Una nueva conciencia en la experimentación del tiempo
Hay una creencia que arrastramos de por vida: que el tiempo se puede tener y, por lo tanto, usar, gastar y ahorrar, como si fuera dinero
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El tiempo es dinero ¿Qué creen de esta frase? ¿Lo sienten así? Esta idea, sumamente arraigada en nuestro sistema económico social, reproduce un imaginario que naturaliza que el tiempo es un recurso. Esta simple oración cristaliza una creencia que arrastramos de por vida: que el tiempo se puede tener y, por lo tanto, usar, gastar y ahorrar, como si fuera dinero. Muchas veces me he referido al tiempo de esta manera, por eso el nuevo libro del antropólogo y divulgador Gonzalo Iparraguirre me abrió hacia una nueva perspectiva complementaria o hasta superadora. En el recién publicado El tiempo no es dinero busca condensar sus años de investigación sobre el tiempo y vincularlo a cómo nuestro abordaje puede impactar en la mejora de la salud y el bienestar cotidiano.
El libro utiliza una unidad de análisis que el autor nombra como “despertar, descansar, despertar” y transcurre en la duración de un día completo en nuestra vida. Lo hace a través de cinco capítulos con los grandes temas en los que “se nos juegan” nuestras vivencias del tiempo, que son la cultura, la economía, la salud, la comunicación y la educación. Y cómo el dinero atraviesa también a cada una de estas perspectivas.
“El tiempo es tratado como un recurso y, por lo tanto, todo lo que hacemos en nuestra vida, con nuestro cuerpo y con nuestra salud adquiere ese carácter más mercantilista, en el cual lo que se termina gestionando, de algún modo, siempre está vinculado a esa noción utilitarista”, describe Iparraguirre.
El autor ofrece una mirada analítica, pero también un recuerdo histórico de cómo esa temporalidad que denomina “hegemónica” se fue imponiendo en distintos procesos históricos y contextos culturales. “Así se fue instalando como una obviedad, una idea naturalizada de que el tiempo solo puede ser pensado de ese modo. Entonces el libro propone una mirada alternativa respecto de cómo podemos pensar el tiempo y nuestra experiencia del devenir desde otro lugar”, dice.
De esta obsesión que tenemos por decirle tiempo a todo propone una estrategia que es la sustitución de esta palabra en situaciones específicas en las que puede haber un término más preciso. “Eso te da exactitud en el lenguaje y te da también precisión en la representación de lo que estás haciendo”, describe. Algunos ejemplos: en vez de decir “me gusta que valoren mi tiempo”, puedo decir “me gusta que valoren mi predisposición, mi dedicación o mi atención”. En vez de decir “necesito tener más tiempo”, ser específico y decir “necesito mejor organización” o “necesito más momentos disponibles”. En vez de pensar “quiero comprar tiempo”, entender que “quiero vivir más años”, “quiero terminar antes” o “quiero adelantar procesos”. La invitación es a desnaturalizar nuestra apreciación “por default” del tiempo, para recrear una nueva y más propia. Y a nuestro bienestar como una sincronización de ritmos naturales y rítmicas culturales.