Negocios. Cómo las pandemias favorecen el ascenso de las grandes corporaciones
En junio de 1348 gente en Inglaterra comenzó a reportar misteriosos síntomas. Comenzaron siendo leves y vagos: dolores de cabeza, dolor corporal y náusea. Eso fue seguido por bultos negros dolorosos o bubas en las axilas y la entrepierna, lo que dio a la enfermedad su nombre: la plaga bubónica. La última fase era una fiebre elevada y luego la muerte.
Originada en el Asia central, soldados y caravanas habían llevado la peste bubónica –Yersina pestis, una bacteria transportada por pulgas que se criaban en el pelo de las ratas-a puertos en el Mar Negro. El mundo altamente comercializado del Mediterráneo aseguró la rápida transferencia de la plaga en barcos mercantes a Italia y luego por toda Europa. La peste negra mató a entre un tercio y la mitad de la población de Europa y el Medio Oriente.
Este inmenso número de muertes fue acompañado por una devastación económica general. Con un tercio de la fuerza laboral muerta, no se pudo cosechar los cultivos y las comunidades se hundieron. Se perdió una de cada 10 aldeas en Inglaterra (y en la toscana y otras regiones) y nunca se refundaron. Las casas se hundieron y fueron cubiertas por el pasto y la tierra, quedando solo la Iglesia. Si alguna vez ve una iglesia o una capilla sola en un campo, probablemente esté viendo los últimos restos de una de las aldeas perdidas de Europa.
La experiencia traumática de la peste negra, que mató quizás al 80% de quienes se contagiaron, llevó a mucha gente a escribir en el intento de encontrarle sentido a lo que habían vivido. En Aberdeen, el cronista escocés John of Fordun, registró que:
La enfermedad atacó a personas en todas partes, pero especialmente las clases medias y bajas, rara vez a las altas. Generó tal horror que los niños no se atrevían a visitar a sus padres moribundos, ni los padres a sus hijos y huían por temor al contagio como si fuera de la lepra o una serpiente.
Estas líneas casi pudieron haber sido escritas hoy.
Si bien la tasa de mortandad de la Covid-19 es mucho más baja que la de la peste negra, las consecuencias económicas han sido severas debido a la naturaleza globalizada, altamente integrada, de las economías modernas. Agréguese a esto nuestras poblaciones altamente móviles de hoy en día y se entiende por qué el coronavirus, a diferencia de la plaga, se ha extendido por el globo en cuestión de meses, no años.
Aunque la peste negra resultó en daño económico de corto plazo, las consecuencias del más largo plazo fueron menos obvias. Antes de la plaga, varios siglos de crecimiento de la población habían producido un superávit de fuerza laboral, el que fue abruptamente reemplazado por una escasez de mano de obra cuando muchos siervos y campesinos libres murieron. Historiadores han sostenido que esta escasez de mano de obra permitió a estos campesinos que sobrevivieron la pandemia exigir mejor paga o buscar empleo en otro lugar. Pese a la resistencia de los gobiernos, la servidumbre y el sistema feudal mismo de últimas se vieron erosionados.
Pero otra consecuencia a la que a menudo se hace menos referencia de la peste negra fue el ascenso de ricos empresarios y vínculos entre empresas y gobiernos. Si bien la peste negra provocó pérdidas de corto plazo para las mayores compañías de Europa, a largo plazo concentraron sus activos y controlaron una mayor parte del mercado y tuvieron mayor influencia con los gobiernos. Hay fuertes paralelos con la actual situación en muchos países en todo el mundo. Mientras que las compañías pequeñas dependen del apoyo del gobierno para evitar su colapso, muchas otras -principalmente las más grandes involucradas en el reparto a domicilio- se están beneficiando y mucho de las nuevas condiciones comerciales.
La economía de mediados del siglo XIV era demasiado distinta en tamaño, velocidad e interconexión del mercado moderno como para hacer comparaciones exactas. Pero por cierto que podemos ver paralelos en el modo que la peste negra fortaleció el poder del Estado y aceleró la dominación de mercados claves por un puñado de mega corporaciones.
