Se conocieron en Perú, invirtieron US$1000 en Traslasierra y armaron un negocio que exporta cosmética al mundo
CORDOBA.- El emprendimiento de la australiana Katie Carroll y el cordobés Sebastián Pavese nació a partir de una historia de amor y de un momento de dolor por la pérdida de un embarazo. La Mamá Bruja produce cosmética natural en Villas las Rosas, un pueblito cordobés en Traslasierra. No sólo los vende allí desde hace poco más de cinco años, sino que vía online llegan a diferentes puntos del mundo. Tienen una línea de 50 artículos, ninguno de los cuales lleva químicos.
Katie y Sebastián se conocieron en Cuzco en 2008. "Nos enamoramos, viajamos juntos, fuimos a nuestros países, no nos vimos por cuatro años; nos reencontramos en la Argentina y nos quedamos juntos", cuenta ella a LA NACION desde Australia donde fueron por un tiempo y quedaron varados hace más de un año por la pandemia. Tiene fecha de regreso para abril. Son papás de Mali, de siete años, y de Indigo, de cuatro. "Él había comprado un terrenito en Traslasierra y pensábamos ir ahí por un tiempito…ya llevamos siete años y nuestra empresa".
Recuerda que el día que llegó era "plena siesta, no había nadie y yo pensaba ‘dónde me está llevando, tan lejos de todo, acá no podré vivir nunca’. Pero no fue así, me enamoré de la gente, de la feria, de las plantas". Con Mali de dos años, Katie tuvo un embarazo ectópico (el feto de forma fuera del útero) y después de esa experiencia buscó una actividad para reencontrarse. "Empecé a estudiar las plantas, a buscar la salud por ahí; quería reencontrarme como mujer, como ‘bruja’ y empecé a producir para la familia y amigos".
Como los resultados eran positivos, le aconsejaban ir a la feria de Villa Las Rosas, encuentro imperdible los martes y jueves para quienes andan por la zona. Fueron, pero ella –periodista- insistía en que prefería seguir escribiendo. "Nos fue tan bien que seguimos haciendo y vendiendo y descubrí que era el trabajo ideal, con la naturaleza, con otras mujeres emprendedoras. Lo mejor que he hecho en la vida". El primer día vendieron las 60 unidades que llevaron.
Invirtieron todos sus ahorros, unos U$S1000 en el emprendimiento. Les quedaron $143 en la cuenta. Después pidieron U$S10.000 a familiares para producir y tramitar autorizaciones a Anmat.
"No estábamos listos para tener tanto crecimiento; todo lo reinvertíamos. Solo se parábamos para la comida; al año quedé embarazada y seguimos adelante". La línea incluye infusiones, cremas, perfumes, aceites faciales, bálsamos y jabones. Los bálsamos aromáticos son, desde el principio, los productos más populares (Cabeza pura, para aliviar el stress; Cuerpo libre, para molestias musculares; Milagritos, para irritación en la piel; Dulces sueños, relajante; Tomillo, para molestias respiratorias).
Katie insiste en que cuando el emprendimiento comenzó había menos competencia, pero con el paso del tiempo "lo orgánico, lo natural, se hizo más conocido y se demanda más". En esa línea subraya que la marca hizo diferencia "creando una comunidad" a través de las redes. Tienen reuniones online y un blog.
"Es una comunidad de amantes de la plantas, de la naturaleza; compartimos experiencias más allá del emprendimiento –describe-. Y eso nos dio, a la vez, consumidores fuertes y fieles; hicimos una diferencia. Todo lo nuestro es sencillo, se sabe lo que contienen al leer la etiqueta".
Para comercializar fuera de la Argentina, explica que en Sudamérica muchos pueblos tienen un "vínculo fuerte" con lo natural. "Contamos que es parte del alma, del su ser; en Australia, por ejemplo están muy abiertos a estos productos pero el mercado está saturado y no es fácil, pero vamos creciendo".
Por la larga estadía obligatoria en Australia, Sebastián se sumó a trabajar a un reconocido laboratorio de productos cosméticos volcánicos y aceites de tea-tree, mientras que Katie sigue a la distancia con La Mamá Bruja: "Para trabajar desde casa hace falta un ‘equipazo’ y lo tenemos. Tengo plena fe en ellos. Es fundamental la comunicación y la tenemos gracias a la tecnología; seguimos construyendo comunidad. Un desafío extra es aprender a desconectarme, no estar siempre frente a la computadora; es parte de lo que decimos con nuestra línea".
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