No solo viene la revolución productiva, sino también el salariazo
La inclusión del expresidente Carlos Menem en el recientemente inaugurado Salón de los Próceres en la Casa Rosada no es casual. Mucho del actual Gobierno, incluyendo la forma de hacer política, el alineamiento internacional y la política judicial, tiene un fuerte sabor a menemismo. En materia económica, el Gobierno también parece dispuesto a seguir los pasos del riojano. Después de todo, el presidente Javier Milei dijo en 2020 que “el primer gobierno de Menem fue el mejor gobierno de la historia… por todo lo que hizo Cavallo en el Ministerio de Economía.”
En la campaña presidencial de 1989, tras los rumores que lo vinculaban con Amalia Yuyito González, Menem resumió su plan prometiendo “salariazo y revolución productiva”. Una vez en el gobierno, implementó rápidamente la revolución productiva, mediante un impresionante plan de desregulación, apertura comercial, privatizaciones y reducción del gasto público. El salariazo vino recién una vez anunciado el Plan de Convertibilidad en abril de 1991: el consumo subió más del 10% anual durante los dos años posteriores a su lanzamiento.
Federico Sturzenegger es el encargado de implementar la revolución productiva en el actual gobierno. Es, dada la falta de mayorías parlamentarias, una versión limitada de la que implementó Menem, pero contiene en forma embrionaria los mismos elementos: privatizaciones, desregulación, apertura y reducción del tamaño del Estado.
El salariazo, mientras tanto, estuvo ausente durante los primeros meses de este Gobierno. La combinación de una fuerte devaluación, una extraordinaria caída del gasto público, la suba de impuestos y la política de licuación de activos lo impidieron. Hasta ahora.
Como bien documentó, entre otros, Martín Uribe, académico de la Universidad de Columbia, todos los programas de estabilización de la inflación basados en un ancla cambiaria registraron un fuerte crecimiento del consumo, especialmente de los llamados bienes durables, como electrodomésticos y automóviles, y una apreciación del tipo de cambio real en su fase inicial. Hay varias razones que permiten explicar este fenómeno. Una es que la inflación es un impuesto, y al bajar ese impuesto se liberan recursos para el consumo. Otra es que, cuando hay incertidumbre sobre cuánto durará la estabilización cambiaria e inflacionaria, los consumidores aprovechan y suben su consumo de bienes durables, cuyos precios siguen de cerca el tipo de cambio. Otros argumentan que cuando hay una estabilización del tipo de cambio la tasa de interés cae rápidamente, pero si las expectativas inflacionarias tardan más en caer –lo que puede ocurrir por falta de credibilidad–la tasa de interés real (ajustada por inflación) cae fuertemente y se incentiva el consumo.
“Mucho del Gobierno, incluyendo la forma de hacer política, el alineamiento internacional y la política judicial, tiene un fuerte sabor a menemismo”
Las condiciones hoy parecen más dadas para iniciar una versión limitada del salariazo. En primer lugar, la mayor parte del ajuste fiscal inicial ya fue ejecutado, y en el margen el Gobierno estará reduciendo impuestos con la baja del PAIS. Los salarios, medidos en dólares, ya recuperaron gran parte de lo perdido con la devaluación de diciembre, y desde mayo el crédito en pesos crece a tasas mucho mayores que la inflación.
En el mismo sentido, en el marco de este programa desinflacionario basado en un ancla cambiaria, el peso ya está caro con respecto al dólar, haciendo más baratos los productos dolarizados, como los bienes durables, en términos de salarios. Si bien un botón puede no servir como muestra, una hamburguesa famosa sí. El viernes 2 de agosto la revista The Economist actualizó su Índice Big Mac, que mide el precio en dólares de la hamburguesa homónima en distintos países del mundo, dos veces al año. La Argentina pasó de tener una de las hamburguesas más baratas del mundo en diciembre, a tener la cuarta más cara, después de Suiza, Uruguay y Noruega, en junio de este año.
A esto se suman dos factores que permitirán bajar el precio de los bienes e insumos importados en los próximos meses. En septiembre el impuesto PAIS, que opera como una sobretasa a los aranceles a la importación, caerá de 17,5% al 7,5%. Recientemente, además, el Banco Central (BCRA) redujo el plazo para pagar la mayor parte de las importaciones de cuatro a dos meses, y para los autos de 180 a 90 días. Gracias a esto, algunos importadores que antes preferían traer los bienes pagándolos al Contado Con Liqui (CCL), más caro que el dólar oficial, ahora lo harán vía el mercado oficial (MULC).