Los negocios de la peste negra
La pérdida repentina de al menos un tercio de la población de Europa no llevó a una redistribución equitativa de la riqueza entre todos los demás. En cambio la gente respondió a la devastación conservando el dinero dentro de la familia. Los testamentos se volvieron muy precisos y empresarios ricos, en particular, se esforzaron mucho por asegurar que su patrimonio ya no se dividiera después de su muerte, reemplazando la tendencia previa a dejar un tercio de todos sus recursos a la caridad. Sus descendientes se beneficiaron de una continua concentración del capital en un número cada vez menor de manos.
Al mismo tiempo, la declinación del feudalismo y el ascenso de una economía basada en salarios a partir de las demandas de los campesinos de las condiciones laborales beneficiaron a las élites urbanas. El hecho de que se les pagara en dinero en vez de en especie (por ejemplo en el otorgamiento de privilegios como el de poder recolectar leña para el fuego), significó que los campesinos tenían más dinero para gastar en las ciudades.
Esta concentración de riqueza aceleró grandemente una tendencia preexistente: el surgimiento de comerciantes emprendedores que combinaron el comercio de productos con su producción a una escala sólo accesible para quienes tuvieran sumas significativas de capital. Por ejemplo, la seda, en un tiempo importada de Asia y Bizancio, ahora se producía en Europa. Comerciantes italianos ricos comenzaron a instalar talleres de seda y telas.
Estos empresarios tenían una posición única para responder a la repentina escasez de mano de obra causada por la peste negra. A diferencia de los productores de tela independientes, que no tenían capital, y a diferencia de los aristócratas, cuya riqueza estaba en la tierra, los empresarios urbanos pudieron usar su capital líquido para invertir en nuevas tecnologías, compensando la pérdida de trabajadores con máquinas.
En el sur de Alemania, que se convirtió en una de las zonas más comerciales de Europa a fines del siglo XIV y en el siglo XV, compañías como la Welser (que luego administro Venezuela como una colonia privada), combinó el cultivo del lino con ser la propietaria de los telares en los que los trabajadores convertían el lino en tela, que entonces era vendida por la Welser. La tendencia de los siglos XIV y XV después de la peste negra fue a la concentración de recursos -capital, capacidades e infraestructura- en manos de una pequeña cantidad de corporaciones.
La era de Amazon
En el presente hay algunas similitudes claras. Ciertas organizaciones grandes han aprovechado las oportunidades provistas por el covid-19. En muchos países por todo el mundo, ecologías completas de pequeños restoranes, pubs y tiendas han cerrado repentinamente. El mercado de alimentos, compras de almacén en general y entretenimiento se ha concentrado online y el dinero en efectivo en gran medida ha desaparecido.
El porcentaje de calorías que proveían los restoranes ha tenido que reorientarse a través de los supermercados y gran parte de esta oferta ahora está en manos de cadenas de supermercados. Tienen muchas propiedades grandes y personal, con la capacidad de reclutar más rápidamente y hay mucha gente subempleada que ahora quiere empleos. También tienen depósitos, camiones y capacidad de logística compleja.
Los otros grandes ganadores han sido los gigantes del comercio minorista online, tales como Amazon que tiene un servicio de "Alacena Prime" en Estados Unidos, la India y muchos países europeos. Las tiendas de las calles céntricas se han visto afectadas durante años por la competencia en precios y conveniencia de Internet y las quiebras son habituales. Ahora gran parte del espacio de comercio minorista "no esencial" está cerrado y nuestros deseos se han reorientado a través de Amazon, eBay, Argos, Screwfix y otros. Ha habido un claro salto de las compras online y analistas del comercio minorista se preguntan si este es un paso decidido al mundo virtual y un mayor dominio de las grandes corporaciones.
