Nuevo clima de época: recesión con ilusión
La tensión temporal se consolida como el elemento crítico y central para interpretar la tumultuosa realidad en la que estamos inmersos. De ese nodo, donde presente, pasado y futuro colisionan y luchan por dominar el sentido, no cesan de brotar paradojas. En cuestión de semanas, pasamos con vértigo del consumo con depresión a la recesión con ilusión. Aparentemente contradictorias y, por lo tanto, paradójicas, ambas concepciones son cara y reverso de la misma moneda.
Estas verdades, que por lucir tan inesperadas como ilógicas se llevan mal con lo conocido o lo creíble, generan confusión. La sucesión de disrupciones que abruma y tiene en jaque al sistema está poniendo en crisis el marco interpretativo. Simplemente, no se entiende lo que sucede. Y cada nuevo dato que surge agudiza la perplejidad.
Muchos se preguntan cómo es posible que con una contracción de la economía real tan abrupta y evidente como la que se vivió durante enero, el Presidente tenga una imagen positiva del 57%, de acuerdo con la última encuesta de opinión publicada la semana pasada por Aresco. En la misma línea se ubica el índice de confianza en el Gobierno que presentó la Universidad Torcuato Di Tella para febrero: 2,57 puntos, en un gradiente que va de 0 a 5 puntos. Es medido desde hace años por una encuesta nacional de Poliarquía. Ese valor llevado a una escala de 0 a 100 puntos equivale a decir que el 51% de la población cree en la gestión de Milei. Es más: utilizando la misma técnica, se concluye que el 62% de la sociedad confía en que el Gobierno tiene la capacidad para resolver los problemas del país, siendo su atributo más valorado.
"Muchos se preguntan cómo es posible que con una contracción de la economía real tan abrupta y evidente, el Presidente tenga una imagen positiva del 57%."
Lo llamativo de este momento no es la violenta caída del consumo que reflejan los datos de enero. ¿Acaso alguien puede sorprenderse? Tanto los ciudadanos como los empresarios sabían que todo en la economía estaba crujiendo y que en algún momento “la carroza sería calabaza”. Podían dudar acerca del momento o quizá de la magnitud, pero no de la ocurrencia. El nivel de emisión monetaria, la aceleración de la inflación, la caída de reservas del Banco Central, la enorme brecha cambiaria, la necesidad de una devaluación, la deuda con los importadores y la volatilidad del dólar libre eran insostenibles. Sin importar quién triunfara en las elecciones.
Los argentinos son capaces de escuchar los tambores en la oscuridad de la selva. No fue nada casual que los consumidores compraran todo lo que pudieran antes de cada una de las instancias electorales de 2023. “No dejes para mañana lo que podés comprar hoy”, “si ahorrás, no llegás”, “perdimos el sentido de lo que valen las cosas”, “si no comprás hoy, no sabés si mañana te lo venden”, “la plata no sirve para invertir en nada, hay que gastarla toda”, eran algunas de las cosas que nos decían en los focus groups del año pasado.
Tampoco fue al azar que los fabricantes y los comerciantes se apuraran a vender, cobrar y cubrirse como pudieran. Todos corrían. El consumo se había transformado para unos y para otros en una carrera contra el tiempo. Era vox populi que, cito textual de nuestros estudios de mediados de 2023, “gane quien gane, acá va a haber un quiebre”.
Al asumir el nuevo gobierno, se tomó la decisión de poner el reloj en hora y sonaron las 12 campanadas. Asistimos ahora a la crónica de un final anunciado.
Aquella ilusión que una centennial en TikTok bautizó “fingir demencia”, y que fue utilizada como paliativo para tolerar una realidad opresiva y angustiante, previsiblemente se rompió. Nació con fecha de caducidad y se la vivió como una embriaguez meramente coyuntural y ansiolítica. Había consumo sí, pero sin horizonte. Con un salario formal promedio de apenas 470 dólares blue –valores similares a los de 2002– y una inflación que crecía de manera exponencial, tanto el mundo como los grandes bienes –casa, auto– quedaban demasiado lejos para demasiada gente. Especialmente los jóvenes. Una generación nacida y criada en la hipertrofia del deseo generada por el ecosistema tecnológico y la globalización. Todo corto plazo, todo vivir el hoy. Puro presente, sin futuro ni proyecto.
Tristeza, apatía, dolor, decepción, melancolía, impotencia, frustración y hartazgo constituyeron el abanico de los siete sentimientos oscuros entre los que deambuló la sociedad durante larguísimos y extenuantes meses. “La Argentina me duele”, fue el signo de esos tiempos, y la necesidad imperiosa de un cambio, la vibración de la época. “Esto así no va más”, “todo empeora todo el tiempo” y “me siento asfixiado”, los gritos silenciosos de la gran mayoría, independientemente de lo que votaran.
En ese entorno deprimente, los argentinos se consolaban comprando lo que podían, lo que había, lo que conseguían. Era un goce efímero que la realidad se encargaba de dilapidar una y otra vez. En esencia, un “consumo con depresión”.
