Nicolás Rodríguez del Pozo, de Bandalos Chinos: el economista que trabajaba entre números y eligió la música
Después de probar ingeniería industrial, filosofía y sociología, estudió Economía en la UBA; por el llamado de un amigo, se sumó como bajista a Bandalos Chinos; después de trabajar como economista, eligió el mundo de la música; mañana tocará en el Luna Park
“¿Querés ser el bajista?’”. Era 2012 y Nicolás Rodríguez del Pozo recibió un llamado que iba a sacudir su vida. Después de pasar por Ingeniería, Filosofía y Sociología, había encontrado en la carrera de Economía su rumbo profesional. Pero a partir de ese día, la música dejaría de ser apenas el hobby que había aprendido de su hermano desde los 12 y, con los años, los escenarios se impondrían al Excel y los análisis de inversión. O no tanto.
“Fue muy loco. Estaba sentado en mi escritorio estudiando Cálculo Financiero, me acuerdo perfecto. Me gustó mucho esa materia. Me suena el teléfono y me llamaba Iñaki (Colombo), me dice si quería tocar el bajo en su banda. Me quedé como ‘¿Qué?’”, cuenta Rodríguez Del Pozo sobre aquella conversación con el guitarrista de Bandalos Chinos, a quienes conocía por vecinos y amigos en común en Beccar, en la zona norte del Gran Buenos Aires.
“Yo conocía a la banda, la había ido a ver, admiraba a Benjamín Travaglini, el bajista que tocaba con ellos”, cuenta el ‘Lobo’ (34 años), quien desde ese momento se sumó como integrante al grupo, que también lo demanda desde su perfil de economista, carrera que completó en 2021 en la UBA, con una tesis que recibió un 10 de calificación.
“En la banda me dicen que soy el CFO”, dice entre risas. “Este es un proyecto totalmente autogestionado y siempre que pasa algo con la banda, hay alguno de los seis metido atrás. Y con todo el trabajo que tenemos, termina siendo una empresa, tenemos nuestra SRL. Y yo estoy detrás de todo lo que es la parte administrativa de Bandalos Chinos”, cuenta sobre una de las facetas menos vistosas del mundo artístico. “Aplico muchísimo de lo que aprendí en la carrera, quizás no desde lo que es la macro o las cuentas nacionales, pero uno se nutre de esa macro para entender el ambiente y tomar decisiones en lo micro”, agrega.
Porque más allá de las luces y la actividad musical arriba del escenario, Rodríguez del Pozo se encarga de las cuestiones que van de la gestión de proveedores (sonidistas, sesionistas, vestuaristas, entre otros), cotizaciones y pagos hasta el seguimiento de contratos con promotores de shows.
“Tenemos como 40 proveedores en total y de un montón de rubros, desde la presentación en vivo hasta las giras o la producción de los vinilos o los CD. Es el backoffice de la banda y estoy 100% metido. Y el tema es encontrar el momento: asumir la responsabilidad, con la libreta de pendientes, y cuando hay un hueco agarrar la compu y sacar mails”, relata. Cuenta que en el último tiempo sumó un asistente externo que lo ayuda, con reuniones semanales los martes.
“En el último tiempo sumé un poco de ayuda, porque antes yo hasta sacaba las transferencias del banco. Trato de no perder la continuidad, que es muy fácil, porque empezaba a fallar y es lo que menos quiero”, dice Rodríguez del Pozo, y cuenta que busca huecos entre viajes, ensayos o en el “bondi de gira” para estas tareas.
“La gente en general se imagina, y de hecho me pasa, que el músico tiene la vida del rockstar de los ‘90 donde quizás venía una discográfica enorme y te apoyaba. Los medios de producción de la música eran otros y no tenías las posibilidades de hacer tu canción y llegar a las plataformas. Antes había cinco sellos que tenían la capacidad de producir y replicar CD de a millones para distribuir en todo el mundo, y si no eras elegido no había forma de que tu música se conociera. Era mucho más cerrado el ámbito donde uno podía dar a conocer su música”, dice.
Desde ese lugar, también encuentra una diferencia en el negocio de la música y la rutina que hoy viven los artistas. “Creo que hay mucha gente que tiene una visión del músico de otra época, completamente ajeno a la situación material de cómo llevar su música al mundo. Hoy estamos mucho más en contacto con la realidad, sobre todo los que somos autogestionados. Y si procuramos que un vinilo se haga, soy yo el que manda el mail, está pidiendo un presupuesto o mandando el archivo a la replicadora. Me identifico más con un músico súper a tierra, en contacto con todo lo que hace falta para que un proyecto prospere, desde la creación de una canción hasta cargar un Excel o viendo a quién le pagamos o no la fecha que fuimos a tocar el último fin de semana”, relata.
Entre el bajo y la universidad
Para Rodríguez Del Pozo, la música fue un hobby desde chico, pero no aparecía como un medio de vida. “Es algo que siempre estuvo. Arranqué a los 12. Le pregunté a mi hermano: ‘¿Qué es eso?’. ‘Un bajo’. ‘¿Me enseñás?’. Y desde ahí supe que iba a estar a mi lado”, dice el Lobo, que también canta, toca la guitarra y el teclado. Y más allá de estudiar guitarra en el conservatorio, cuando terminó el secundario se volcó a los números. Probó con ingeniería industrial, y después de un viaje por Europa cambió por filosofía y sociología, hasta encontrar su lugar en la economía.