Mientras esperamos los paquetes en casa nos distraemos con el entretenimiento de la industria del streaming, un sector de mercado dominado por grandes corporaciones incluyendo Netflix, Amazon Prime (nuevamente), Disney y otros. Otros clientes online tales como Google (dueña de YouTube), Facebook (dueña de Instagram) y Twitter proveen las otras plataformas que dominan el tráfico online.
El eslabón final de la cadena son las compañías de reparto: UPS, FedEx, Amazon Logistics (nuevamente) así como el delivery de alimentos de Just Eat y Deliveroo. Aunque sus modelos de negocios son diferentes, sus plataformas ahora dominan los movimientos de productos de todo tipo, se trate de la nueva tv de marca Toshiba Fire de Amazon, o la pizza rellena de Pizza Hut (una subsidiaria de Yum! Brands, que también es dueña de KFC, Taco Bell y otras).
El otro cambio del dominio corporativo ha sido el paso del dinero con respaldo estatal a los servicios de pago sin contacto. Es obviamente un corolario de los mercados online, pero también significa que el dinero pasa a través de grandes corporaciones que se quedan con su parte por trasladarlo. Visa y MasterCard son los mayores actores, pero Apple Pay, PayPal y Amazon Pay (nuevamente) han visto incrementarse los volúmenes de transacciones mientras el efectivo en las billeteras de la gente queda sin usarse. Y si aún se piensa que el efectivo es un vector de transmisión, entonces los comerciantes minorista no lo aceptarán y los clientes no lo usarán.
Las pequeñas empresas han sufrido un golpe muy fuerte en una amplia variedad de sectores dado que el covid-19, al igual que la peste negra, resulta en que las grandes compañías ganan participación en el mercado. Incluso los que trabajan desde su hogar escribiendo artículos como este, lo hacen a través de Skype (propiedad de Microsoft), Zoom y BlueJeans, además de usar clientes de correo electrónico y notebooks hechas por una pequeña cantidad de organizaciones globales. Los multimillonarios se están volviendo más ricos mientras que la gente común pierde su empleo. Jeff Bezos, el CEO de Amazon, ha incrementado su riqueza en US$ 25.000 millones desde el comienzo del año.
Pero esto no es todo. La otra gran tendencia en la respuesta al virus ha sido el fortalecimiento del poder del Estado.
Gobernar la pandemia
A nivel del Estado la peste negra aceleró la tendencia hacia la centralización, el aumento de los impuestos y la dependencia de los gobiernos de las grandes compañías.
En Inglaterra el valor en declinación de la tierra y la consecuente caída de sus ingresos llevaron a la corona -el mayor terrateniente del país- a intentar poner un límite a los salarios a los niveles anteriores a la plaga con el estatuto de trabajadores de 1351 e imponer impuestos adicionales a la población. Previamente se esperaba que el gobierno se financiara por sí mismo, imponiendo impuestos sólo para gastos extraordinarios tales como guerras. Pero los impuestos posteriores a la plaga fueron un precedente importante de la intervención del Estado en la economía.
Estos esfuerzos gubernamentales significaban un incremento importante en el involucramiento de la corona en la vida cotidiana de la gente. En subsiguientes brotes de la plaga, que se dieron cada 20 años aproximadamente, se comenzó a restringir el desplazamiento con toques de queda, prohibiciones de viajes y cuarentenas. Esto fue parte de una concentración general del poder del Estado y el reemplazo de la distribución regional de la autoridad anterior con una burocracia centralizada. Muchos de los hombres que dirigían la administración posterior a la plaga, tales como el poeta Geoffrey Chaucer, provenían de familias mercantes inglesas, algunas de las cuales ganaron significativo poder político.
El ejemplo más destacado de esto fue el de la familia Pole, que en dos generaciones pasaron de ser comerciantes de lana de Hull a condes de Suffolk. Con el colapso temporario del comercio y las finanzas internacionales después de la peste negra, Richard de la Pole se convirtió en el mayor prestamista de la corona y un íntimo de Ricardo II. Cuando volvieron a surgir las mega compañías italianas a fines del siglo XIV y en el siglo XV, también se beneficiaron de la siempre creciente dependencia de la corona de las compañías mercantes. La familia Medici, que llegó eventualmente a gobernar Florencia, es el ejemplo más llamativo.
