No es tiempo de milagros
La economía global se expande desde la Segunda Guerra Mundial como nunca antes, y el ingreso por habitante crece en los últimos 4 años a un ritmo récord en perspectiva histórica. Esta expansión económica es generalizada (o sea, todos los países crecen) y convergente (es decir, las naciones menos desarrolladas crecen a mayor ritmo que las desarrolladas). Asimismo, el crecimiento permite reducir la pobreza: por ejemplo, en países como India y China, el aumento del ingreso per cápita posibilitó que en años recientes más de 1000 millones de personas salieran de la indigencia.
La notable expansión del comercio internacional, cuyo ritmo de crecimiento duplica al del PBI mundial, y el dinamismo de la inversión extranjera que crece aun más que el comercio, han sido los factores esenciales en esta formidable transformación de la economía global. La eliminación de las barreras que afectan el flujo de bienes, servicios, capital y mano de obra, si bien se está produciendo a distintas velocidades en diferentes partes del mundo, es un fenómeno universal que ha dado lugar a un fuerte crecimiento del comercio y de la inversión. A su vez, la mayor apertura y la competencia externa resultante han llevado a los productores domésticos de todo el mundo a innovar, reducir costos, optimizar procesos productivos, y atraer capitales y nuevas tecnologías, mejorando así su eficiencia y competitividad. Todo lo anterior dio origen a la etapa actual de inédito crecimiento del PBI per cápita global basado principalmente en las mejoras de la productividad (es decir, se produce más utilizando los mismos insumos y factores disponibles).
En suma, a pesar de la corriente latinoamericana que va en contra de economías más libres y abiertas (Castro, Chávez, Morales, ...), lo cierto es que el extraordinario crecimiento del mundo responde a la libertad económica y el respeto a reglas de juego capitalistas que pusieron en marcha a la iniciativa privada, la creatividad de emprendedores, la competencia y los beneficios del comercio internacional.
De los párrafos precedentes se desprende que la competitividad es la clave para el crecimiento alto y sostenido, entendiéndose por competitividad al conjunto de factores, políticas e instituciones que determinan el nivel de productividad de una nación. Y aquí, además del grado de inserción al mundo, hay otros factores determinantes que en realidad constituyen el secreto de los países exitosos. Entre ellos, se destacan: i) la calidad institucional (especialmente, el respeto de derechos de propiedad, transparencia, independencia de poderes y seguridad jurídica); ii) la eficiencia de los mercados y sofisticación de los negocios (grado de competencia, ausencia de distorsiones, flexibilidad del mercado laboral y apertura del mercado financiero); iii) la infraestructura (oferta de energía, calidad de rutas, costos de transporte); iv) la educación (acceso y calidad de la educación básica, pero especialmente instrucción terciaria) y v) la innovación tecnológica (protección a la propiedad intelectual y gasto en investigación y desarrollo). Por último, vi) es condición necesaria para el crecimiento el mantenimiento de la estabilidad macro.
¿Pero cómo califica Argentina en relación a estos factores? No muy bien. Recientemente, el World Economic Forum dio a conocer su nuevo Indice Global de Competitividad donde evalúa justamente los aspectos antes mencionados para 125 países y la Argentina se ubicó en el puesto 69, o sea bastante por debajo de los mejores (Suiza, Finlandia, Suecia, Dinamarca y EE.UU.), y también atrás de varios vecinos como Chile, Colombia, México y Brasil. Pero lo preocupante no es sólo el mediocre posicionamiento dentro del índice, sino la espectacular caída que tuvo nuestro país en relación al año anterior, retrocediendo 15 lugares desde el puesto 54 (sólo Nigeria retrocedió más: 18 puestos). La Argentina cayó fuertemente en rubros tales como calidad institucional, eficiencia de mercados, infraestructura, innovación y educación avanzada. Pero hubo buenas noticias: hemos mejorado algunos puestos en los rubros marco macroeconómico y educación básica.
A pesar de la mala calificación general de Argentina, nos da la impresión que si el oficialismo logra conservar la estabilidad macro lograda en los últimos años, hay chances de cambiar la historia de más de tres décadas de volatilidad interna y vulnerabilidad externa, al cabo de las cuales la economía creció a un promedio de apenas 1,3% anual. Con una macroeconomía más estable y menos vulnerable, y un contexto internacional que sigue siendo favorable, existe la posibilidad de modificar el sistema de incentivos de los agentes económicos. En el pasado, la forma de generar riqueza en la Argentina pasó principalmente por el arbitraje de activos. En el futuro, con estabilidad, puede basarse en la búsqueda de rentabilidad a través de mejoras en la productividad, los costos y la competitividad. Sin volatilidad macro, el país podría lograr un piso de crecimiento pos-2007 que superaría en 2 o 3 puntos anuales al de la magra performance de los últimos 35 años.
Hay un premio mayor aún, que consiste en "apostar al milagro económico" (con tasas de crecimiento de 6/7% anual sostenibles en el tiempo) aprovechando a pleno el extraordinario ciclo de globalización y crecimiento que atraviesan la economía y el comercio internacional. Para ello sería necesario además de consolidar la estabilidad macro, emprender las reformas que han hecho los países exitosos.
El poder del mercado
La experiencia mundial muestra que el mercado es la más poderosa institución para mejorar el nivel de vida de la gente ya que no existe ni se inventará algo mejor. Pero el mercado necesita Estado para lograr los seis factores antes mencionados a fin de atraer inversiones e incrementar la productividad. Tal es la importancia que otros países latinomericanos le atribuyen a este tema que su gestión de gobierno se mide en función de la mejora que puedan lograr en el ranking de cada uno de los rubros que componen el índice de competitividad.
Desafortunadamente, en el caso argentino, el Estado en vez de encauzar su gestión para mejorar la competitividad y apostar al premio mayor, interviene activamente en la economía con subsidios cruzados de todo tipo e incentivos perversos de estímulo a la demanda y desestímulo a la oferta; trata de sustituir al mercado poniendo precios de insumos claves muy por debajo de sus costos de producción; y amplifica las distorsiones interviniendo en la economía de forma creciente (por ejemplo, acaba de sancionar la Resolución 25/2006 de desabastecimiento).
Tal como se presentan los pronósticos, el kirchnerismo no apunta a un milagro que coloque a la Argentina dentro del conjunto de países más exitosos en aprovechar las oportunidades que brinda la economía mundial.
- El próximo domingo: el columnista invitado será Nadin Argañaraz.