No hay una guerra de divisas, pero hay varios manipuladores
El yen ha caído 25% contra el dólar estadounidense desde septiembre, una devaluación alentada por el nuevo gobierno y el nuevo gobernador del banco central japonés.
La única razón por la que el franco suizo se ha mantenido estable frente al euro es la intervención del banco central. La moneda se cotizó el miércoles a su menor nivel en los últimos dos años cuando el presidente de la entidad señaló que se podría hacer más para debilitarla.
El nuevo shequel israelí se estaba fortaleciendo hasta que el banco central anunció este mes que vendería la divisa para reducir su valor.
El yuan se ha apreciado 3% contra el dólar en los últimos doce meses, pero sólo con la rapidez que permite el gobierno.
Todo esto ha hecho que los titulares sobre una nueva "guerras de divisas" hayan vuelto a aparecer.
La frase es engañosa, sostiene Barry Eichengreen, historiador económico de la Universidad de California, en Berkeley. "Sólo porque un país experimenta una depreciación de su tasa de cambio, ¿significa necesariamente que está inmerso en una guerra de divisas?". La respuesta corta es no. Pero la decisión de qué constituye y qué no una táctica cambiaria inaceptable adquiere particular importancia en momentos en que la economía mundial necesita toda la ayuda que pueda conseguir. Economistas, ministros de Finanzas y los comunicados de los bancos centrales distinguen entre dos circunstancias.
Una es que el banco central esté imprimiendo dinero para estimular el crecimiento, una política conocida como relajamiento cuantitativo. Es lo que está ocurriendo en EE.UU. y Japón. Aumentar la oferta de una moneda tiende a reducir su precio, el tipo de cambio. Eso se considera aceptable.
La otra circunstancia es una economía en la cual el gobierno interviene activamente en los mercados cambiarios para devaluar la moneda, impulsar las exportaciones y robar demanda de otros países. Es el caso de China y eso no es aceptable.
Los "países que absorben el impacto de estas políticas comprensiblemente combinan las dos" situaciones, señaló Fred Bergsten, quien acaba de retirarse como director del Instituto Peterson de Economía Internacional, en una conferencia realizada la semana pasada en el centro de estudios en Washington.
De ahí surgen las críticas de Brasil, Corea del Sur e Israel que ven cómo suben sus monedas —lo que amenaza el crecimiento de sus exportaciones y economías— debido a las políticas monetarias de las grandes economías. No les importan mucho los motivos.
Pero la distinción es importante. El mundo sufre de una falta de demanda y un exceso de desempleo. La noción de que Japón o EE.UU. no deberían ensayar una política monetaria agresiva porque afectará las tasas de cambio es miope. "¿Acaso los mercados emergentes estarían mejor si las economías avanzadas que corren el riesgo de deflación y recesión abandonaran sus políticas (monetarias) no convencionales?", pregunta Eichengreen.
Sin embargo algunos países están manipulando sus monedas, deprimiéndolas para preservar grandes superávits de exportaciones al vender grandes cantidades por dólares o euros. China es el mayor perpetrador, pero no es el único. Bergsten y su colega Joseph Gagnon tienen una lista de más de 20 entre los que figuran Dinamarca, Hong Kong, Malasia, Singapur y Suiza, entre otros. No figuran países latinoamericanos.
Pero no hay códigos escritos ni aceptados internacionalmente sobre cómo mediar en disputas de divisas. Cuando Suiza, por ejemplo, afirma que una moneda más barata no es más que una forma de derrotar la inflación y protegerse del pánico del mercado en torno al euro, no hay una forma acordada de evaluar ese argumento.
Eso presenta dos problemas. Uno, reactivar el crecimiento global exige un esfuerzo consistente, coherente y colectivo de las principales economías. Lanzar al vuelo acusaciones de "guerra de divisas" interfiere con eso.
Dos, sin un consenso más claro de lo que está permitido, hay un riesgo de que Japón o Europa recurran a abaratar directamente sus monedas. Japón tiene la costumbre de hacerlo. Eso sí sería una guerra de divisas.