Los comerciantes también ganaron influencia política comprando tierras, cuyo precio había caído después de la peste negra. La propiedad de la tierra permitió a los comerciantes sumarse a la nobleza o incluso la aristocracia, casando sus hijos con los de lores faltos de dinero. Con su nuevo estatus y con la ayuda de parientes políticos influyentes, las élites urbanas lograron representación política en el parlamento.
Para fines del siglo XIV el mayor control estatal y sus continuos vínculos con las compañías mercantes llevó a muchos nobles a volverse contra Ricardo II se aliaron con su primo, que se convirtió en Enrique IV con la vana esperanza de que no seguiría las políticas de Ricardo.
Esto y la subsiguiente Guerra de las Rosas, que en general se presenta como un choque entre los partidarios de York y los de Lancaster, en realidad fueron promovidas en parte por la hostilidad de la nobleza hacia la centralización del poder estatal. La derrota de Ricardo III por Henry Tudor en 1489 no sólo terminó con la Guerra sino que también impidió cualquier nuevo intento de los barones ingleses de recuperar autoridad regional, lo que abrió el camino al auge continuo de las corporaciones y el gobierno central.
El estado en el que estamos
El poder del Estado es algo que en general damos por sentado en el siglo XXI. En todo el mundo la idea de la nación soberana ha sido central a la política y la economía imperial de los últimos siglos.
Pero desde la década de 1970 en adelante se volvió algo común entre los intelectuales sugerir que el Estado era menos importante dado que el monopolio del control sobre un determinado territorio era disputado por las corporaciones multinacionales. En 2016 de los 100 entes económicos más grandes, 31 eran países y 69 eran compañías. Walmart era más grande que la economía de España, Toyota más grande que la de la India. La capacidad de estas compañías grandes de influir en políticos y en entes reguladores ha sido suficientemente clara: considérese el efecto de las compañías petroleras en la negación del cambio climático.
Y desde que Margaret Tacher, primera ministra del Reino Unido de 1979 a 1990, dijo que pensaba "reducir el Estado", cada vez más partes de antiguos activos estatales ahora operan como compañías o como actores en cuasi mercados manejados por el Estado. Por ejemplo aproximadamente el 25% del servicio nacional de salud del Reino Unido se da a través de contratos con el sector privado.
En todo el planeta, el transporte, los servicios públicos, las telecomunicaciones, los servicios de dentistas, las ópticas, el correo y muchos otros solían ser monopolios estatales y ahora son manejados por compañías que buscan ganancias. Las industrias nacionalizadas o de propiedad estatal a menudo se describen como lentas y necesitadas de la disciplina del mercado para volverse más modernas y eficientes.
Pero gracias al coronavirus, el Estado ha vuelto como un tsunami. El gasto a un nivel al que se hacía burla llamándolo la economía "del árbol mágico del dinero" hace tan sólo unos meses se ha dirigido hacia los sistemas nacionales de salud, a responder al problema de los sin techo, a proveer un ingreso básico universal para millones de personas y a ofrecer garantías de créditos o pagos directos a una cantidad de empresas.
Esto es economía keynesiana a gran escala, en la que se usan bonos del tesoro para tomar dinero prestado con el respaldo del ingreso futuro de los contribuyentes. Por el momento la idea de equilibrar el presupuesto es historia, siendo que sectores enteros de la economía ahora dependen del rescate del tesoro. Políticos de todo el mundo se han vuelto repentinamente intervencionistas, utilizando metáforas de tiempos de guerra para justificar un gasto gigante.
