Secretos de productividad: ¡No te distraigas!
Distraerse no es lo mismo que divertirse y entender la diferencia es el primer paso para gestionar mejor el tiempo
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Hace meses que encuentro en canales de películas un refugio lento y con historias con finales más o menos felices, que consumo casi como un acto de rebeldía al reclamo que me llega desde las redes sociales, el streaming y las noticias. “Es que necesito distraerme”, me justifico, para armar mi burbuja de contenidos. ¿Lo dijeron alguna vez? En su libro Imposible de distraer (Indistractable, 2019) Nir Eyal, profesor en Stanford y autor best seller que estudia la intersección entre psicología y uso de la tecnología, explica que una distracción es una acción que te expulsa fuera de lo que intentás hacer y que siempre resulta en una experiencia negativa. Nos saca de cómo queremos usar nuestro tiempo y es el opuesto a la tracción, que son acciones que nos mueven hacia lo que realmente queremos. Distraerse no es lo mismo que divertirse, dice, y entender la diferencia es el primer paso para gestionar entre ambas.
Pero entonces, ¿qué pasa cuando solo queremos relajarnos y no pensar en nada? ¿”Desconectar nuestro cerebro” por un rato de las ocupaciones y preocupaciones diarias? ¿Acaso no es necesario ese estado? Según Eyal, la trampa está en entender a esos momentos de diversión elegida como distracciones. Contraria a la distracción, la diversión reenfoca la atención. Hay muchas situaciones en nuestra vida diaria en las que lo mejor que podemos hacer es reenfocar, especialmente cuando queremos corrernos o protegernos del sufrimiento por cosas que están fuera de nuestro control. El autor de algunos ejemplos para hacer clara la diferencia. Por ejemplo, los niños sufren mucha ansiedad antes de una intervención quirúrgica, y estos niveles de ansiedad en el preoperatorio reducen la efectividad de la anestesia e incrementan los tiempos de recuperación. En un estudio de 2006, un grupo de niños se le dio medicación para la ansiedad antes de la cirugía, otro grupo jugó videojuegos inmersivos y el tercero tuvo su intervención sin ninguna de las dos opciones. Los únicos niños que bajaron su ansiedad fueron los que jugaron videojuegos. Además requirieron menos anestesia y tuvieron menos efectos secundarios. Los videojuegos permitieron desviar la atención de la incertidumbre y el miedo y recolocarla en el desafío.
La misma técnica funcionó en pacientes adultos que sufrieron quemaduras. Científicos de la Universidad de Washington diseñaron un juego de realidad virtual. Los pacientes que jugaron durante la curación de sus heridas sintieron un 50% menos de dolor que el resto. De hecho, jugar en la realidad virtual resultó más efectivo que usar medicación. El juego fue una tracción, no una distracción, porque era exactamente lo que los pacientes querían hacer con su tiempo y atención. No es una distracción de algo que debería estar haciendo, sino que es una diversión ante una situación de disconfort del que no se tiene el control para modificar los acontecimientos o el contexto. Entender la diferencia, los contextos y las razones por las que hacemos lo que hacemos, nos da información para divertirnos de una manera elegida, y así evitar perder el tiempo en distracciones vacías.
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