“Empecé con Sociología, mientras estudiaba jazz, y me encantaría terminarla. Me dio una forma de ver el mundo, de entender que somos una historia que está todo el tiempo cambiando y que las cosas no son rígidas, incluso como pensamos conceptos como la familia o el estado. Y en el medio me pasé a economía, que era la materia de diferencia entre el CBC de filosofía y sociología. Y ahí la cursé, la descubrí y me cautivó. Encontré una ciencia social con una pata muy fuerte en lo material y una cuestión numérica que siempre lo tuve fácil, que respondía desde un lugar más propio mis inquietudes personales”, relata sobre el comienzo de su carrera en 2009.
Mientras cursaba en los pasillos de la UBA y llegó la invitación a Bandalos Chinos, dio sus primeros pasos como economista. Además de ser profesor de Matemática en su colegio y ayudante en una cátedra de la facultad, ingresó en una empresa dedicada al comercio exterior. “Lo que hacíamos era prefinanciar exportaciones, sobre todo para granos, tabaco, cítricos. Y me gustaba porque era fomentar algo que es lo que falta en el país, que es básicamente generar líneas de financiamiento de comercio exterior y entrar divisas, ya sea para grandes productores o cooperativas de pequeños productores, para permitir que la Argentina aproveche sus recursos”, relata. Y así llegó al tema de la tesis final de su licenciatura, dedicada a las cooperativas tabacaleras del norte del país, trabajo que completó durante la cuarentena.
“Me recibí en 2021 y aproveché ese bache que nos dio a todos la pandemia. Antes de la cuarentena nos dieron de baja todos los shows masivos y desde el lado personal nos mató, porque es una parte importante de nuestra actividad, pero toda moneda tiene su contracara y aproveché ese tiempo. Lo hice un poco por mis padres, porque la verdad es que profesionalmente nunca me habían solicitado el título, pero es gratificante ponerle un moño y estar graduado porque es algo que habilita y abre posibilidades”, cuenta.
Ese costado económico también le abrió la puerta a un emprendimiento comercial: una cervecería artesanal. “Me llamaron para hacer un estudio de inversión, que era algo que hacíamos en la oficina, por si valía la pena sumarse a un fondo de comercio de un bar en Olivos”, explica sobre ese acercamiento que lo llevó a ser socio de ese proyecto (Cerveza Escalada). Ahí estuvo a cargo de cuestiones administrativas y contables, aunque también dedicaba horas a repartir barriles entre clientes, a bordo de una Fiorino.
Manejar el tiempo entre las diferentes tareas lo llevaba “al límite”. “No sé cómo hacía”, se ríe. “Una época estaba terminando de estudiar, trabajaba en la oficina, tenía la cervecería y la banda. En medio de esa locura salía para almorzar, agarraba un sándwich, llegaba a la sala de ensayo y volvía a las tres de la tarde a seguir trabajando. Y por ahí atendía un llamado en medio del ensayo”, recuerda, sobre una dinámica que mantuvo con vaivenes por varios años. El crecimiento de la banda, con grabaciones, shows y viajes cada vez más frecuentes, lo llevaron a elegir.
“Estuve mucho tiempo tironeado por varias cosas. Siempre me costó decidirme y elegir, porque soy muy apasionado, me gusta todo y le empiezo a meter. Pero en 2018, me pedí un mes de vacaciones para ir a Estados Unidos a grabar Bach (el segundo disco del grupo). Y a los nueve meses me tenía que pedir otro mes para ir a tocar a México. Y en ningún lugar te dan dos meses de vacaciones en un año y dije ‘Hasta acá llegué’. Dejé el laburo de economista y me dediqué de lleno a vivir de la música”, relata.
Hoy, su vida está dedicada casi exclusivamente a su banda, que tras el freno de la pandemia se encuentra con cada vez frecuentes shows en diferentes partes del país y el exterior. En esos viajes, aprovecha también cada ventana para escaparse a la montaña a escalar: “Del lado personal, me sorprende. Siento que después del covid hay una necesidad de congregarse, juntarse, esta cosa grupal de salir y la música ocupa uno de esos lugares, donde la gente pone muchas emociones”.
Pero más allá de su foco en la música y las demandas de una banda que crece, se reconoce “cerca de la economía”. Y desde ese lugar, reflexiona sobre la intensidad de las peleas en las redes y la grieta. “Tengo algo adolescente, tal vez de querer cambiar el mundo, de dejar algo bueno, y vi que en la economía había un espacio donde trabajar para el bienestar del mundo. Obviamente, cuando laburaba de eso estaba mucho más al día y me apasiona. Y hoy en algún punto también me cuesta un montón dialogarlo, siento que no se dialoga tanto de las cuestiones en sí. Cuando tenemos un problema social y económico se habla de todo lo que está alrededor, menos del problema. Hoy las discusiones políticas pasan mucho por partidismo, banderas o colores, y estar de un lado o del otro sin hablar tanto de razones. Se toma partido sin ir a desglosar los problemas o sin analizar la cuestión de fondo. Esto de las redes y la sobredosis de información, que uno enseguida consume cosas de 15 segundos o 180 caracteres y enseguida cambia de tema, no permite el desarrollo que hace falta para hablar de temas complejos. Hay una idea de rotular, de empujar hacia un lado u otro, en vez de ver los problemas de frente. Y eso, lejos de enriquecer el diálogo, lo vuelve bastante básico”.