Se comenta menos la restricción asombrosa a las libertades personales. La autonomía del individuo es central a las ideas neoliberales. Se contrasta "los pueblos amantes de la libertad" con los que viven bajo el yugo de la tiranía, de estados que ejercen poderes de vigilancia de gran hermano sobre la conducta de sus ciudadanos.
Pero en los últimos meses estados de todo el mundo han restringido efectivamente los movimientos de la gran mayoría de la gente y usan la policía y las Fuerzas Armadas para evitar reuniones en público y en espacios privados y teatros, bares y restoranes están cerrados; los parques están cerrados al público y sentarse en un banco puede costar una multa. Correr demasiado cerca de otra persona hará que le grite alguien que lleva un chaleco de alta visibilidad. Este nivel de autoritarismo hubiera llamado la atención en un rey medieval.
La pandemia parece haber permitido a los poderes fiscales y administrativos del gobierno aplastar los argumentos de prudencia y libertad. El poder del Estado ahora se ejerce de maneras que no se veían desde la Segunda Guerra Mundial y hay amplio apoyo público.
Resistencia popular
Volviendo a la peste negra, el aumento de la riqueza y la influencia de los comerciantes y las grandes empresas agravó seriamente los sentimientos anti mercantiles. En el pensamiento medieval -tanto intelectual como popular- se desconfiaba moralmente del comercio y se consideraba que los comerciantes, especialmente los más ricos, eran proclives a la avaricia. La peste negra se consideraba ampliamente un castigo de Dios por los pecados de Europa y muchos escritores posteriores a la plaga culpan a la Iglesia, los gobiernos y las compañías ricas por la declinación moral del cristianismo.
El famoso poema de protesta de William Langald, Piers Plowman , era fuertemente anti mercantilista. Otros escritos, tales como el poema de mediados del siglo XV el Libelle of Englysche Polycye, toleraba el comercio pero quería que estuviera en manos de comerciantes ingleses y fuera del control de los italianos, que según el autor empobrecieron al país.
Al avanzar los siglos XIV y XV y ganar mayor participación en el mercado las corporaciones, creció la hostilidad popular y de los intelectuales. Al más largo plazo esto tendría resultados incendiarios. Para el siglo XVI la concentración del comercio y las finanzas en las manos de corporaciones había evolucionado hasta convertirse en prácticamente un monopolio de las finanzas reales y papales controladas por un pequeño número de compañías que también tenían monopolios o cuasi monopolios de las principales mercancías en Europa -tales como la plata, el cobre y el mercurio- y sobre las importaciones de Asia y de las Américas, particularmente las especies.
Martín Lutero se indignaba por esta concentración, especialmente el uso por la Iglesia Católica de firmas monopólicas para recolectar indulgencias. En 1524 Lutero publicó un folleto sosteniendo que el comercio debía ser para el bien común (alemán) y que los comerciantes no deberían cobrar precios elevados. Junto con otros escritores protestantes, tales como Philip Melancthon y Ulrich von Hutten, Lutero se apoyó en el sentimiento anti mercantil para criticar la influencia de las empresas sobre el gobierno, agregando el rechazo a la injusticia financiera a su llamado a la reforma religiosa.
Es famoso que el sociólogo Max Weber asoció el protestantismo con el surgimiento del capitalismo y el pensamiento económico moderno. Pero los primeros escritores protestantes se oponían a las corporaciones multinacionales y la comercialización de la vida cotidiana, apoyándose en el sentimiento anti mercantil que tenía sus raíces en la peste negra. Esta oposición popular y religiosa eventualmente llevó a la ruptura con Roma y la transformación de Europa.
¿Lo pequeño siempre es hermoso?
En el siglo XXI nos hemos acostumbrado la idea de que las firmas capitalistas producen concentración de riqueza. Se trate de los industriales victorianos, los barones ladrones de Estados Unidos del siglo XIX o los millonarios de las punto.com, las desigualdades generadas por las empresas y su influencia corruptora sobre los gobiernos han dado forma a los debates sobre el comercio desde la revolución industrial. Los críticos a menudo caracterizan a las grandes empresas como desalmadas, monstruos que aplastan a la gente común en los engranajes de sus máquinas o que extraen como vampiros las ganancias de las clases trabajadoras.
