad muy descuidada en su limpieza e infraestructura, en un cruce de avenidas muy importantes y luego de intensas lluvias, se generó un bache gigante, pero gigante en serio. Para poder atravesarlo, los vehículos podían llegar a tardar al menos una hora. Y no les cuento cuando pasaban camiones. Tanta era la demora, que muchos vendedores ambulantes aprovecharon para vender productos muy variados en el lugar. La gente aburrida por la espera consumía sin importar mucho qué. Es así cómo en la actualidad hay puestos de choripanes, de pañuelos, de bijouterie, de helados, de barbijos, de billetes de lotería, de rifas de cooperadoras, en fin, de lo que usted se imagine.
El bache, orgulloso de sí mismo y con la complicidad de la incompetencia de quien debía arreglarlo, se hizo tan grande e importante que hasta logró tener millones de seguidores en su cuenta de Instagram, que dice: “Yo soy bache. ¡Viva lo cóncavo, fuera lo convexo!”. El otro día le festejaron el cumpleaños de 15 con fuegos artificiales.
Pero la situación llegó a un punto límite, que generó un gran dilema en esa ciudad. Era tan importante la zona comercial informal que se creó alrededor de ese importante monumento a la incompetencia que, si el municipio pretendía arreglarlo, se encontraban con la oposición y protesta de todos los ciudadanos que vivían de ese bache. Por un lado, los que querían progresar y mejorar la zona para tener una mejor convivencia, más ordenada, donde los autos no demorasen dos horas para pasar, contaminando con sus gases aún más el lugar. Por otro lado, una economía informal que vivía de ese desorden, centenares de trabajadores que dependían de esa recaudación diaria para subsistir y estaban dispuestos a todo para sostenerla.
En síntesis, el bache sigue existiendo, cada vez es más grande y es inevitable para los lugareños. Se generaron tres clases sociales: una clase alta minoritaria, (muy pocos, pero muy ricos) compuesta por los burócratas que administraban las autorizaciones para vender en el lugar y los empresarios que abastecían de mercadería a los ambulantes. Una clase muy baja, la más numerosa, que subsiste como puede, vendiendo lo que puede y como puede. Por último, una clase media en extinción, que si cuenta con algo de ahorros o educación para conseguir trabajo en otra ciudad se muda del lugar. Los que no, quedan rehenes de ese bache, y la mediocridad y el desgano se apoderan de sus destinos.
“Forma bien a la gente para que pueda marcharse y trátala mejor para que no quieran hacerlo”. En esa ciudad tratan a la gente bastante mal.
“Vivimos en un gran agujero y, aunque estén los recursos, arreglarlo es algo que ya no les conviene a los administradores”
Llegó el momento de interpelarlos: ¿no les parece que la historia del bache aplica a nuestro país? Vivimos en un gran agujero y, aunque estén los recursos, arreglarlo es algo que ya no les conviene a los administradores, porque la economía informal superó en votos a la economía formal y eso los perpetúa en sus puestos.
Un día, un profesor les preguntó a sus alumnos por qué los barrios de las personas con más recursos siempre están limpios, ordenados y bien señalizados. Todo es muy prolijo y es fácil circular tanto en auto como caminando. Sin embargo, en los barrios de personas con menos recursos, todo es más desordenado y sucio. Es difícil cruzar la calle y ni la policía ni los médicos quieren entrar ahí.
Dentro de las respuestas se destacaron:
1. Los ricos tienen más contactos políticos y reciben más plata para sus barrios por parte de los gobiernos.
Falso, los barrios ricos se autofinancian. Los barrios humildes son los más asistidos.
2. Son más educados.
Falso, en los barrios ricos trabaja mucha gente que viene de barrios humildes, incluso más que los vecinos que habitan las lindas casas. Y casualmente en esos barrios los trabajadores son muy prolijos, es más, son los que ordenan, arreglan y cuidan. Son los que vigilan, cortan el pasto o limpian las casas.
3. Es porque los ricos explotan a los trabajadores.
Falso, muchos hogares de clase alta o media tratan mejor a sus empleados o ayudantes, que como a estos los tratan en sus propios barrios o incluso en sus propios hogares.
Entonces: los más pudientes están fascinados con vivir así y quieren hacerlo para toda la vida. Se sienten parte de ese mundo y lo cuidan. Hacen lo que sea por pertenecer. El que viene de un barrio desprolijo y trabaja en un barrio mejor, se da cuenta de que no quiere vivir en su barrio, no se siente parte y no lo cuida porque va a hacer lo posible para salir de ahí.
Es así como nuestro país va sacrificando a su clase media, esa clase pujante que nos diferenció como nación por sus ansias de progresar. Los que pueden se van o, si resisten, son empujados a la clase baja.
Ponderamos la educación, la seguridad y la salud. Pero dentro de nuestro inmenso gasto público, quienes peor remunerados están son nuestros médicos, docentes y personas que trabajan en las fuerzas de seguridad. ¿Quién va a querer dedicarse a esas nobles profesiones en el futuro?
“Dentro de nuestro inmenso gasto público, los peor remunerados son los médicos, los docentes y quienes trabajan en las fuerzas de seguridad”
A modo de ejemplo, cierro esta nota con el diálogo imperdible entre el recaudador y su jefe (extraído del libro de Jean-Baptiste Colbert, ministro de Finanzas entre 1665 a 1683, durante el reinado de Luis XIV de Francia).
Plantea el recaudador: “Señor gobernante, seguir sacándole plata al contribuyente es imposible. ¿Me puede explicar cómo se va a seguir gastando si estamos endeudados hasta el cuello?”.
Responde el gobernante: “Es verdad si uno es un simple mortal, si gasta más de lo que le ingresa, termina inevitablemente en la bancarrota. Pero el Estado, cuando se habla del “Estado”, mi amigo, es otra cosa, ¡siempre puede seguir gastando!”.
Recaudador: “¿Y cómo vamos a hacer nosotros ahora, si ya creamos una cantidad de impuestos inimaginable y el pueblo no da más? Le aseguro que a los pobres ya no les podemos sacar más nada”.
Gobernante: “¡Siempre se pueden crear nuevos impuestos! A los pobres no, pero a los muy ricos tampoco. Los pobres no pueden y los muy ricos tienen muchas maneras de eludirlos, y, además, necesitamos que financien nuestra campaña política”.
Recaudador: “Entonces, ¿cómo hacemos?”.
Gobernante: “¡Pues, hay una enorme cantidad de gente entre ricos y pobres!: la clase media. Son todos aquellos que trabajan soñando con ser ricos y viven temiendo llegar a pobres. ¡Es a estos que debemos crearles nuevos impuestos, cuantas más cosas les quitamos más trabajan, más se esfuerzan porque lo que realmente les aterra es ver cómo viven los pobres!”.
Amigo lector, le recomiendo leer La rebelión de Atlas, el libro escrito por la autora nacionalizada estadounidense Ayn Rand y publicado en su primera edición en 1957, ya no como una novela histórica, sino como un texto predictivo de lo que puede llegar a suceder.
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