Ser un país competitivo puede ser un buen plan
La competitividad hoy pasa por convertirse en una nación sustenable en lo económico, lo social y lo ambiental
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Para la vida de cada uno, 50 o 60 años es demasiado tiempo. Casi la totalidad, en muchos casos. Más allá de los esfuerzos que hagamos, la biología empieza a marcarnos los límites. Pero para la historia de los países, es un lapso de tiempo insignificante.
A veces sintetizado en una línea de un texto que analiza el pasado. Por eso, un país siempre tiene la oportunidad de dar vuelta la página para pensar, trabajar y lograr un futuro mejor. Seguramente muchos de nosotros no lo disfrutaremos, y nuestra historia personal quedará enmarcada en años oscuros de crisis, pérdidas y fracasos. Pero tenemos la obligación de seguir trabajando para que las generaciones que nos sigan tengan la oportunidad de desarrollar sus vidas en una patria que les permita tener proyectos y vivir en paz.
Esta voluntad de cambio fue el motor para empezar con esta serie de trabajos de investigación aplicada, orientados a analizar de qué manera la Argentina puede lograr ser un país sustentable y competitivo en el concierto de las naciones. Estos objetivos no se limitan al terreno de la economía. Significan alcanzar buenos niveles de calidad de vida para los habitantes y políticas activas para el cuidado medioambiental.
La palabra competitividad, que frecuentemente en la Argentina está asociada al tipo de cambio (“devaluemos y ganaremos competitividad”), está lejos de reducirse a una relación de monedas. Es un término complejo y abarcativo. Uno de los libros más relevantes acerca de este tema fue el de Michel Porter The competitive Advantage of Nations (1989). En él, el autor analiza en 10 naciones líderes (de tamaños, geografías y culturas diferentes), los factores, políticas y estrategias que llevaron a ciertos sectores y a esos países, a lograr ser competitivos.
El concepto de “ventaja competitiva”, derivada de la determinación y el trabajo humano, deja atrás el de “ventaja comparativa”, explicado por la dotación de recursos naturales, que fue clave para explicar el poder de muchas civilizaciones y la razón de tantas historias de conquista y colonialismo.
Ahora bien, ¿qué es en el siglo XXI ser un país competitivo? Dicho en forma simple, es ser un país sustentable en lo económico, lo social y lo ambiental. Estas tres dimensiones están estrechamente unidas, dado que no es posible ser destacado en una de ellas, si se descuidan las otras dos.
Hay muy pocas instituciones que miden competitividad a nivel internacional. El IMD (International Institute for Management Development, de Suiza) es uno de los dos más reconocidos. El otro es el World Economic Forum.
En su anuario 2019, el IMD coloca a la Argentina en el puesto 61 sobre 63 naciones relevadas. Le siguen Mongolia (62) y Venezuela (63).
Esta lamentable posición tiene sólo un aspecto positivo: es imperativo un acuerdo para mejorar. Ahora bien, seguramente las disidencias surgirán en el “como”. Y es en ese punto, en el que la academia, y la ciencias económicas y sociales deben hacer su aporte. Porque si bien todas las opiniones deben ser escuchadas, el análisis riguroso nos permite evaluar qué resultados se obtienen aplicando determinadas fórmulas. Y a pesar de que las ciencias sociales difieren de las exactas en la imposibilidad de hacer ensayos de laboratorio, el riguroso análisis de la correlación entre los datos y las variables a lo largo del tiempo nos permite inferir que “si aumenta A, entonces se reduce B”. Nadie descarta la aparición de eventos inesperados, de “cisnes negros” e incluso fucsias, pero el estudio de las probabilidades nos permite definir con cierto margen de error, que, en el 98% de los casos, se cumple la relación inversa entre las variables A y B.
Cuatro variables
Dicho esto, ¿qué se tiene en cuenta cuando se analiza la competitividad de un país? El IMD reúne todas las variables en cuatro grandes bloques: performance de la economía; eficiencia gubernamental; eficiencia de los negocios; e infraestructura.