Como vemos, los debates entre los localistas de los pequeños negocios y los que favorecen las corporaciones y el poder del Estado llevan muchos siglos. Poetas románticos y radicales lamentaban el modo en que "las industrias satánicas oscuras" destruían la naturaleza y hacían que la gente no fuera más que apéndices de las máquinas. La idea de que el artesano honesto estaba siendo reemplazado por un empleado alienado, un esclavo asalariado, es común tanto a los nostálgicos como a los críticos progresivos del capitalismo temprano.
Para la década de 1960 la idea de que había alguna diferencia fundamental entre empresas pequeñas y grandes sumó el ambientalismo a estos debates de larga data. "El hombre" en el rascacielos se oponía al artesano más auténtico.
Esta fe en los negocios locales con la desconfianza hacia las corporaciones y el Estado ha sido asumida por los movimientos verdes, Occupy y Extinction Rebellion. Comer comida local, usar dinero local y tratar de volcar el poder de compra de "instituciones claves" como hospitales y universidades hacia pequeñas empresas sociales se ha vuelto de sentido común para muchos activistas económicos contemporáneos.
Pero la crisis del covid-19 cuestiona esta dicotomía "lo pequeño bueno, lo grande malo" de algunas maneras muy fundamentales. La organización a gran escala parece ser necesaria para responder a la inmensa variedad de cuestiones que plantea el virus y los estados que parecen ser más exitosos son los que han adoptado las formas más intervencionistas de vigilancia y control. Incluso el post capitalista más ardiente tendría que admitir que pequeñas empresas sociales no podrían instalar un hospital gigante en pocas semanas.
Y si bien hay abundantes ejemplos de empresas locales que se dedican a la distribución de alimentos y una cantidad encomendable de ayuda mutua, la población del norte global en gran medida está siendo alimentada por grandes cadenas de supermercados con complejas operaciones logísticas.
Después del coronavirus
El resultado a largo plazo de la peste negra fue el fortalecimiento del poder de las grandes empresas y el Estado. Los mismos procesos se están dando mucho más rápidamente con la cuarentena del coronavirus.
Pero debemos cuidarnos de las comparaciones históricas apresuradas. La historia nunca se repite realmente. Las circunstancias de cada tiempo son únicas y simplemente no es inteligente tratar las "lecciones" de la historia como si fuera una serie de experimentos que demuestran ciertas leyes generales. Y, el covid-19 no matará el tercio de ninguna población, por lo que aunque sus efectos son profundos no resultará en la misma escasez de mano de obra. Si algo sucede, es que en realidad se ha fortalecido el poder de los empleadores.
La diferencia más profunda es que el virus llega en medio de otra crisis, la del cambio climático. Existe el peligro real de que la política de volver a una economía de crecimiento simplemente vuelva abrumadora la necesidad de reducir las emisiones de carbono. Este es un escenario de pesadilla, en el que el covid-19 es sólo el antecedente de algo mucho peor.
Pero las inmensas movilizaciones de personas y dinero que han desplegado los gobiernos y las corporaciones también muestran que las grandes organizaciones pueden remodelarse a sí mismas y al mundo de un modo extraordinariamente rápido si lo desean. Esto da bases reales de optimismo respecto de nuestra capacidad colectiva de hacer la re-ingeniería de la producción de energía, el transporte, los sistemas de alimentos y mucho más, el nuevo plan verde que muchos políticos han estado promoviendo.
La peste negra y el covid-19 parecen haber causado ambos la concentración y la centralización del poder de las empresas y el Estado. Es interesante advertirlo. Pero el mayor interrogante es si estas fuerzas potentes pueden apuntarse contra la crisis por venir.
Por Eleanor Russel y Martin Parker
Traducción de Gabriel Zadunaisky
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