Con un tipo de cambio atrasado, pero con incertidumbre sobre cuando se abrirá el cepo, lo cual podría llevar a un salto cambiario y, por lo tanto, a un encarecimiento de los bienes más dolarizados, el momento es ahora. El salariazo, un aumento del consumo de bienes durables, si no comenzó, debe estar por comenzar. El dato de patentamiento de autos de julio, de 42.892 unidades, que compara con un promedio de 32.881 unidades por mes durante el segundo trimestre, sugiere que ya comenzó.
“Federico Sturzenegger es el encargado de implementar la revolución productiva en la actual gestión, que es una versión limitada de la de Carlos Menem”
Este salto en el consumo de bienes durables traerá una mejora en los niveles de actividad industrial y en el PBI, ya que la Argentina es un país bastante cerrado a las importaciones y, entonces, muchos de esos productos saldrán de fábricas locales. Seguramente también repercuta positivamente en la popularidad del Presidente. Pero no está exento de costos.
El principal es que, si bien muchos de los bienes se producen aquí, tienen un gran porcentaje de componentes importados. Según un trabajo del ECYT-AR, aunque no hay datos oficiales se estima que se importa el 75% de los componentes utilizados por la industria tecnológica de Tierra del Fuego. En el caso de los automóviles, según un estudio publicado en Cenital, el componente importado supera el 60%.
Es decir, el aumento del consumo de bienes durables elevará el monto de las importaciones en los próximos meses, presionando aún más a las reservas internacionales. Estas subieron solo US$4300 millones en lo que va de 2024, cayeron US$1640 millones desde fin de junio, y se encuentran hoy en un nivel menor que el de fin de enero. Las reservas netas, que se habían vuelto positivas en mayo después de muchos meses, volvieron a ser negativas, y a fin de julio estaban cerca de menos US$4500 millones.
El Gobierno está en negociaciones con bancos para obtener préstamos, incluyendo US$1000 millones del Santander, como reveló Bloomberg la semana pasada, y con una empresa china, como contó Florencia Donovan en LA NACION el viernes. Los acreedores de bonos en dólares, sin embargo, quieren ver a las reservas subir más allá de estas martingalas financieras, y seguramente no vean con buena cara si las importaciones aumentan.
Hay datos adicionales que permiten plantearse si este mini boom de consumo no es una manifestación más de otro fenómeno subyacente: una política monetaria demasiado expansiva. Todo se inició con la última baja de tasa de política monetaria, del 50% al 40% anual, que implementó el BCRA el 14 de mayo. A partir de allí la presión sobre la brecha cambiaria aumentó, hasta que solo pudo ser controlada mediante el anuncio de intervención que hizo el Gobierno el 13 de julio.
Para recordar, el anuncio de intervención en el CCL coincidió con uno que hacia parecer que la política monetaria se iba a endurecer, cuando el ministro de Economía Luis Caputo dijo que la cantidad de pesos quedaría constante. El BCRA luego clarificó que el objetivo se refería a la Base Monetaria Amplia, que incluía no solo los pesos en circulación, sino también los pasivos remunerados del BCRA existentes al 30 de abril de 2024. Esto deja amplio espacio para que la base monetaria crezca. De hecho, así fue: se expandió en un 9,4% desde el anuncio de mediados de julio, en un movimiento que parece exceder los cambios estacionales de la época.
Otro fenómeno que puede estar mostrando que la política monetaria es demasiado expansiva es la inflación. El dato de julio revelado por la ciudad de Buenos Aires generó preocupación. No solo porque se aceleró desde el 4,82% en junio al 5,1% en julio, en parte impulsada por precios estacionales, sino porque medidas de inflación más ligadas al ciclo económico muestran una importante inercia. La inflación núcleo calculada como hacen en los Estados Unidos –excluyendo energía y alimentos– fue de 5,86%, contra 4,12% de mayo y 4,37% de junio. La inflación de bienes no comerciables internacionalmente, excluyendo los servicios regulados, subió del 4,65% en junio a 6,85% en julio. Veremos qué dice el Indec sobre la inflación a nivel nacional, pero las expectativas de que vendría por debajo del 4% mensual quedaron atrás.
Si la política monetaria fuese muy expansiva, el BCRA debería subir la tasa de interés. Esto permitiría bajar la brecha y hacer más caro el crédito, ayudando a moderar los precios. También, sin embargo, podría abortar parte del salariazo. Es una sábana corta. Más genéricamente el Gobierno, que en lo estructural está implementando un programa impresionante, todavía tiene que desenmarañar el programa monetario y cambiario. De otra manera, corre el riesgo de que al intento de replicar el salariazo le quepa las palabras del némesis de Milei, Karl Marx, cuando dijo que la historia se repite dos veces, la primera como tragedia y la segunda, como farsa.
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