Tiempos de incertidumbre. En lugar de esperar, es hora de proponer cambios
El 2021 no parece ser muy diferente al 2020, al menos hasta ahora. Siguen la incertidumbre, las inquietudes y los desafíos que afectan profundamente nuestras emociones, las decisiones que tenemos que tomar, nuestro desempeño en la vida y en el trabajo.
Los budistas dicen que el sufrimiento se origina en nuestra imposibilidad de aceptar la impermanencia, el constante cambio en nosotros mismos, los otros y el mundo que nos rodea. Si bien el anhelo de estabilidad y seguridad es natural en los seres humanos, el excesivo apego a cómo éramos, cómo eran las cosas y cómo las hacíamos antes, al confort de lo conocido, puede llevarnos a pelearnos con la realidad, a resistirnos, paralizarnos o sucumbir al desasosiego. No podemos evitar muchas de las transformaciones y las consecuencias que la pandemia trajo a nuestras vidas, pero si aceptamos que todo, incluidos nosotros, está sujeto al cambio, ganamos más claridad y libertad para elegir cómo actuar.
Encontrar el camino
Alejandra perdió su trabajo a mediados del año pasado debido a la reducción de personal en la empresa en la que trabajaba. Es una joven profesional muy formada y con una interesante carrera laboral. Después de varios meses de hacer trabajo freelance, finalmente recibió la propuesta de una startup de tecnología que estaba a punto de lanzar un nuevo proyecto para hacerse cargo de la comunicación y el marketing.
Como suele suceder en estos tiempos de distanciamiento, las entrevistas y el proceso de incorporación fueron por Zoom. Le resultó raro empezar en un trabajo nuevo sin conocer la oficina, a sus jefes ni a sus compañeros, pero lo compensaba el entusiasmo de un equipo joven y desbordante de ideas. Las primeras semanas fueron muy confusas. Apenas le dieron algo de información sobre la compañía y el proyecto, pasaban días sin que la contactaran. Cuando insistía en preguntar, sus jefes estaban demasiado ocupados para responderle. Alejandra no tenía claro qué se esperaba de ella, y pronto se empezó a sentir sola, suelta y culpable por no tener nada que hacer. Cuando por fin apareció una tarea, era urgente, "para ayer". Sin respaldo, hizo las cosas como pudo y cometió errores, lo que la hizo sentir todavía peor. Y luego la angustia dio paso al enojo, a la frustración y al estancamiento. Cuando llegó a consultarme estaba desmoralizada. "No soy lo suficientemente buena para este rol. Estoy segura de que me van a despedir".
Juntas pudimos retroceder un paso y ampliar la perspectiva. Para Alejandra, acostumbrada al orden y las jerarquías del mundo corporativo de su trabajo anterior, era difícil adaptarse a la idea de "emprendedor interno" con que en general se manejan las incubadoras de tecnología. Esperaba más guía de sus líderes, más especificidad sobre lo que eran sus tareas. Y, sobre todo, se sentía aislada en un medio nuevo y con códigos desconocidos. ¿Qué necesitaba la empresa de ella? ¿Qué podía hacer para atraer la atención de sus jefes, cómo podía liderarlos para que le dieran la información que necesitaba y poder planificar las acciones en conjunto?
Como un ensayo, "como si" fuera real, Alejandra diseñó una compleja campaña de marketing en redes sociales. Pudo superar el prejuicio de que era "una pérdida de tiempo" elaborar un plan a partir de lo poco que sabía y hacer el ejercicio como una manera de empezar a mover la máquina. Además, se puso en contacto con diseñadores gráficos, animadores y programadores para ir armando una base de talentos para el futuro desafío. Sus jefes recibieron muy bien la propuesta, valoraron su creatividad y su actitud proactiva. Una vez atrapado su interés se dispusieron a colaborar para hacer las modificaciones necesarias, y hoy el proyecto está en plena actividad.
Al mismo tiempo, Alejandra propuso un encuentro relajado en un lugar cuidado, un bar al aire libre, para conocerse con sus compañeros, de modo de lograr una sensación de pertenencia. Hoy ya están funcionando en un modo mixto, presencial y virtual, y los vínculos fortalecidos facilitan la colaboración.
Momento de despabilarse
Como dice Yonguey Mingyur Rimpoché, el monje tibetano considerado "el hombre más feliz del mundo", que recorre el mundo enseñando a abrazar el cambio y encontrar la sabiduría y la libertad, "La vida nos lanza a una situación en la que no nos queda más remedio que espabilarnos".
Dejar de resistirnos y aceptar la incertidumbre, flexibilizar nuestra mirada para ver más allá de lo obvio, desarmar la creencia sobre lo que no podemos o no se puede cambiar, amigarnos con nuestras emociones, que también son transitorias, y tomar acción aunque no tengamos todo claro quizás no colme nuestro anhelo de permanencia y seguridad, pero nos permite sufrir un poco menos y canalizar nuestra energía en una dirección más constructiva.
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