Ni crisis de acá a 2015, ni soluciones mágicas en 2016
El pesimismo ha dominado la escena económica de corto plazo, visión que contrasta muy fuertemente con un optimismo (y creciente) sobre la potencialidad que presenta la Argentina en el mediano plazo. Aun cuando existen elementos que pueden justificar ambas posiciones, esta dicotomía parece exagerada. En lo inmediato, el escenario no luce tan mal, y tampoco es cierto que en el mediano plazo el éxito esté asegurado.
Respecto del pesimismo, es cierto que la coyuntura ha presentado una creciente complejidad en el pasado reciente, tanto en materia económica como social. El ajuste observado en la política monetaria y cambiaria a principios de año se sumó a una economía con dificultades para crecer, dominada por el cepo cambiario, una inflación elevada y un déficit fiscal creciente. Esto ha ocasionado un hiperpesimismo respecto del rumbo de la economía en el corto plazo.
Pero esta visión parece extrema. Una buena parte de los fundamentals macroeconómicos no está tan fuera de lugar, lo que vuelve poco probable un escenario de crisis en lo inmediato. En particular, se destaca un bajo nivel de endeudamiento, tanto público como privado, sin riesgos de descalce de monedas. En 2013, la deuda pública en manos del sector privado alcanzó apenas 26,8% del PBI. Y si bien un escenario de default no puede descartarse del todo tras la reciente derrota en el litigio con parte de los holdouts, este desenlace no parece el más probable si se tiene en cuenta que se abrió una posición negociadora entre las partes.
Por su parte, es cierto que en el mediano plazo las oportunidades se vuelven más visibles, de la mano del mundo que seguirá dominado por la creciente demanda emergente de bienes básicos. Y el país posee la potencialidad de aprovechar esta oportunidad, dado que cuenta con un "doble bono". Por un lado, el bono de recursos naturales: la Argentina puede consolidarse como uno de los principales proveedores globales de commodities, dado que cuenta con las condiciones naturales para tener una oferta excedente de alimentos, recursos energéticos no convencionales y minerales. Por otro lado, está el bono demográfico. El nuevo siglo inauguró una "ventana de oportunidad demográfica" que estará abierta hasta aproximadamente mediados de 2030, dado que en este período la Argentina contará con una mayor cantidad de personas en edad de trabajar en relación con la cantidad de personas que no trabajan. Esto es muy beneficioso porque, al haber más gente trabajando aumenta el ahorro y, por ende, la capacidad de acumular capital para invertir, crecer y aumentar la productividad.
Estas oportunidades son conocidas por todos, y han llevado a la creencia generalizada de que la gestión que asuma en 2016 podría conducir a la economía por un sendero de expansión sobre bases sólidas haciendo algunos pocos cambios en materia de política económica y logrando acceso al financiamiento externo. Pero esta visión también podría resultar exagerada. Es que el próximo gobierno deberá sortear importantes desafíos, tanto a nivel macroeconómico como sectorial.
En el primer caso, sobresale la alta inflación, la distorsión de precios relativos (principalmente tipo de cambio real y precio de la energía) y el déficit fiscal. Y habrá que atacar otras cuestiones de suma relevancia como el déficit en materia de infraestructura -no sólo energética, sino también en relación con el transporte y las telecomunicaciones-, el escaso desarrollo del mercado de capitales, la baja formación de capital humano, y la ineficiencia de la tributación y el gasto público.
La situación energética hace tiempo que dejó de ser un tema exclusivamente sectorial para convertirse en la principal fuente de desbalances de la economía, con efectos negativos tanto en las cuentas fiscales como en las externas. Basta con mencionar que el gasto en subsidios a la energía representa nada menos que 3,5% del PBI: explica casi 80% del rojo fiscal y supera en más de siete veces lo destinado a la Asignación Universal por Hijo.
Pero, además, hay que tener en cuenta que ninguna de estas cuestiones se puede atacar si las instituciones no están en regla. No será posible sentar las bases de un futuro proceso de expansión sostenible, sin la existencia de reglas de juego estables y creíbles. Esto resulta clave para los sectores que presentan ventajas comparativas, como la energía, la minería y el agro. En estos casos, la construcción (o restablecimiento) de un marco regulatorio adecuado y estable será una condición indispensable para que se canalicen las inversiones hacia estos sectores con gran potencialidad en el mediano plazo.
Son desafíos importantes, pero no imposibles de sortear. No hace falta mirar muy lejos para encontrar casos exitosos de países que lograron estabilizar sus economías sin que mediara una crisis, atacando la inflación y reduciendo el déficit fiscal a través de la instalación de metas graduales posibles, acuerdos generales entre todos los sectores y actores de la economía, y de la determinación de reglas del juego estables. Sin dudas, la experiencia de algunos vecinos -como Chile y Brasil en las últimas décadas- puede resultar útil para diseñar posibles caminos a seguir en el mediano plazo, para favorecer un proceso de crecimiento con inversión y creación de empleo.
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