Smithfield busca que el medio ambiente sea parte de su negocio
Smithfield Foods Inc., un gigante de la carne de cerdo, planea reducir un cuarto de sus emisiones de carbono durante los próximos ocho años, una iniciativa voluntaria que apunta a recortar costos y promocionar su marca.
Smithfield, con sede en Virginia, Estados Unidos, reducirá el uso de fertilizantes en el cultivo de granos para el pienso porcino e instalará sistemas para extraer gas natural de su estiércol, entre otras medidas. El Fondo de Defensa del Ambiente, una organización sin fines de lucro de Nueva York que trabajó con Smithfield en el plan, afirmó que se trata del compromiso más ambicioso de una procesadora de carne estadounidense para limitar las emisiones de gases de efecto invernadero.
El presidente ejecutivo de Smithfield, Ken Sullivan, un veterano de la empresa que tomó las riendas en enero, también ve un motivo de negocios para emitir menos. Espera que las operaciones más eficientes en el consumo de energía le permitan ahorrar dinero y mejorar la imagen de Smithfield entre restaurantes y supermercados. Dos tercios de los consumidores estadounidenses están dispuestos a pagar más por un producto promocionado como sostenible, según la firma de investigación Nielsen.
“Estos días todos son más sensibles a estas cuestiones, incluyendo nuestros clientes”, señala Sullivan, quien estima que Smithfield ya ha invertido decenas de millones de dólares en iniciativas ecológicas.
El presidente electo de EE.UU., Donald Trump, ha prometido revocar regulaciones que, según él, ponen a las empresas estadounidenses en desventaja. Sullivan, sin embargo, dice que el plan de reducción de emisiones de Smithfield es “apolítico” y no una respuesta a presiones regulatorias. Por el contrario, se basa en los negocios y la convicción de que es lo “correcto”, agrega.
WH Group Ltd., el productor porcino chino que adquirió Smithfield en 2013 por US$4.700 millones, apoya la medida. “Si uno va a ser la mayor empresa porcina del mundo, tiene que ser un líder”, asegura Sullivan.
El sector de procesamiento de carne de EE.UU., que mueve US$198.000 millones al año, ha sido criticado durante años por una serie de prácticas, incluyendo su trato de los animales, el uso de medicamentos tales como antibióticos y la contaminación del agua con desechos. Grupos ambientalistas también han castigado al sector por su contribución desproporcionada al cambio climático. Los gigantescos criaderos, que cada año proveen 42 millones de kilos de filetes, jamón y pollo a restaurantes y minoristas, son responsables de la mayor porción del 36% de las emisiones estadounidenses causadas por el sector agropecuario, según la Casa Blanca.
Smithfield estima que emite aproximadamente 17 millones de toneladas de dióxido de carbono al año, casi tanto como cinco plantas energéticas alimentadas por carbón. La empresa cárnica ha sido vilipendiada como un gran contaminador. En 2001, su ex presidente ejecutivo y titular de la junta, Joseph W. Luter III, acusó a los detractores de Smithfield de ser llorones.
Un año más tarde, sin embargo, Smithfield contrató a Dennis Treacy, ex director del Departamento de Calidad Ambiental del estado de Virginia, para que la ayude a ser más consciente del medio ambiente. En los años 90, Treacy había demandado a Smithfield por violaciones relacionadas con aguas residuales. En ese entonces “no teníamos en gran estima a Smithfield”, dijo.
En 2010, Wal-Mart Stores Inc., el mayor minorista del mundo, fijó la meta de eliminar 20 millones de toneladas de emisiones de gases de efecto invernadero de su cadena de suministro, y acudió a proveedores como Smithfield. Treacy y Kraig Westerbeek, director de las operaciones ambientales y de respaldo de Smithfield, se reunieron en 2013 con el Fondo de Defensa del Ambiente para concebir planes para que los productores ganaderos redujeran el vertido de fertilizantes. Esas conversaciones dieron lugar a planes más ambiciosos.
“Nos volvimos más cómodos teniendo conversaciones incómodas”, cuenta Maggie Monast, quien como gerente de abastecimiento sostenible del grupo ambientalista neoyorquino ayudó a Smithfield a darle forma al plan.
La compañía contrató a investigadores de la Universidad de Minnesota para cuantificar las emisiones de carbono en sus operaciones. El estiércol de cerdos contribuyeron la mayor porción, hasta 35% del total. La producción y procesamiento de granos fue responsable de 25%, mientras que la refrigeración y cocción por parte de los consumidores representó otro 25%. El transporte, el sacrificio de los animales y la electricidad que utilizan las plantas y edificios de la firma constituyen el resto.
Para reducir el total en un cuarto, Smithfield ha contratado a agrónomos y comprado sensores para ayudar a los agricultores a monitorear el contenido de su tierra y evitar utilizar demasiado fertilizante, por ejemplo nitrógeno, que emite óxido nitroso al ser esparcido en los maizales. Algunas rutas de los camiones serán vueltas a trazar para reducir las distancias.
Las lagunas llenas de estiércol alrededor de los criaderos de cerdos serán una prioridad, afirma Stewart Leeth, quien este año reemplazó a Treacy como director de sostenibilidad. Smithfield tapará los estanques y añadirá sistemas llamados digestores anaeróbicos que convierten el metano en electricidad o gas natural, que pueden ser vendidos a proveedores eléctricos locales. Cubrir los estanques también reduce los riesgos de desbordamiento por lluvias.
Smithfield ha invertido en tales proyectos desde los años 90, con resultados dispares. Los ejecutivos esperan que una mayor inversión en la tecnología mejore su economía. Durante los próximos cinco años, Smithfield apunta a instalar sistemas de conversión en al menos 70 de sus 250 fincas porcinas, frente a unas 20 en la actualidad.
Quienes denuncian el cambio climático, como el Fondo de Defensa del Ambiente, consideran esfuerzos como el de Smithfield como una de las mejores apuestas para reducir las emisiones en el caso de que el gobierno de Trump imponga un régimen regulatorio menos estricto.
“Esto demuestra que las empresas están mirando al consumidor y más allá de los ciclos electorales”, dice Monast. “La gente quiere saber qué hay en su comida y qué impactos tuvo”.
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