La performance de la economía incluye la evaluación de las variables macroeconómicas. Nivel de actividad, tasa de crecimiento de PBI, inversiones, comercio internacional, empleo y precios.
La eficiencia gubernamental pone la mira en las finanzas públicas, los impuestos, el marco institucional, la legislación para los negocios y el acatamiento a la ley.
La eficiencia en los negocios incluye el análisis de la productividad, el mercado y las leyes laborales, la disponibilidad de financiamiento, las prácticas gerenciales y el conjunto de actitudes y valores que también están presentes en los negocios (aunque algunos no lo sepan).
La infraestructura es lo que comúnmente entendemos (puentes, caminos, puertos, energía, etc) más la disponibilidad de tecnología (conectividad, comunicaciones, etc), y capital humano (salud, educación, desarrollos científicos, seguridad, etc) y ambiental.
El puntaje final sintetiza los resultados obtenidos por el país en un total de 235 criterios. En 2019, los países que aparecen en los primeros lugares son: Singapur 100.00; Hong Kong 97.986; y Estados Unidos 97.119.
Se pone en evidencia que, para ser competitivo, el país no requiere grandes superficies, ni abundantes recursos naturales, ni una gran población. La competitividad es producto de la acción humana, y es un concepto interdisciplinario y sistémico.
Interdisciplinario, porque atañe no sólo a variables encuadradas dentro del terreno estrictamente económico (costos, tipo de cambio, equilibrio fiscal), sino a otras muchas que pertenecen al funcionamiento institucional (independencia del poder judicial, eficiencia de los tribunales, estabilidad fiscal, etc), la educación (cantidad de maestros por alumno, gasto en educación, porcentaje de la población con educación superior, terminalidad secundaria, resultados en pruebas PISA, etc), los indicadores ambientales (emisiones de CO2, consumo de agua, energías renovables) y otros varios más.
Sistémico, porque no se puede ser aisladamente competitivo. Una productora de frutillas de primera calidad y excelente costo, puede fracasar si quien produce el packaging no lo entrega a tiempo, o los camiones que transportan su producción a los centros de consumo tardan demasiado porque los caminos son deficientes y el frío no es el adecuado. No se puede exportar flores si no salen los aviones, ni software si la electricidad se corta, ni videojuegos o guiones de teatro si no hay financiamiento para los intangibles, ni nanotecnología si los científicos deben pasar más tiempo haciendo trámites que investigando.
Entender los problemas
El trabajo que emprendemos con un equipo de la Facultad de Ciencias Económicas de la UCA, integrado por el doctor Ernesto O’Connor y los Mg. Andrés Roberts y Federico Cuba, tiene por objetivo analizar sistemáticamente las diferentes variables que hacen a la competitividad en la Argentina, entender sus problemas y sus causas, y proponer soluciones. Entusiasmados por el desafío de pensar caminos posibles, varios recién graduados de la licenciatura en economía y alumnos del último año de la carrera, se han sumado. Hay una juventud comprometida con mejorar las cosas. Entendemos que la academia no sólo debe diagnosticar y analizar los problemas sino tratar de ofrecer alternativas de solución, que pueden o no ser aceptadas, pero que, al menos, signifiquen un aporte para revertir la situación en la que se encuentran millones de argentinos. La ciencia (en este caso la económica) debe ayudar encarar los problemas con racionalidad y rigurosidad. Ni el cáncer, ni el Covid, ni la miseria, ni el desempleo, se solucionan con cánticos o fanatismos.
En principio se abordará el problema del costo argentino, que impacta sobre los sectores productores de bienes y servicios y el potencial exportador. Esto nos llevará al análisis del desequilibrio fiscal estructural, causante, entre otras cosas de un fuerte “crowding out” que impacta sobre la posibilidad de financiamiento de las empresas. Todo está relacionado, y el análisis costo-beneficio es permanente para definir inversiones.
La educación, que es a la vez inversión en capital humano, y proceso clave para hacer al hombre libre y dueño de su destino, tendrá un tratamiento especial. Dado que la competitividad no se compra, sino que se crea y se desarrolla, es imprescindible poner manos a la obra.
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