Un país que vive "combatiendo al capital"
La tasa de inversión de la economía argentina en el primer trimestre de este año habría alcanzado el 12.5% del PBI, de acuerdo a la reciente publicación del Indec. La cifra es alarmante por varias razones.
De continuar esta tendencia, la tasa de inversión se acerca peligrosamente a los niveles de 2002: 10%, de acuerdo a estimaciones provisorias de series de ahorro-inversión de largo plazo del proyecto Arklems+Land del Centro de Estudios de la Productividad.
Si se toma en cuenta que se necesita invertir mínimamente entre 12 y 14% del PBI para mantener el stock de capital en funcionamiento, la Argentina estaría al borde de la destrucción estadística de su capital productivo.
La economía argentina no está logrando invertir lo suficiente como para reponer la depreciación de los bienes de capital que necesita para producir: bienes TIC (hardware, software y telecomunicaciones), edificios e infraestructuras. En efecto, la productividad de los bienes de capital cae con el paso del tiempo consecuencia del desgaste por el uso normal de los medios de producción. Las empresas necesitan invertir para mantener los equipos existentes: compensando el desgaste y reponiendo los retiros del parque de maquinarias por el fenómeno de obsolescencia económica y tecnológica.
Las cifras citadas reflejarían que la inversión bruta este año caería por debajo de las necesidades de inversión por reposición y mantenimiento (inversión neta negativa), por lo cual no solo se está afectando la capacidad productiva en el presente, sino también el producto potencial futuro.
Este diagnóstico de destrucción no schumpeteriana del capital productivo (sin creación de nuevas actividades y empresas) es previo a la crisis del coronavirus.
De persistir la destrucción estadística del capital productivo de los argentinos, implicaría hipotecar el futuro productivo y el empleo de nuestro hijos y nietos.
Desde una perspectiva histórica, los desafíos a la salida de la cuarentena son mayúsculos, pero factibles.
La Argentina invirtió, con amplias fluctuaciones, un 17% del PBI promedio entre 1950 y el presente con episodios positivos del 20%, principalmente financiada con ahorro doméstico. Asimismo, la inversión fue realizada con un escaso dinamismo de la productividad: la eficiencia de la economía argentina hoy estaría a niveles de la década del 50.
Por lo tanto, el objetivo cuantitativo para volver a tener perspectiva de futuro debería ser alcanzar prontamente en un primer gran paso los máximos históricos de la tasa de inversión del 12% actual al 20% del PBI.
Pero el 8% del PBI de incremento de inversión necesario equivaldría prácticamente al total del déficit fiscal actual.
En un segundo paso, si se plantea el objetivo de duplicar el ingreso per cápita en una generación (tres décadas), la Argentina debería aumentar la propensión a invertir al 25% en forma persistente en el largo plazo, un 5% más que la media histórica, cifra no obstante factible, por debajo incluso de economías emergentes exitosas como las del sudeste asiático.
Asimismo, si se lograra estabilizar la economía en forma permanente con importantes mejoras de productividad, el esfuerzo de inversión necesario potenciaría aún más el crecimiento, se crearían aún más empleos y por lo tanto el consumo de los hogares argentinos mejoraría sustancialmente a largo plazo.
El objetivo es mayúsculo, pero posible. En efecto, la Argentina logró alcanzar el objetivo del 20% e incluso superarlo, aunque transitoriamente, en varios momentos de su historia con gobiernos de diversos signos políticos.
Para invertir hay que ahorrar, ya que el ahorro doméstico ha sido la principal fuente de financiamiento que ha permitido respaldar la tendencia de inversión alcanzada. Pero hay que ahorrar e invertir mucho más y sobre todo de manera persistente.
La hipoteca de valor contingente sobre nuestros ahorros para jubilarnos, la pérdida de poder adquisitivo de los depósitos en moneda nacional, los episodios de confiscaciones de ahorros y depósitos no deberían condenar nuestro presente y futuro.
La demanda de estabilizar la economía de una vez y para siempre, con un Banco Central independiente del poder presidencial, no solo de derecho sino también "de hecho", que cuide la moneda nacional, las reservas y los ahorros de los argentinos sin que sea dominado por las necesidades del fisco, resulta una tarea urgente.ß
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