¿No era que con tarifas congeladas se ganan elecciones?
Con el resultado de las PASO, la política tendrá que reprogramar el GPS porque ha quedado en claro que los costos políticos de una inflación alta pueden ser mayores que los costos de contar con precios y tarifas energéticas con valores actualizados. Es que la convicción de que subir tarifas para que recuperen costos y remuneren la inversión hace perder elecciones está cimentada en un sofisma que promueve el populismo: aquel que asume que la inflación no tiene nada que ver con el déficit fiscal y su financiamiento con emisión monetaria.
El primer mensaje falaz donde abreva esta confusión es el que minimiza las consecuencias de no tener tarifas energéticas que recuperen costos económicos y que, por tanto, deben ser subsidiadas. Es obvio el impacto en la asignación de recursos del retraso tarifario: aumenta el consumo y cae la inversión; pero no es tan obvio el impacto en los precios relativos. Hay un período donde las propias empresas soportan la represión de precios, hasta que el presupuesto público tiene que acudir con subsidios para asegurar la prestación del servicio con deterioro de la calidad. En contextos como el nuestro, de alta inflación, los subsidios crecen exponencialmente en poco tiempo.
El relato populista presenta el congelamiento tarifario y su contracara, el subsidio, como un regalo del Príncipe. Antes era un regalo de Cristina y ahora de Alberto. Con independencia de los crédulos en la energía regalada, hay sin embargo muchos usuarios que asumen las tarifas de gas y de luz como un “impuesto”, y no consideran el subsidio como un cargo que deben terminar afrontando con el bolsillo de contribuyente de los verdaderos impuestos, o financiando con emisión inflacionaria (el peor de los impuestos).
Lo políticamente correcto subestima las consecuencias económicas de un aumento de subsidios y sobreestima el impacto de un aumento tarifario para reducirlos. Sobre todo porque se magnifica el efecto de la recomposición en el próximo índice de precios. Pero cuando los subsidios se transforman en un problema para las cuentas públicas y su financiamiento pasa a depender de la emisión inflacionaria de moneda, la falacia se vuele dilema, porque los subsidios y su financiamiento espurio azuzan más la inflación y la vuelven crónica.
La especulación electoral cortoplacista, preocupada porque la recomposición de precios y tarifas energéticas disgusta a los usuarios y se refleja en la próxima medición, ha pasado por alto el impacto inflacionario de subsidios financiados con “papel pintado” y la incidencia de esta emisión en el alza generalizada de los precios.
Es verdad que el congelamiento tarifario atenúa el impacto del aumento de algunos precios y tarifas en el índice general, pero también es cierto que la emisión para financiar subsidios reaviva la suba del resto de los precios de la economía (pan, leche, carne, verduras, combustibles, etc.) y deteriora el poder adquisitivo del salario y de los planes asistenciales. La recomposición tarifaria produce un salto inflacionario de una vez; el financiamiento inflacionario de los subsidios, en cambio, retroalimenta el aumento sostenido en el nivel general de precios.
La disyuntiva económica no es entonces “tarifas congeladas o mayor inflación”. La disyuntiva es “aumento de una vez de la inflación por suba de tarifas o aumento sostenido de la inflación por suba de los subsidios”. La debacle electoral del oficialismo en las PASO debería llevar a repensar a muchos formadores de opinión y consejeros políticos con anteojeras cortoplacistas.
En las elecciones de mitad de término de 2017, el oficialismo ganó cuando ya había hecho la mayor parte de la recomposición tarifaria. La recomposición fue al principio gravosa, pero el índice de inflación había comenzado a bajar. En cambio, en 2021, con tarifas congeladas la inflación siguió subiendo.
Los subsidios energéticos fueron de 4931 millones de dólares en 2019, subieron a 6607 millones en 2020 y este año, congelamiento de por medio, van a trepar a unos 9500 millones. La emisión para financiarlos es parte de la inflación indómita que incidió en las chances electorales del oficialismo.
El nuevo presupuesto reabrirá el debate sobre precios, tarifas y subsidios energéticos, y ya no será obvio para el sentido común político que los congelamientos son condición necesaria para ganar elecciones.
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