Liderazgo en pandemia. El año en que los ejecutivos dudaron
Buena parte del mundo del management habla del aprendizaje para toda la vida y de la necesidad constante de adaptarse al cambio, pero pocos aceptan modificar aquello a lo que están habituados y menos aún si se trata de cambiar su propio mindset.
La pandemia abrió los poros de quienes los tenían más cerrados. Las transformaciones que se produjeron en semanas desde marzo, generaron inquietud incluso en aquellos que suelen ser los más seguros de sí mismos: muchos ejecutivos comenzaron a replantearse cosas.
Durante la cuarentena sin fin, los ejecutivos no sólo comenzaron a replantearse los cambios necesarios en la forma de comunicar sus marcas o en el modo de organizar sus equipos en el traspaso a la virtualidad total.
Hubo algo más, un replanteo geológico: el que se produce, muy de vez en cuando, en esas placas sedimentadas y profundas que anidan en los seres humanos. Se quebraron cosas allí adentro, donde no las escuchan las personas a cargo o los inversores. Y, es sabido, todo resquebrajamiento vital suscita una serie de interrogantes.
El Covid-19 hackeó el software de muchos ejecutivos y los obligó, como sucede en la informática, a tener que renovar su hardware. El virus los contagió también de dudas. Fue un espectáculo muy interesante de observar que continuará impactando en los negocios.
Se trata de un fenómeno filosóficamente espeso: cuando un líder cambia su visión de sí mismo, pasan cosas en su modo de gestionar. Cuando aumenta la claridad interna, el exterior no queda igual, también se ilumina. Y no es poesía barata.
Las consecuencias de esas transformaciones tocan recovecos impensados, justamente porque esas placas tectónicas que parecían rígidas comienzan a moverse de un modo novedoso, muy diferente.
El mazazo de la pandemia era cosa seria: esta vez, no alcanzaba con espolvorear a los equipos con un cursito de creatividad o con el azúcar impalpable de una motivación prefabricada. La crisis que originó el Covid-19 fue un sopapo sorpresivo que colocó las cosas blanco sobre negro.
Nada misterioso. El virus puso en riesgo la vida. Y la muerte es siempre una pregunta rotunda sobre el modo en que estamos viviendo.
Este cimbronazo fue saludable, porque siempre que algo nos hace volver a lo más genuino que tenemos, entonces, nos está susurrando una oportunidad para crecer desde un núcleo poderoso: el interno. Es bueno regresar a nuestro centro.
Como decía el poeta Friedrich Hölderlin: "Quien pensó lo más profundo, amó lo más vivo". Cuando hacemos un camino interno para repensarnos, llegamos a habitar espacios que estaban desiertos, aguardándonos. Así, para muchos ejecutivos, frente a la inercia en la que vivían, emergió la pregunta por el deseo, el cuestionamiento ligado al motivo último que los hacía seguir en una determinada posición o continuar en una determinada compañía.
Aunque parezca extraño, el virus hizo añicos la idea de rutina. El encuentro sostenido de muchos ejecutivos con sus familias, maridado con la ausencia de sus viajes alrededor del mundo ayudó a hacer madurar un blend que hacía tiempo (o nunca) habían bebido. Catarlo no fue fácil, por eso algunos comenzaron a pedir ayuda para interpretar lo que (les) estaba sucediendo.
En un universo empresarial en el que los ejecutivos simulan saber todas las máximas del juego, aceptar que no estaban pudiendo solos implicó para muchos de ellos un acto de sinceridad y de coraje. Admitir la propia vulnerabilidad en medio de un ambiente preñado de certezas exageradas (que, en pocas semanas, fueron dinamitadas), no fue sencillo.
Lo que vivimos en el 2020 fue un ejercicio forzado y bestial que nos permitió también conectarnos con espacios internos desconocidos, mediados por la inestabilidad emocional, la frustración de los proyectos truncos, la insatisfacción de vernos limitados en nuestra movilidad y la incompatibilidad del choque de los planetas "familia" y "profesión" en el living de nuestras casas.
Empatía clave
Así como la empatía fue central en este tiempo para reconducir las relaciones humanas que sufrieron la falta de encuentros cara a cara, también la propia empatía intrapersonal debe quedar como una de las ganancias de la pandemia. Y no es menor como legado.
Muchos aprendieron a tenerse mayor paciencia y a reconocer sus propios límites. En efecto, todos fuimos forzados a ir hacia una zona de "no confort" que desconocíamos de nosotros mismos. Ese viaje interno no fue fácil: estaba lleno de peajes eternos en los que el cansancio nos agotaba. En muchos tramos, el peso llegó a ser superior a las fuerzas que nos hospedaban.
En un mundo empresarial que se jacta de su velocidad, la reflexividad que este virus fue suscitando ha sido mucha. Esperemos que cuando todo esto concluya no olvidemos fácilmente la mayor enseñanza que nos dejó el coronavirus: siempre tenemos que poner en el centro a las personas.
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