Managers eran los de antes. La transformación radical del trabajo directivo
La pandemia vino a romper todos los paradigmas del mundo ejecutivo y a cambiar la escala de valores de los profesionales
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En diciembre de 1980, mi padre me sentó en la cocina y me dijo seriamente que ese verano no iríamos de vacaciones porque no cerraban los números de la economía familiar. Por primera vez en mucho tiempo nos quedaríamos en casa. Recibí de mi padre la promesa de que al año siguiente iríamos tres meses de vacaciones, cosa que sucedió, y que eligiera algo para hacer en el verano que me lo iba a pagar. Pero papá me advirtió que hiciera algo que fuera productivo que me sirviera para el futuro. Me recibí de dactilógrafo en tres meses, una habilidad que me serviría para encarar varios emprendimientos personales durante la década del 80, como pasar apuntes usando mi Olivetti, y no asustarme, más adelante, cuando me confronté a la primera computadora en el trabajo.
A finales de esa década mi padre, nuevamente, me dijo que no importara qué fuera a estudiar, que yo tenía que aprender inglés y computación. Las computadoras en ese momento eran aparatos gigantes y los cursos eran para aprender a programar. Me anotó en el Instituto Mariano Moreno y el lenguaje binario me superó y abandoné el curso.
De todas formas, la primera vez que tuve una computadora a nivel laboral fue en 1994 cuando trabajaba en el Ministerio de Economía. Un lunes llegamos al ministerio y ¡sorpresa! habían cambiado el lay out de la oficina: ahora era un espacio abierto, y cada uno de los asesores teníamos una computadora que no sabíamos ni cómo prenderla. Una nota acompañaba el nuevo aparato. En la nota figuraban los horarios por los próximos tres meses para aprender a utilizar la computadora. Algo, de todas formas, no había cambiado: el jefe tenía una oficina que miraba al resto de los mortales. Mi jefe en ese momento sufrió el advenimiento de las computadoras debido a que, según él, le era difícil controlar lo que la gente hacía dentro de las pantallas. Es por ello que contrató a un licenciado en criminología para caminar entre sus empleados para mirar qué estaban haciendo mientras escribían.
Además de las computadoras, la tecnología le permitió a mi jefe saber quién llegaba tarde y quién se iba más temprano. La incipiente tecnología para el control del ausentismo que luego migraría a datos biométricos le permitía tener conversaciones de feedback donde las llegadas tarde de sus colaboradores estaban al inicio de la charla.
Sin acceso a celulares, las vacaciones de los directivos eran el paraíso porque al tomarse la licencia en el verano, no se hablaba de trabajo, no se revisaban mails (no había) y el descanso liberaba la mente y la despejaba de la oficina. Pero apareció el celular y todo cambió. Si bien inicialmente no era un producto masivo, no tardó mucho en difundirse y convertirse en una herramienta que hoy es indispensable. La llegada del BlackBerry fue, para muchos, abrir la puerta del infierno sin darse cuenta: el trabajo invadió la vida personal y eso no tendría vuelta atrás.
Con la llegada de la tecnología, el mundo binario de mi infancia donde el trabajo terminaba a cierto horario y nada sucedía hasta el día siguiente, se terminó. ¿Quién se va hoy de vacaciones sin revisar mails o WhatsApp al menos un par de veces al día? Tal vez exista un pequeño grupo de personas que logre poner freno a la maroma laboral que no se termina ni en vacaciones. Es más, mucha gente revisa sus mails durante el descanso estival para no tener una catarata de mensajes a la vuelta. Al menos los vemos para hacer “delete”.
Ser jefe en la década de 1980 y en la actualidad es prácticamente haber hecho dos carreras completamente diferentes, o vivir en dos mundos distintos. A esos jefes los separa un abismo tecnológico y emocional de cuatro décadas de cambios intensos y disruptivos. La evolución tecnológica vino a traer más herramientas para realizar un trabajo efectivo y eficiente, pero también nos apabulló y nos invadió la vida personal. Y los malos jefes hicieron uso y abuso de eso.
La pandemia vino a romper todos los paradigmas directivos. Aquellos que todavía amaban controlar en la oficina tuvieron que empezar a confiar a la distancia. Trabajar desde casa y que la oficina esté a pocos metros de la cama está generando un efecto revolucionario en la gente y cambiando el rol directivo. El home office puso en manifiesto la necesidad de volcarse a los tiempos personales y, en muchos casos, cambió la escala de valores y puso las necesidades personales por sobre las profesionales. El aislamiento nos hizo más reflexivos sobre lo que queremos para nuestras vidas, y el resultado no es necesariamente poner todo el foco en el trabajo como fue en la era prepandemia. En Europa y Estados Unidos se habla sobre el derecho a la desconexión y a no ser molestados cuando dejamos de trabajar ¿Será el regreso al mundo binario de los 80 donde nos desconectábamos en las vacaciones?
En un reciente artículo, la revista The Economist se preguntaba cómo serían las vacaciones de los ejecutivos en el futuro. Buena pregunta. Tal vez las vacaciones ya no deban ser establecidas en cantidad de días. El Zoom y el trabajo virtual podrían, por ejemplo, hacer que una persona trabaje desde alguna isla paradisíaca (o desde donde pueda) algunos meses por año y comenzar a tener mayor calidad de vida. Por supuesto, esto no será posible para todos y en todas las industrias, pero es un tema nuevo más que se incorpora a la agenda directiva. Es más, probablemente sean los mismos directivos los que pidan un cambio de vida para lograr lo que nunca consiguieron: el equilibrio entre la vida personal y laboral. Pareciera que esta época de cambios estrepitosos y radicales puede abrir una nueva puerta a trabajar de otra forma.
Inglés y computación fue la recomendación futurista de mi padre cuarenta años atrás. Con esos conocimientos iba a tener una carrera directiva exitosa. No se equivocó. Por mucho tiempo los directivos no necesitaron demasiados conocimientos, más allá del propio de la industria, además de capacidades para llegar al poder y mantenerlo. Hoy, después de la pandemia, ningún directivo escapa a la importancia que adquirió el conocimiento de data analytics, inteligencia artificial y machine learning. Ni hablar de la relevancia del comercio online sin el cual muchos negocios hubieran desaparecido en pandemia. Y, finalmente, algo de lo que mi padre no me advirtió, es que el directivo actual va a tener que confrontar un cambio de época donde las personas van a replantearse la forma en que quieren vivir y trabajar. Los líderes actuales, seguramente, tienen más desafíos que hace cuarenta años atrás. Pero cuidado, el mundo binario del trabajo y la vida personal puede afianzarse y consolidarse como nunca antes.
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