Mi jefe era mi mejor amigo y ahora es una basura
El consultorio está vibrando con el inicio del año 2021. Es que el 2020 fue un annus horribilis y también espantoso, miserable y todo lo que nos podamos imaginar. Para generar una limpieza de la negatividad del 2020, nos estuvimos instruyendo sobre cómo sacar las malas ondas del lugar. Comenzamos a poner piedras para generar buen clima y buena onda: la amatista para relajar y calmar; el cuarzo rosa para sosegar las emociones y conectar con el amor; el cristal de roca para que los pacientes logren meditar bien, y la turmalina negra la pusimos cerca del router y del wifi para absorber la energía electromagnética.
También llenamos el lugar de plantas para energizar y, de fondo, música zen para calmar las miserias interiores. Estaba orgulloso de la transformación del consultorio en un spa de la mente.
Mientras el consultorio se transformaba, y el autor de esta nota pensaba qué podría ser peor que lo que sucedió en el 2020, que fue el año de la rata en el horóscopo chino, recibimos un mensaje urgente por mail: "Jefe, examigo, bazofia humana". Los pacientes vienen ingeniosos para que los atendamos.
Invitamos a Guillermo para que nos visite. Apareció ojeroso y agotado. Le mostré el diván y se tiró sin más preámbulos. El paciente quedó despatarrado y temí por su salud. "Gracias, doctor, necesitaba tirarme un rato, descansar y contarle mi historia".
–Empecé a trabajar en esta empresa hace dos años, doctor. Estaba feliz con la oportunidad y sobre todo con quien me la había dado: mi mejor amigo, Fernando. Con Fernando nos conocemos de chicos, del barrio. Jugábamos a la pelota, al poliladron, a la escondida. Ahora estamos jugando a la mancha venenosa y creo que voy a perder –dijo, melancólico, mi paciente.
–¿Pero qué te hizo Fernando que estás tan decepcionado?
–Mejor dicho, qué no me hizo. Primero empecé a notar un cambio de actitud en él. Dentro de la oficina parecía distante y algo mandón. Afuera estaba todo bien. No me preocupé, pero me puse en alerta. Yo estaba estudiando y me apuraba para irme a las 18 y no llegar tarde a la facu, y el muy turro a las 17.55 encontraba algún quilombo para que me tuviera que quedar. Eso no se le hace a un amigo. Cuando volvía de almorzar, siempre era un problema y me estaba esperando con mala cara y algún lío. Lo mismo sucedía si me retrasaba a la mañana. Ahora bien, si iba a comer con él, volvíamos a la hora que a él se le cantaba.
Me acordé de una frase de Ramón y Cajal que decía que a los amigos, como a los dientes, los vamos perdiendo con los años, no siempre sin dolor. Creo que Guillermo estaría necesitando ir a un dentista. Seguí escuchando cómo esta aparente gran amistad entraba en terreno sinuoso cuando nuestro protagonista comenzó a trabajar con Fernando.
"Me casé hace dos años y pasé un invierno terrible. La necesidad y el sentimiento de culpa que me generaba faltar al trabajo, sabiendo que después le tenía que dar explicaciones, hicieron que no atendiera lo suficientemente bien una bronquitis y se repetía semana tras semana. Cuando caí en cama, me mandó un médico (al único que alguna vez la empresa le mandó un médico). El tipo entró al dormitorio y cuando escuchó cómo respiraba y tosía, sin acercarse me dijo: ‘Estás a la miseria’. Casi termino con una neumonía", explica Guillermo
"Además, lo tengo en todas las redes sociales, me escribe por todos lados, cada vez más por temas laborales y menos por los personales. Es como si eso hubiera desaparecido".
Silencio. Creo que Guillermo o se puso a llorar bajito o la música zen lo adormeció. Le pegué una patada al diván para que reaccionara. Son suficientes datos de la realidad para que Guillermo se dé cuenta de que su jefe no lo quiere y de que esa amistad es un campo yermo.
Qué no debería hacer Guillermo. El protagonista de esta historia está en una situación compleja donde su trabajo comienza a ser un infierno y su amistad de deshilacha. El enojo de Guillermo va incrementándose. Por eso, no debería acercarse al auto de Fernando, pincharle las ruedas y ensuciarle el parabrisas con un mensaje que diga: "No fueron las palomas".
Tampoco debería ir a la casa, lugar que conoce bien, y grafitear la pared con la leyenda: "Se dónde vivís, ojota". Si Guillermo quisiera ser más enfático y no esconderse tanto, podría decir escribir: "Sos peor jefe que Mr. Burns".
Lo que Guillermo debería hacer.Es muy difícil compatibilizar amistad y trabajo. Hay muchas sociedades que directamente fracasan cuando los socios han sido amigos previamente y el trabajo los pone en un contexto de acción diferente.
Sin embargo, hay estudios que consideran que los amigos en el trabajo impulsan la productividad y son el sustento de tu felicidad laboral. Tener un buen amigo en el lugar de trabajo podría incrementar la satisfacción profesional en un 50%. Un "mejor amigo" en el trabajo podría llevarnos a estar más comprometidos y enganchados con este. Ahora bien, si el mejor amigo se convierte en jefe, la correlación no es tan clara.
Vidas conectadas
Si a la situación de tener un jefe examigo le agregamos que hoy en día las nuevas tecnologías y el intercambio social nos han hecho accesibles las 24 horas del día con todos dentro de la compañía, la cosa se hace más complicada para separar las vidas personales y profesionales.
El 32% de los trabajadores son amigos de su jefe en Facebook, 19% se siguen en Instagram y 7% en Snapchat. El 78% de los empleados tienen el número de celular de su jefe; el 24% ha visitado la casa de su gerente, y el 34% ha solicitado algún tipo de asesoramiento de su gerente sobre asuntos personales.
Las relaciones saludables requieren un grado de honestidad, y eso es lo que faltó de parte de ambos en esta historia. Guillermo debería haber indagado el tema con su jefe-amigo tal vez fuera del horario laboral para entender el porqué del cambio de la dinámica personal entre ambos. Fernando, por otra parte, no supo, no quiso o no pudo confrontar una relación profesional con quien fue su amigo. Definitivamente algo había en esa relación que a Fernando le molestaba y que no sacó a la luz y que Guillermo tampoco supo descular.
Una hipótesis: mucha gente cuando tiene poder cambia. Es como que el poder se le subiera a la cabeza y no pudiera controlar las reacciones.
Fin de la historia
Seguimos con Guillermo y el final de su historia.
–Cuando nació nuestro primer hijo, con un mes apenas de vida, le apareció una hernia. Tuvimos que intentar la cirugía, con el miedo que significa entregar al quirófano un bebé tan chiquito. Le dije que me tomaba tres días. Su respuesta: "Mirá que está difícil, yo no sé... preferiría que no". Me los tomé igual. Cuando volví, todo el directorio me preguntaba por mi hijo, menos él.
–Me imagino tu desesperación por tu hijo. Pero ¿qué hiciste en el trabajo?
–Renuncié. Hace un mes mandé mi telegrama de renuncia, pero no le avisé nada a Fernando. No lo quiero verlo más en mi vida.
Guillermo se despidió del consultorio tratando de zigzaguear entre las plantas y las piedras que yo había puesto. En la puerta se dio vuelta y con un nudo en la garganta me dijo: "No trabajo nunca más con un amigo".
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