No hay excusas para esta crisis
A diferencia de lo que ocurrió en 1989 o 2001, la actual situación económica no se explica por factores externos
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Un argentino de 54 años pasó por siete crisis estructurales, mientras que un ciudadano de la misma edad pero que vive en un país desarrollado solo enfrentó algo parecido en 2008. El plan Gelbard de control de precios que terminó en el Rodrigazo de 1975. La tablita cambiaria y liberalización financiera de Martínez de Hoz que derivó en la quiebra bancaria de 1980. El fracaso del Plan Austral que trajo la hiperinflación de 1989. El final del plan Bunge y Born que también terminó en la hiperinflación y el Plan Bonex en 1990. La convertibilidad que concluyó con una corrida de depósitos y la crisis bancaria de 2001. El gradualismo de la gestión anterior terminó en crisis cambiaria y financiera. El plan “platita” del actual gobierno desembocó, por ahora, en una megainflación y la adopción del programa del FMI.
El rasgo común a todos momentos es que fueron megacrisis fiscales que se resolvieron a las malas, con default de deuda pública, confiscaciones de depósitos, licuaciones, fogonazos inflacionarios e hiperinflación.
La crisis actual se compara cualitativamente con el régimen de alta inflación de la década del ‘80. Sin embargo, cuando se comparan las crisis por su magnitud, pareciera que crisis eran las de antes. La inflación mensual hoy se ubica por debajo del 10% mensual, muy lejos del 196,6% de junio de 1989 o del 95,5% de 1990.
Cada crisis argentina estuvo signada por una suba de la tasa de interés de la FED. Esto incentiva la salida de capitales hacia activos seguros (bonos del Tesoro americano o alemán). Este shock impacta negativamente sobre nuestra competitividad ya que genera una apreciación del dólar respecto de otras divisas fuertes y baja en el precio en dólares de nuestras commodities, así como una mayor carga de intereses sobre la deuda pública. La tasa de interés de la FED llegó a un máximo del 10% a mediados de 1974, 15% en 1980, 9.5% a comienzos de 1989, pero en la actualidad es solo la mitad, 5 por ciento.
Panorama favorable
Los actuales términos del intercambio se encuentran en niveles equivalentes a los máximos alcanzados en 2012 durante el pasado superciclo de las commodities, según datos del Indec. A su vez son un 83.3% más altos que durante los años hiperinflacionarios producto de una suba del precio de nuestras exportaciones del 146.7%, superior al incremento del valor de las importaciones del 35%. La comparación con 2001 resulta similar.
Los términos del intercambio mejoraron un 9.6%, desde la pandemia hasta 2022 impacto de la guerra en Ucrania incluido, como consecuencia de un aumento del 46.1% del precio de las exportaciones superior al incremento del 33.3% del costo de nuestras importaciones.
Sin duda, las condiciones internacionales son mucho mejores que en las seis crisis disruptivas argentinas históricas desde mediados de los 70 hasta el presente. Sin embargo, la Argentina hoy tiene escasez de divisas.
La cuenta corriente del balance de pagos (exportaciones menos importaciones más intereses y giro de utilidades netos por inversiones de no residentes) tampoco brinda excusas. El déficit de cuenta corriente revirtió de un -5,2% del PBI en el año 2018 al 0% del presente, magnitud que refleja una contracción equivalente en el consumo, según las cuentas nacionales del Indec, por lo cual no deberíamos tener problemas cambiarios.
Por supuesto la reciente sequía ha tenido un impacto sustancial, aunque transitorio, en la escasez de dólares al reducir las cantidades exportadas. Pero las divisas son escasas no por una eventualidad climática sino porque los argentinos huyeron de su moneda agotando las reservas del Banco Central por la falta de confianza en la política económica y en sus instituciones.
En términos de fragilidad económica, pobreza y marginalidad, es cualitativamente mucho peor a las comparables crisis hiperinflacionarias del pasado.
Con semejantes vientos de cola a favor, no hay excusas para esta crisis.
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