“Mi jefa me quiere hundir”
El mundo corporativo tiene una larga trayectoria de modelos de liderazgo bestiales que hacen que vivir en una empresa se pueda convertir en un verdadero infierno para los empleados que dependen de estos jefes.
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El consultorio está de parabienes. Con la apertura de actividades luego de la “cuareterna” impuesta por la pandemia, los ejecutivos no paran de llamar y reservar turno. Inclusive, los directivos más complicados, piden doble turno presencial con almuerzo incluido.
Recibimos a Romina. Al abrir la puerta del consultorio observé que Romina tenía los ojos rojos. Le pregunté si estaba llorando, pero no, parece que el viento feroz en la ciudad le generó una alergia que le daban ganas de arrancarse los ojos. La paciente se acostó en el diván, se puso colirio y sin más disparó: “Mi jefa me hunde, me quiere hundir”.
– Contame un poco tu historia laboral así entiendo de dónde venís y qué te está pasando.
–Cerca de nueve años atrás ingresé a una compañía multinacional, después de haber trabajado por más de once años en otra que realmente me dio todas las oportunidades. Tuve una posición global, en épocas donde aún la transformación digital daba sus primeros pasos, y teníamos que viajar y viajar. Y entonces fui mamá y tuve que buscar nuevos horizontes. Así es como llegué a la empresa actual, con una posición de liderazgo, pero más local y con menos viajes.
Mis primeros pasos fueron sólidos, con un jefe que estaba en Brasil próximo a jubilarse. Antes de irse, me dijo que ya estaba lista para una posición de dirección. Se jubiló, pero la posición de dirección se la dieron a mi actual jefa. Dijeron que yo era muy nueva en la empresa para poder hacerme cargo del desafío. Parece que nunca mejor el refrán que dice mejor malo conocido que bueno por conocer”, aseguró.
Romina enmudeció, probablemente meditando su pasado glorioso o mirando los querubines que hice pintar en el techo para que los pacientes tuvieran una visión más agradable de su realidad espantosa.
–¿Cómo definirías a tu jefa?
–Una hundidora serial. No sé si esa palabra existe, pero te hunde, quiere que desaparezcas. Tal vez es su falta de creatividad o inseguridad, pero cuando vas con ideas, te mira raro. No te dice nada. No puedo aún entender si no entiende o se hace la tonta. Poco a poco, me fui dando cuenta que ella quería limitarme. Nada de lo que hacía era correcto, pero, sistemáticamente, ella terminaba haciendo o presentando lo que yo u otros del equipo le habíamos presentado. Obvio que nunca nos dio el crédito. Una vez le mostré un cambio organizacional que nos permitiría mayor agilidad, evitar contingencias legales, generar promociones y ganar en conocimiento. Recuerdo que lo había dibujado y cuando se lo mostré me miraba como si le hablara de la fórmula de la Coca-Cola. Me pidió sacarle una foto. Terminó usando eso en una reunión con directores. Nunca me dijo nada, nunca me agradeció.
–¿La confrontaste? ¿Pediste ayuda?
–Nunca la confronté. Mi intuición me decía que no iba a ganar nada. Pero aproveché un programa que me ofreció la empresa de mentorías internas. Comencé con un mentor que me ayudó mucho, especialmente porque es una persona a quien mi jefa le tiene bastante respeto. Desarrollamos una relación muy positiva y, gracias a él, comencé a tener más visibilidad. Él comenzó a hacer más notorio todo mi trabajo, los beneficios e impactos que el mismo generaba. Incluso me sugirió aceptar roles fuera de mi función en algunos proyectos de la compañía que me dieron más roce con otras áreas. Al conectarme con otros líderes y que mi trabajo tuviera más visibilidad, la evaluación 360° pasó de ser buena a sobresaliente ya que la mirada de los otros mejoró mucho.
