No es la hora de la complacencia
Siempre hemos reconocido los espectaculares resultados económicos y sociales de la era K. Es que no se puede menos que disfrutar de ver un PBI que lleva acumulado un crecimiento del 48% en los últimos 20 trimestres, y una desocupación que está por debajo del 10%. Pero más allá de esta mirada del corto plazo, es necesario ver los procesos en perspectiva: en los últimos 36 años, países como EE.UU., Chile, Canadá, Australia han duplicado por lo menos su PBI per cápita, mientras que el de la Argentina es apenas un tercio más alto. Más aún, desde 1998, hemos crecido el 15%, sustancialmente menos que vecinos como Perú (38%), Colombia (26%) o Brasil (24%). No es, por lo tanto, momento de ser complacientes, sino de encarar los problemas que enfrenta la economía argentina y las dificultades para resolverlos:
Una inflación macro moderadamente alta (hoy en torno al 13-14% anual), distinta a la "oficial Indek" (9%), cada vez más generalizada, con precios reprimidos, señales de desabastecimiento y expectativas en ascenso.
Es el resultado de que la demanda agregada, "fogoneada" por políticas expansivas, esté creciendo más que la oferta. Y tiene costos: es un impuesto para el público; produce pérdidas de eficiencia; reduce la demanda de saldos monetarios reales; distorsiona el sistema tributario y genera redistribuciones de ingresos, al incentivar la puja distributiva. Además, cuanto más alta y persistente es la inflación, se intensifica su inercia volviéndose más difícil bajarla. La gran dificultad de la próxima administración es reducir la inflación macro sin provocar una notoria desaceleración del nivel de actividad cuando todavía quedan pendientes importantes ajustes de precios relativos. La tarea no es sencilla, pero lo cierto es que cuanto más rápido se la encare, menor será el costo en términos de PBI y empleo;
La insuficiencia de la inversión, y especialmente de inversión de calidad, sobre todo de largo plazo en energía e infraestructura. Hasta ahora, la Argentina no requirió fuertes aumentos en el stock de capital para que el PBI creciera de manera extraordinaria, debido al gran salto de productividad que suele producirse en la fase de recuperación del ciclo (el uso de la alta capacidad ociosa permite generar más producción con el mismo stock de capital). A futuro, el aumento del empleo se limitará al crecimiento de la población económicamente activa (con un desempleo cercano a la tasa natural), con lo cual el aumento del PBI dependerá más del crecimiento del stock de capital reproductivo.
Más aún, con un PBI que tiende a desacelerarse, los requerimientos de inversión en equipos durables por unidad de producto serán crecientes y la productividad total de los factores crucialmente dependiente de dicha inversión. Será clave generar incentivos adecuados y un horizonte de previsibilidad que estimulen las inversiones necesarias para sostener el crecimiento de mediano plazo;
El riesgo de pérdida de la estabilidad macro, ante la tendencia declinante que muestra el superávit fiscal por la fuerte expansión del gasto público. Este año el resultado primario consolidado sería de alrededor de 2,5% del PBI (Nación 2,8% + Provincias -0,3%), mientras en 2004 ascendía a 5,3% (3,9% + 1,4%). Es decir, en tres años de crecimiento récord, caería 2,8 puntos. En Chile, sucedió todo lo contrario: en estos años de bonanza, el superávit primario trepó del 3,2% al 9% del PBI entre 2004 y 2006.
Dos cosas son ciertas: a) el superávit fiscal actual estaría por encima del necesario para mantener constante el ratio deuda-PBI (superávit éste del 1,8%, suponiendo un crecimiento de mediano plazo del 4% y una tasa de interés del 7%, pero por cada punto menos/más de crecimiento o de tasa se requieren 0,6 punto más de superávit), y b) el deterioro fiscal no elevaría significativamente el faltante financiero de este año (a lo sumo habría que emitir deuda por US$ 1500 millones adicionales si el superávit primario nacional fuera de 2,8% en lugar de 3,5% del PBI y además está el amigo "Hugo"). Sin embargo, lo preocupante es la tendencia descendente del superávit fiscal.
El próximo gobierno enfrentará el desafío de no debilitarlo aún más, y para ello tiene dos opciones, ambas con costos asociados: subir impuestos o reducir el ritmo de expansión del gasto.
Elevar la presión tributaria ya en nivel récord podría atentar contra la inversión empresarial. Morigerar el gasto, en un contexto de fuertes compromisos asumidos (generosa moratoria, reforma previsional, etc.) no será tarea sencilla y traerá aparejada una mayor conflictividad social.
Un intervencionismo estatal creciente, que provoca distorsiones cada vez más serias en los mercados, lo que afecta la eficiencia en la asignación de recursos, con pérdida de bienestar y competitividad externa. Este intervencionismo es el reino del "caso por caso", del predominio de la discrecionalidad, que termina en un complejo entramado de trabas burocráticas cada vez más difícil de desarticular.
Basta citar que para poner en marcha el subsidio de $ 0,05 al litro de leche cruda ¡ya fueron necesarias más de 10 normas! Más grave aún, donde el gobierno hizo más uso y abuso de intervenciones (como en carnes y lácteos) ya se hacen visibles los efectos nocivos: faltan productos en góndolas de supermercados. El gran problema a futuro será desenmarañar la telaraña de intervenciones sin generar subas de precios más allá de lo social y políticamente tolerable y al mismo tiempo generar incentivos para producir e invertir. Menuda tarea.
La falta de una adecuada inserción internacional. La Argentina es hoy una Nación más aislada. En los últimos 60 días, tres presidentes de países desarrollados visitaron la región, pero ninguno vino aquí. No se puede emitir deuda con legislación internacional por miedo a que los fondos sean embargados por los acreedores que no aceptaron el canje. No se ha salido del default con el Club de París. En los 90 la inversión extranjera directa (IED) representaba el 15% del total invertido en América latina, hoy es apenas 5%. Entonces, el país recibía más del doble que Chile, hoy la mitad. La IED depende cada vez más de la reinversión de utilidades locales y menos de los aportes de las matrices.
El capitalismo mundial, que ha permitido en los últimos cuatro años el mayor crecimiento histórico del PBI per cápita internacional, ofrece hoy excelentes oportunidades para integrarnos y salir ganando, pero no lo estamos aprovechando. El desafío será diseñar una sana estrategia de reinserción en el mundo, mirando más allá de Caracas y la isla Margarita.
La historia indica que en la Argentina, cada vez que se incuban problemas serios, éstos terminan siendo resueltos tardíamente y al mayor costo posible. Ojalá que el futuro gobierno se decida a encararlos más temprano que tarde.
- El próximo domingo: el columnista invitado será Roberto Frenkel