Finnegans desarrolla software desde hace más de 30 años; cuando cumplió 25, su CEO, Blas Briceño, impulsó una renovación ambiciosa
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En la biblioteca de la oficina de Blas Briceño hay títulos de management, como se puede esperar de un director, y volúmenes sobre sistemas de inteligencia artificial, como es lógico encontrar en una empresa de software. Pero en un costado, sobre la izquierda, se ve un libro distinto. Un libro rojo, de James Joyce. La novela experimental “Finnegans Wake” inspiró el nombre de la compañía. Y la literatura y el arte, la manera de trabajar de esta empresa, una de las pioneras de la industria del software en la Argentina y que este año proyecta facturar US$13 millones.
La historia de Finnegans empieza en la década del 80. Cuando terminó el secundario, Briceño estaba entre dos opciones. Podía honrar su pasión por el ajedrez, la matemática y la lógica, e inclinarse por la facultad de Exactas. O podía seguir leyendo, como venía haciendo desde los 13 años, cuando descubrió a los novelistas rusos, y estudiar Letras. Dos caminos muy diferentes. “Me pasé horas encerrado en la habitación, pensando que hacer”, le dice a LA NACION. “Pero al final me decidí por la computación, en Exactas, porque venía de una familia pobre y necesitaba trabajar. Y ganar plata”, dice y se ríe. Sin embargo, el arte se le iba a volver a cruzar en el camino en dos momentos clave.
El primero, apenas terminó su carrera. Briceño se graduó con una tesis en Inteligencia Artificial y formó algunas empresas con amigos de la facultad, con diversos resultados. Trabajaba en sistemas y ganaba bien. Pero con la necesidad saciada, reaparecieron las ganas de estudiar letras. Entonces cambió Exactas por Puan, donde los primeros años de la carrera lo iban a conectar con un autor irlandés, expatriado y outsider. Joyce lo enamoró. “Estaba en ese momento creando esta nueva empresa, y le puse Finnegans. A mí me interesaban los sistemas no lineales, y el trabajo de Joyce en esa novela, que no tiene una estructura tradicional, me llamó la atención”, dice.
La empresa se afianzó y creció con un objetivo claro: “Democratizar las capacidades de automatización, haciendo software de gestión de negocios comercial para empresas argentinas”, según explica Briceño. “La idea es que empresas más chicas tengan acceso a los sistemas de gestión que suelen usar las grandes”.
Pero cuando llegó el aniversario 25 de la firma, Briceño volvió a sentir la necesidad de un cambio. “Hicimos lo que ahora denomino re-startup. Volvimos a foja cero, en algun sentido. Volvimos a repensar lo que hacemos y por qué lo hacemos. La mayoría de las empresas tiene enunciaciones de propósito, pero con el tiempo pierden el sentido. ¿Por qué hacemos lo que hacemos? ¿Qué nos aporta también a nosotros como personas? Estas preguntas son importantes, hay que plantearlas en serio. No muchos lo hacen”, dice Briceño.
La consecuencia de plantearse esas preguntas lo llevó a introducir algunos cambios en la empresa. A intentar unir el mundo del arte con el mundo de la producción. Y eso los llevó a lugares extraños.
Durante siete años, por ejemplo, organizaron un festival en una isla del Delta del Tigre, con más de 100 artistas y 400 espectadores. Había recitales, obras de teatro y otras actividades artísticas. También organizaron una obra en el edificio de la empresa. “Era sobre las situaciones que se dan en las capacitaciones de recursos humanos. Usamos la oficina como set y participábamos nosotros. Hicimos la obra tres años, vendíamos las entradas por Alternativa Teatral. La verdad que nos fue muy bien”, dice Briceño, que fue parte del elenco.
Las actividades artísticas de la empresa también son internas. “Somos una empresa escuela”, dice Briceño. “Para los finnensers hay una agenda abierta, son alentados a que usen el 10% del tiempo de trabajo en Finnegans para un proceso de formación de cualquier tipo. No necesariamente vinculado a su trabajo. Hay cursos de iniciación frente a cámara, talleres audiovisuales, teatro...”, agrega, y cuenta que la empresa también ofrece apoyo a artistas emergentes, en forma de subsidios a obras, o bien encargos para realizar instalaciones. Además, la empresa planea estrenar nuevo edificio el año que viene, también en Chacarita. El nuevo lugar tendrá varios pisos dedicados a un centro cultural, e incluso un teatro.
“Lo más estrictamente humano”
Briceño cuenta que le gusta jugar con ChatGPT. Que lo usa para escribir textos, algo que solía hacer hace unos años y ahora retomó. A veces, le pide al programa que imagine una escena con un estilo similar al de un autor. “Pero no puede escribir un texto en tono Finnegans, no sabe ni por dónde empezar, se pierde completamente”, dice. “En ese sentido, tal vez Finnegans, de Joyce, sea lo más estrictamente humano que hay”.
-¿Qué le aporta el mundo del arte a una empresa?
-El arte aporta curiosidad, la búsqueda de una perspectiva nueva. Hay un momento creativo muy fuerte en el software, que es el momento de concebir un sistema nuevo. Y es potente esto, no es sanata. Lo veo. Uno tiende a repetir y reproducir, y si en nuestro método de producción incorporamos un momento de búsqueda, salen mejores soluciones, más creativas, y eso se traduce en mejores productos. Pero, además, al fin del día, somos personas. Lo que hacemos, lo hacemos para vivir. Hay un punto en que el trabajo no puede explicar lo que hacés, por qué vivís, aún cuando sea ganar dinero para hacer otra cosa... y el artista tiene esa radicalidad de que hace algo por hacerlo, por el placer de hacerlo, y eso justifica la actividad. Son puntos de vista muy complementarios, me parece. Es rico salir de la lógica de la producción pura, y también para el artista es bueno, porque a veces se queda a mitad de camino con lo que quiere hacer. Pero quizás no se trata de que haya algo especifico a explotar de cada lado. Hay que vivir. Está bueno enriquecerse de las perspectivas de los otros. Y no necesariamente porque vayamos a ganar más dinero, sino para vivir mejor.
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