La transformación inevitable, que es de carácter cultural
Transformación digital debe ser uno de los términos más repetidos en el mundo de los negocios. Podríamos describir múltiples enfoques, interpretaciones y aplicaciones. Pero el término acuña un concepto errado, al menos desde mi punto de vista. La transformación no es digital; es cultural. Se trata de ayudar a las personas a interactuar con un nuevo ecosistema social y laboral. Un mundo con nuevas herramientas, diferentes modelos de pensamiento y metodologías de trabajo. Un mundo con mucha más información de la que podemos controlar.
El impacto de la tecnología en la vida moderna tiene innumerables beneficios y efectos. Ya no hablamos de adoptar nuevas tecnologías (de lo digital), sino de convivencia (de lo posdigital). Este paradigma social/empresarial se basa fundamentalmente en la transparencia (primer valor). Una plataforma para construir relaciones honestas entre empresas y personas.
Hay una convergencia entre la expectativa de la gente (lo que esperan de las empresas a cambio de dar sus datos) y la experiencia desarrollada por las empresas (que se basa en esta información). No hay lugar para servicios, productos y discursos inconsistentes y vacíos de comprobación.
Si bien el límite entre lo público y lo privado se torna borroso, el intercambio de información personal con lo institucional genera una dinámica virtuosa cuyo resultado debería ser siempre, y de manera unívoca, a nuestro favor. La personalización es potencialmente real. Gestionar caudales infinitos de información privada exige un nivel de responsabilidad superior y un control permanente de límites. La ética (segundo valor) aparece como otro concepto fundamental en esta ecuación de valor entre personas y empresas. Más del 75% de las personas no están dispuestas a comprar o usar productos o servicios de empresas que no garanticen el correcto uso de su data. Y emergen emprendimientos que permiten usufructuar los propios datos.
Afortunadamente, la balanza es positiva. El tercer concepto que vuelca la ecuación a nuestro favor es la conciencia social. La tecnología ha permitido un acceso ilimitado a los hechos del mundo. Esto generó un cambio en nuestra consideración del contexto global. El mensaje llega directo, sin edición ni reinterpretaciones. Como efecto, y usando como moneda de cambio nuestra data más personal, exigimos a las empresas responsabilidad, protagonismo y acción.
Las personas estamos 50% (según Karmamara, 2019) más dispuestas a comprometernos con marcas y empresas que operen sobre las realidades sociales y medioambientales. Esto no tiene que ver con planes de RSE, sino con soluciones concretas en función de una problemática real y cuyo impacto sea comprobable.
La era posdigital o de convivencia con la tecnología trae beneficios. La ecuación conlleva obligaciones y responsabilidades de ambos lados. La balanza seguirá siendo positiva si todos cumplimos con nuestra parte.