Más que la inflación. Qué hay detrás de la suba en el precio de la ropa
A pesar de la fuerte caída de la demanda y la larga temporada de persianas bajas, el precio de la ropa aceleró su escalada en los últimos meses, envuelta en una dinámica propia. Según el Indec, los precios de las prendas de vestir y calzado subieron 63,9% entre julio de 2019 y julio de 2020. Así, el rubro registró la suba más alta entre todos los relevados y supera en más de 20 puntos porcentuales al promedio de la variación interanual del índice de precios, que en julio fue de 42,4%.
La dinámica se replica si se analizan los primeros siete meses de 2020. La inflación medida por el Indec en el período acumuló un 15,8%, contenida por un dólar planchado, la recesión y los controles de precios a alimentos y rubros esenciales y el congelamiento de algunos rubros como las tarifas de servicios públicos y el transporte. Sin embargo, el rubro de indumentaria y calzado casi duplica esa suba, y acumula un alza del 29,6%.
Sin embargo, Alicia Hernández, gerente general de la Cámara Industrial Argentina de la Indumentaria (CIAI), explicó que la suba no se evidencia en la ropa "de marca" -que en los últimos 12 meses registra un aumento de entre el 35% y 42% interanual, alineado con la inflación general-, sino en el segmento "masivo" e informal, que representa alrededor del 60% del mercado.
Ese nicho se concentra en el barrio de Flores, en los mayoristas de Once y en la feria de La Salada, y allí, dice Hernández, se relevaron aumentos que van del 60% al 90%. "No tienen que ver con la demanda", explica la ejecutiva, sino con un conjunto de otros factores que hacen que el sistema se encuentre "trabado" y que podría llevar las distorsiones hasta la colección de invierno 2021.
En esos puntos de venta, asegura Hernández, relevaron aumentos que van del 60% al 90% y que "no tienen que ver con la demanda", sino con un conjunto de otros factores que hacen que el sistema se encuentre "trabado" y que podría llevar las distorsiones hasta la colección de invierno 2021.
"Hay poca tela", sintetiza Hernández. La paralización de algunas actividades como medida para reducir la circulación y evitar los contagios de coronavirus generó problemas a lo largo de toda la cadena de abastecimiento, que terminó por limitar la oferta de ciertos productos.
La confección de indumentaria fue una de las últimas industrias en estar exceptuadas del aislamiento en el Gran Buenos Aires, zona que concentra alrededor del 75% de la actividad del sector. En efecto, en la ciudad de Buenos Aires recién se pudo volver a fabricar ropa desde el 3 de agosto, lo que significa que los talleres formales estuvieron cerrados prácticamente cuatro meses y medio, con la excepción de algunas semanas.
Incluso ahora que la mayoría de las actividades tienen permiso para volver a ponerse en marcha, muchas empresas de la cadena de valor están trabajando con dotaciones mínimas dado que cuentan en de su plantilla con personas dentro de los grupos de riesgo, personas que tienen al cuidado hijos menores y, en algunos casos, incluso con personas contagiadas de Covid-19. Además, la necesidad de garantizar el traslado propio de los operarios también encareció los costos productivos de una gran cantidad de fábricas que, por otra parte, tienen empleados con lugares de residencia muy diversos.
Por otro lado, los proveedores "cortaron el financiamiento". "El que quiere tela tiene que pagar al contado, a cinco o seis días, porque hay mucha incertidumbre en la cadena de pago y los textiles no quieren arriesgarse a un cheque diferido", explica la referente de la cámara.
Según Hernández, gran parte de las subas en el segmento "masivo" se explican por los mayores costos derivados de la formalización de las operaciones comerciales, obligadas a pasar del efectivo a la venta online. Además, se sumó el costo de las comisiones de las empresas proveedoras de pagos electrónicos y de los canales de venta online, como Mercado Libre.
Otro punto que influyó en el aumento de precios es, según Hernández, la necesidad de muchos mayoristas de enviar la mercadería a los comerciantes del interior mediante servicios de correo, cuando lo habitual previo a la pandemia eran los tours de compras a Buenos Aires. "Venían colectivos llenos de comerciantes que compraban y volvían. Ahora se invierte el costo, que queda a cargo del proveedor, y se formaliza el pago porque se realiza por transferencia", explica.
La suba del dólar también impactó transversalmente en el sector de la indumentaria, encareciendo algunos de los insumos productivos. Sin embargo, Hernández señaló que la mayoría de las empresas -e incluso las marcas más conocidas- están concentrándose en abastecerse cada vez más con producción nacional en vez de apalancarse en los pedidos al exterior, como en 2016 o 2017.
"El acceso a los componentes importados hoy es muy limitado porque no tenemos licencias automáticas, y cuesta gestionarlas, y también porque es difícil conseguir las divisas en los bancos comerciales para afrontar el pago", explicó.
En adelante, espera que la superación del pico de casos de la pandemia y la paulatina flexibilización de la cuarentena permita ir recuperando los niveles de producción que, sin embargo, seguirán generando impacto por varios meses más.
"En la temporada de verano va a haber más problemas de oferta que de demanda, porque en cuanto la gente empiece a tener un poco más de certidumbre de sus ingresos y empiece a salir más de su casa, algo va a comprar. El problema serio está en que no va a haber disponibilidad de prendas para el verano y de telas para el invierno, colección que se cose en invierno para vender en febrero y ponerla en las vidrieras en abril", explicó Hernández, quien espera poder a tener un escenario similar al anterior a la pandemia recién para el segundo semestre de 2021.
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