Nació en Nueva York, estudió Geofísica pero eligió vivir en la Argentina y su negocio es un boom: la historia de Sheikob’s Bagels
Se graduó en las mejores universidades de los Estados Unidos, pero se instaló en Buenos Aires con un local gastronómico; empezó vendiendo bagels en bicicleta
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De la academia a la gastronomía y de Manhattan a Palermo, la vida de Jacob Eichenbaum-Pikser (33 años) definió un camino particular. Nació en Nueva York y pasó por dos de las mejores universidades de los Estados Unidos, pero luego de conocer Buenos Aires, en 2009, eligió abandonar su vida anterior para mudarse a la Argentina. Hoy está al frente de Sheikob’s Bagels, su negocio, que es un boom porteño de la mano de una de las grandes tradiciones de su ciudad natal.
“Decidí irme porque me di cuenta de que, si bien me interesaba a nivel intelectual, no había trabajos que me interesara para dedicar mi vida. En ese momento decidí venir a la Argentina”, cuenta Sheikob, como lo llaman todos sus conocidos, en diálogo con LA NACION.
Su primer acercamiento con la Argentina fue en un viaje de intercambio, cuando llegó a Buenos Aires para estudiar español, letras y sociología. “Es algo bastante común en los Estados Unidos, y fue medio al azar. Sabía que quería ir a un lugar hispanohablante dentro de ‘las Américas’, y dentro de las opciones disponibles que había en la facultad, decidí venir acá”, relata.
Antes de llegar a la Argentina, Eichenbaum-Pikser dedicaba su tiempo a la academia. Nacido en Manhattan, completó estudios de Geofísica en Brown University, y luego avanzó con un posgrado en Columbia, las dos casas de estudio donde se formó el exministro de Economía, Martín Guzmán.
Pero el futuro laboral alrededor de la academia no lo convencía. Luego de su primer viaje a la Argentina, completó sus estudios y trabajó un año en investigación científica. Al terminar su maestría, en 2013, decidió hacer un cambio y dejar los claustros universitarios. Ese año armó sus valijas y volvió a Buenos Aires.
“La primera vez, conocí amigos que me cayeron muy bien, y vi una calidad de vida distinta, especialmente en ese momento. Es una diferencia en relación con las prioridades de la vida que me interesaban mucho, especialmente viniendo de Nueva York”, cuenta.
“Por lo menos en ese momento, vi un una posibilidad de vivir una vida que dejaba espacio y tiempo para cosas que no eran necesariamente trabajo y no estaban directamente dedicadas a generar dinero, y había al alcance de una gran clase media, una calidad de vida que por lo menos en Nueva York no existía. Durante toda mi vida, nunca vi esa posibilidad de tener una vida que dejaba tiempo y espacio para los intereses de uno”, completa.
Y fue en esos meses cuando encontró el rol que se transformaría en su nueva actividad. Instalado en un departamento de Parque Patricios, mientras trabajaba como profesor particular de inglés para estudiantes argentinos que se preparaban para ingresar en universidades estadounidenses, cocinaba bagels caseros para sentirse un poco más en su ciudad. “Nunca había hecho nada de panadería, pero era algo que llegué y extrañaba”, recuerda.
Al poco tiempo, esa rutina de cocinar bagels para desayunar y compartir con amigos se convirtió en un emprendimiento personal. Eichenbaum-Pikser empezó a vender entre conocidos que lo recomendaban, fiestas o encuentros culturales. “Así conocí a otra gente que tenía un emprendimiento -Cannoli de Palermo- donde hacían pastelería italiana de su casa, lo vendían a cafés de especialidad en el barrio y un día a la semana salía en una bici de reparto con una mesa plegable y vendían en la calle”, recuerda.
Les pidió la bicicleta prestada y decidió imitarlos, vendiendo bagels en la puerta de un café. “Lo que hacía era cocinar en mi casa en Parque Patricios, me levantaba a las 4:30 de la mañana, iba en taxi desde ahí hasta la casa de estos amigos que vivían en Palermo, cambiaba el cartel de la bici y me llevaba todo al café”, recuerda.