Qué NO debería hacer Romina: no debería entrar a la oficina de su jefa y borrarle el disco rígido de su computadora con toda la información que usó de Romina para lucirse. No debería dejarle un mensaje en un post-it que diga: “Ladrona”. Este mensaje debería tener un tono jocoso actual, por lo que recomiendo firmarlo como “La Wanda de la oficina”. Para culminar, y para sacarse la furia contenida, partir la computadora con algún adorno favorito de la jefa. De esta forma se estaría liberando energía negativa además de dejarle el escritorio hecho un estropicio.
Qué debería hacer Romina: la protagonista de esta historia es un caso típico de una persona capaz que tiene la desgracia de tener un jefe bestial y burro. Estos jefes apropiadores de ideas ajenas requieren que uno tenga paciencia y mentalidad estratégica para poder moverse con cintura y evitar el hundimiento al que se refiere Romina. Si Romina está contenta con la organización, pero su único problema es la jefa a la que no le interesa más que su propia carrera, hay que exponerla. Esto es simple, pero tiene consecuencias. A la organización le tiene que quedar claro lo inoperante de esa jefa. De esta forma, Romina no tiene que salir a cubrirla ni tiene que compartir ideas con ella. Esas ideas las tiene que mostrar en otros ámbitos.
Otra estrategia es la de las pinzas para estrangular a la bestia organizacional. Esta segunda opción, que complementa a la primera, es trabajar políticamente con los más altos directivos de la organización que uno tenga acceso. De esa forma se puentea al propio jefe. Romina comenzó a exponerse, gracias a su mentor, a otros directivos de la empresa quienes comenzaron a valorar su experiencia e ideas.
Finalmente, la tercera alternativa, es terminar planteando el tema del desarrollo de carrera, dejando la pelota en manos de recursos humanos u otros directivos. El tema es si esas alternativas existen en la empresa.
Volvemos a Romina y la despertamos de su letargo. Los querubines del techo la mantuvieron en un estado soporífero. Finalmente, volvió al mundo real y fue directa: “Estoy harta de su inseguridad, miedos, falta de toma de riesgos y, sobre todo, de que nos asfixie. Esta semana mi paciencia se colmó, por eso lo vengo a ver a usted. Hace años que busco crecer, y nunca puedo, participo de búsquedas y nada. De pronto llega un correo y se abrió la búsqueda de mis sueños. ¿Sabe quién publicó esa búsqueda? ¡Mi jefa! Y no me había dicho nada. Ella nunca mencionó que iría a abrir esa búsqueda. Le dije si podía aplicar y me contestó que su idea era un perfil que venga con esa experiencia y que quisiera un movimiento lateral. Eso y decirme no pierdas el tiempo, fue lo mismo. Fue un baldazo y no de agua fría; fue de hielo, de esos que te duelen más de los que enfrían”.
–¿Hablaste con tu mentor? Él podría serte de utilidad en este momento…
–Fue lo primero que hice. Me entendió y me fue sincero: que haga lo que haga, crecer en estas circunstancias no iba a pasar. Y si quería crecer no iba a ser en esta empresa. A veces, hay que saber leer los mensajes.
Desde ayer ya inicié mi nueva búsqueda. Ya lo tengo decidido y haré lo que debo hacer y ni bien me aparezca la oportunidad, se cierra la puerta.
Romina se levantó del diván. Encaró a la puerta sin mirarme. Antes de virar hacia mí, se secó las lágrimas: “Doctor, al final las personas no renunciamos a nuestros trabajos, renunciamos a nuestros jefes, a los malos jefes”. Romina se fue, pero antes me pidió el teléfono de la persona que pintó los querubines en el techo.
Romina, hay muchos antilíderes dando vueltas; personas inseguras, con falta de confianza y miedo a quienes muchas organizaciones apañan. Vas a tener que aprender a que en tu vida profesional estas sanguijuelas se reproducen y se cuelan en los lugares menos pensados.
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