Política de ingresos: los límites del salario emocional
Antes que ofrecer beneficios intangibles las empresas se deben preocupar de estar pagando sueldos justos
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Suelo recibir muchas invitaciones a eventos que rechazo porque mi agenda sería insufrible. Sin embargo, algunas veces, hay que ir. Y eso me ocurrió con una empresa que organizaba un ágape con gente variopinta. Nada especial: una mesa con algo de comida, regado por vino y los dueños de la compañía hablando de las bondades de su empresa. Hasta ahí, nada fuera de lo común. Agreguémosle que cuando te sientan en una mesa con desconocidos, hay que llenar la boca con comida para evitar hablar mucho y embarrar la cancha. Lamentablemente, la comida no me gustaba y mi boca estaba libre. Y no pude contenerme.
Uno de los dueños de la empresa comentó que ellos buscaban que la gente joven estuviera comprometida “porque hoy la tendencia es que la gente se vaya, entonces si la comprometemos con el salario emocional, se quedan”. Casi me atraganto. En la otra punta de la mesa, una mujer que llegó tarde y atacó directamente el plato de fiambres, empezó a decir que ella había estado un año en Israel trabajando y que la empresa organizaba un after office todos los viernes y ponía a disposición fruta y comida saludable y que eso les encantaba y por eso se quedaban.
Definitivamente, todo lo que decían me parecía equivocado y se lo hice saber: “El salario emocional es una idiotez, la manzanita y las barritas de cereal también. La gente lo que quiere es que le paguen bien, que no los estafen, y que el trabajo los motive. Si son capaces de lograr eso, van a tener talentos, caso contrario se merecen quedarse sin nadie”.
Se hizo un momento de silencio, de esos silencios pesados donde imagino que los organizadores del evento hubieran preferido no haberme invitado.
¿Qué es lo que quiere la gente en su trabajo? ¿Qué sucede con el dinero? ¿Qué más buscamos cuando trabajamos?
Platita, todo lo que se pueda: una premisa básica es poder tener un trabajo que nos permita satisfacer nuestras necesidades más básicas. En el contexto argentino donde el salario es licuado por la inflación, el dinero nunca alcanza. En este sentido, el salario emocional, aquel que incluye cuestiones de carácter no económico, no es suficiente si el día 20 de cada mes tenemos que raspar la olla. Entonces, antes que nada, hay que pagar bien, asegurarse que la gente puede cubrir lo elemental. El salario emocional se monta sobre los pesitos que ganamos y nos alcanzan para sobrevivir.
Los principales impulsores para cambiar de trabajo son los malos jefes y los malos salarios, por lo que las empresas tienen que focalizarse en pagar bien y sacarse a las lacras de las organizaciones que nos hacen la vida imposible y nos dan ganas de incendiar todo, inclusive a esos jefes. En la tipología de las motivaciones de Maslow, estaríamos en la satisfacción de las necesidades más básicas: las fisiológicas y las de seguridad. Estamos cubriendo motivaciones extrínsecas, solamente, y nada más y nada menos, que las de subsistencia en un país donde eso es difícil.
Hacer lo que nos guste… aunque no siempre: una segunda premisa respecto de lo que buscamos con el trabajo es tratar de orientarlo a nuestra vocación. Esto sería el mundo ideal, pero la Argentina siempre nos depara sorpresas. El mercado laboral del país está estancado desde hace muchos años. Entre 2012 y 2022 el empleo privado creció menos del 1%. Lo que creció es el empleo estatal ineficiente y los monotributistas, aquellos que prefieren subsistir por su cuenta sea porque los sueldos que ganaban eran una miseria, porque quedaron fuera del mercado o porque intentan emprender algo.
El mundo ideal sería trabajar en lo que a uno le gusta porque eso nos hace más felices y plenos. Pero solamente el 10% de las personas dicen ser muy felices en el trabajo y hay un 33% que dice ser infeliz. En la encuesta de sentido de pertenencia y compromiso de Gallup, solamente el 21% dice estar comprometido con su trabajo y 15% completamente no comprometido, gente que la pasa pésimo en el trabajo, gente que tiene experiencias laborales miserables. Por lo visto, no es fácil encontrar trabajos que nos encanten. Ni hablar de la mayoría de las personas que trabajan en lo que pueden. Si pueden.
Pero inclusive aquellos agraciados que trabajan en lo que les gusta, no siempre hacen todo el tiempo lo que les encanta. A veces, muchas, hay tareas que hacemos y nos revientan el hígado. La gran diferencia es que, si un trabajo sigue a la vocación, esas tareas feas se van a procesar de alguna forma. Pensemos en la gente que, trabajando en lo que puede para subsistir, se encuentra diariamente con tareas que odia. Siempre el jardín del otro parece más lindo, hasta que miramos que hay jardines arrasados.
Generar impacto: hay personas que no se conforman con trabajar en algo que les dé dinero o que les guste siguiendo su vocación, también quieren dejar algo, trascender. Este tipo de motivaciones se encuentra en todas las actividades, pero fundamentalmente en personas como médicos y maestros, entre otros. Muchas personas, cuando son chicos, dicen tener claridad en lo que van a estudiar: quiero ser ingeniero, médico, arquitecto. Es raro encontrar a alguien en la tierna infancia que diga “quiero ser manager”. La vocación corporativa, si le tenemos que poner un nombre, surge a medida que crecemos y comprendemos qué significa trabajar en una empresa. El impacto del trabajo a un nivel trascendente también surge posteriormente.
Son muy lindos los nombres que muchas áreas de recursos humanos u organizaciones imponen: salario emocional, total compensation entre otras palabras floripondiosas. Pero no nos olvidemos de lo importante: la gente quiere tener un sueldo para cubrir sus necesidades. Esto, que en países desarrollados, puede parecer básico. Sin embargo, en nuestro país, con sus ineficiencias, es algo fundamental: hay gente que su sueldo no le alcanza. Por lo que a esa gente hablarle de salario emocional es recitarle un poema en sánscrito: no lo van a entender, no les va a importar.
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