En un principio, sus clientes eran fundamentalmente estadounidenses viviendo o viajando de turistas en Palermo, pero con el tiempo se hizo conocido en el barrio. Así también amplió su calendario. “Empecé un segundo día en otro café, después sumamos otro hasta el punto en que estaba trabajando con cuatro personas y una estructura de ir cinco días de la semana a distintos lugares. Hasta nos mudamos a una cocina de producción, que en realidad era la casa de los abuelos de mi compañero de casa en Parque Patricios”, relata.
Así trabajó casi tres años y conoció a Simja Dujov (39 años), un cordobés que administraba un hostel arriba del café donde Jacob vendía bagels los viernes. “Cuando lo conocí era una propuesta muy auténtica. Yo soy músico y nunca había tenido experiencia con el mundo gastronómico, pero se dio un entendimiento muy rápido”, recuerda quien se convertiría en socio del proyecto.
Con una inversión de alrededor de casi $1 millón de aquel entonces, en diciembre de 2017 abrieron el local, donde hoy funciona Sheikob’s Bagels. Allí mudaron toda la producción gastronómica y expandieron la atención en el salón. “Yo estaba convencido de que no quería tener un local. Pero justo teníamos que mudar todo porque tenían que dejar la casa de mi amigo, y todo se alineó”, recuerda Jacob.
La idea de “replicar la sensación de comodidad barrial” y de “replicar lo que sería una baglería típica de Nueva York con lo que sería un bar de Buenos Aires” se transmite en el local: piso de baldosa, unas pocas clásicas mesas de madera, como las habituales de los cafés más antiguos de la ciudad reciben a los visitantes, que encuentran un sencillo mostrador de madera donde se destacan canastos de bagels y una gran cafetera, de estilo americano. Una camiseta de los Knicks, el equipo de básquet más célebre de Nueva York, y un piano, completan la escena.
“Fue todo un aprendizaje sobre la marcha de algo que no teníamos experiencia. Había trabajado en los veranos durante el colegio, en hoteles o restaurantes, pero nunca con la experiencia de mantener una estructura gastronómica”, recuerda Jacob.
Cuando empezaron, el menú tenía cuatro sandwiches, con los sabores y texturas típicas de Nueva York. Luego, ampliaron sus opciones a 10 variedades, con opciones dulces y postres. La estrella entre los ‘nuevos’ es el ‘chipabagel’, un bagel que, en la mezcla, suma pequeños trozos de masa de chipá.
Hoy, el negocio tiene 10 empleados y vende entre 18 a 30 docenas de bagels por día. Superado el sacudón de la pandemia, retomaron la atención presencial plena y hasta los encuentros de música en vivo, algunos días por la noche.
“Para mí, hay dos elementos de la experiencia del cliente que son fundamentales y no podemos jugar, cuando enfrentamos cambios económicos. Uno es la calidad del producto y otro, menos tangible y más difícil de medir, es el bienestar del equipo dentro del lugar. Son los dos pilares de este negocio”, afirma Jacob.
En ese punto, también advierte sobre la dinámica de los costos y los precios del rubro, e identifica una paradoja del sector. “Hay algo que afecta en la accesibilidad del producto. Si querés mantener un negocio que tenga calidad, también te enfrentás a que tu producto sea alcanzable a un grupo cada vez más chico. Y quizás es feo lo que voy a decir, pero la gastronomía de alta calidad hoy en día en la Argentina es demasiado alcanzable, en el sentido de que en Nueva York, salir a comer a lugares caros para gente económicamente estable es un lujo que se puede hacer, depende el nivel de cada persona, pero una vez por semana o una vez por mes, mientras que acá siento que con cierto nivel de economía una persona podría comer fácilmente cuatro o cinco veces por semana en un lugar no barato sin pensarlo dos veces”, concluye.
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