Por otro lado, no es inesperado que un nuevo gobierno tenga la confianza de buena parte de la población a menos de tres meses de haber asumido. Lo que sí llama la atención y fuerza un análisis más hondo y denso es que ambas energías logren coexistir con tanta potencia. Si la realidad de hoy fuese un objeto, luciría tan intenso el resplandor de la recesión como el brillo de una nueva ilusión.
Ilusión que, en este caso, contrariamente a lo que sucedió en el pasado reciente, nace con la impronta de lo estructural. No se trata ya de “fingir demencia”, sino de volver a creer, de aferrarse a un imaginario de futuro que se daba por perdido. La palabra esperanza reapareció en el discurso público después de varios años, a pesar de la abrupta y esperada restricción que se vive y se sufre en el presente.
La otra cara de la moneda: “recesión con ilusión”, ¿cómo se explica? ¿Es esta extrañeza sostenible? ¿Cuánto tiempo? ¿De qué depende?
Buscando responder estos y otros interrogantes, acabamos de realizar nuestra primera medición cualitativa del humor social en la era Milei, basada en focus groups con largas conversaciones de dos horas con ciudadanos de las principales ciudades del país. Todavía estamos procesando y analizando ese corpus de información que obligadamente debe leerse manteniendo un hilo de continuidad con todo lo que veníamos relevando en los años anteriores.
"No se puede entender lo que ocurre si no tenemos una comprensión profunda de lo que sucedió no solo en la órbita de la economía cotidiana, sino especialmente en la dimensión moral y espiritual de las personas en aquellas tinieblas del shock 2020/2021."
Y esta es la primera conclusión inicial: no se puede entender lo que ocurre si no tenemos una comprensión profunda de lo que sucedió no solo en la órbita de la economía cotidiana, sino especialmente en la dimensión moral y espiritual de las personas en aquellas tinieblas del shock 2020/2021. La génesis de este presente tan peculiar excede las variables clásicas del marco analítico habitual, sus raíces son de otro orden.
Estamos frente a un fenómeno inédito, que produce hechos inéditos, porque se gestó en un momento absolutamente inédito. La tolerancia, la templanza y la esperanza actuales son hijas de ese dolor y aquel encierro que, en retrospectiva, la sociedad juzgó abusivos y, por ende, traumáticos.
La gente lo sabía y lo decía: “el ajuste es inevitable”. Votó siendo consciente de eso. Pero naturalmente una cosa es prever y otra muy diferente, vivir y sentir. Además, ha quedado demostrado con creces en diferentes momentos de la historia que los argentinos son mucho más hábiles para gestionar inflación que recesión. Dos factores claves que habrá que considerar en los meses por venir, al igual que la evolución de la inflación –estaría bajando más rápido de lo previsto inicialmente– y la tasa de desempleo, que podría volver a subir en el segundo trimestre, cuando los economistas calculan que se daría el piso de la recesión.
Matices de los que “la ven”
Nuestros hallazgos primarios coinciden con lo que muestran los datos duros de las encuestas. Hay una mayoría de la población que eligió, y elige creer. Utilizando la semántica del propio gobierno: que “la ve”. Obvio, no son todos. Pero sí muchos. Oscilan entre el 50% y el 60% de la población. Hay que señalar que entre aquellos que “la ven” hay matices, diferencias por edades y por niveles sociales. No es un colectivo social homogéneo, aunque sí aglutinado por la ilusión, por la recuperación del sentido, por la estimulante visualización de un nuevo amanecer y por volver a encontrar respuestas a esa pregunta tan fundamental en la intimidad de los seres humanos que estaba huérfana y vacía de significado: “¿para qué?”.
En el resto que “no la ve”, la ideología es el gran factor de cohesión. Aunque vale la pena señalar que tampoco se registra allí una estructura monolítica.
Insisto: para una contracción del consumo que, al menos en enero, tuvo “magnitud 2002″ es un dato que “quema los manuales”. Descartar la hipótesis de que acá está ocurriendo “otra cosa”, algo diferente de lo que vimos y vivimos hasta ahora, puede resultar peligroso. Del mismo modo, siempre es arriesgado subestimar la complejidad.
Por sus características intrínsecas, los entramados de múltiples nodos cuyos flujos se influencian y retroalimentan entre sí presentan una configuración que los vuelve mutantes, al menos como una latencia posible.
“Recesión con ilusión”, para el adn de la argentinidad que conocimos hasta acá es un oxímoron, un contrasentido lógico, una paradoja difícil de procesar. Tan real como enigmática.
Para analizar su devenir habrá que decodificar muy bien la tensión temporal entre un pasado que opera como un recuerdo cercano y que legitima el esfuerzo actual, un presente que promete ser aún más arduo durante los próximos meses y un futuro que volvió a iluminar el alma de millones de argentinos. Con pragmatismo, en su discurso del 1º de marzo, que midió 51 puntos de rating, algo también inédito, sobre el final, el Presidente le pidió a la sociedad dos cosas: confianza y paciencia. Resultarán vitales.
En el ejercicio de reflexión permanente que tenemos por delante será imperativo tener buen juicio, lo que necesariamente implica despojarse del prejuicio. Y combinarlo con la prudencia y la madurez. Al fin y al cabo, de eso se trata pensar, y actuar, con sensatez.
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