La nueva guerra fría. Huawei lidera la avanzada de la China corporativa
Hace 19 años una compañía china desconocida estableció sus primeras oficinas de ventas europeas en un suburbio de Fráncfort y en un pequeño pueblo inglés, y comenzó a intervenir en licitaciones para instalar redes de telecomunicaciones. Hoy Huawei simboliza el apabullante ascenso de la China corporativa y un sistema de comercio global en el que se ha hundido la confianza.
Con ventas de US$123.000 millones, la marca es conocida por sus precios muy bajos y su dedicación a las metas industriales de las autoridades chinas. Desde 2018, Estados Unidos la ha sometido a un ataque legal, convirtiéndola en un centro de la guerra comercial. Ahora Gran Bretaña ha dicho que impedirá a Huawei trabajar en sus redes 5G. Otros países europeos pueden seguir su ejemplo. Pero lejos de mostrar una postura firme de Occidente, la saga revela la falta de una estrategia coherente. Si las sociedades abiertas y la China autoritaria han de mantener sus vínculos económicos y evitar una caída en la anarquía, se necesita de una nueva arquitectura comercial.
A los jefes de seguridad de Estados Unidos siempre les preocupó que el equipo de Huawei estuviera diseñado para ayudar en el espionaje y que haría dependientes a sus clientes de tecnología china subsidiada. Pero más de 170 países decidieron que los riesgos eran manejables.
Gran Bretaña, que trabaja en estrecha relación con Estados Unidos en materia de inteligencia, creó una "célula" de ciberexpertos para monitorear el equipo de Huawei en 2010 y, más tarde, lo limitó a partes menos sensibles de su red. Otros países replicaron este enfoque. Ofrecía un camino intermedio entre una aceptación ingenua del capitalismo de Estado chino y una Guerra Fría.
Este juicio de equilibrio tan fino se ha demostrado insostenible. La administración Trump ha urgido al mundo a rechazar a Huawei e impuesto un embargo unilateral sobre sus proveedores, impidiendo la venta de algunos componentes así como de chips fabricados en el extranjero usando herramientas estadounidenses. Forzada a elegir entre un aliado y un proveedor, Gran Bretaña inevitablemente fue llevada a la decisión adoptada esta semana.
Se ha vuelto más riesgoso hacer negocios con una firma que Estados Unidos quiere herir. Huawei, por su parte, no ha logrado tranquilizar a los ciberexpertos británicos, que se han quejado de que su software se está volviendo más difícil de monitorear, ni ha reformado su opaco directorio.
Toda ilusión que pudiera haber aún de que los líderes chinos respetan el imperio de la ley cuando importa ha sido destruida por los eventos de Hong Kong.
Sistema en decadencia
El costo directo de arrancar a Huawei de las redes europeas es tolerable, agregando menos de un 1% a la cuenta de telefonía de los europeos si se amortiza a lo largo de 20 años. Ericsson y Nokia, dos proveedores occidentales, pueden aumentar la producción y es posible que surja nueva competencia al depender más las redes del software y de estándares abiertos.
La verdadera carga no tiene nada que ver con las antenas, sino que surge de la decadencia del sistema comercial del mundo. Quizás una docena de países terminen prohibiendo a Huawei; Alemania está con un pie a cada lado de la cerca. Pero se seguirá usando en gran parte del mundo emergente, lo que acelerará la división de la industria tecnológica.
El comercio depende de reglas comunes pero la decisión británica se ha adoptado en medio de un torbellino de lobby y amenazas. Es difícil encontrar en ello un principio que pueda ser aplicado más ampliamente. Si el problema son los equipos fabricados en China, entonces Ericsson y Nokia lo hacen también. Si se trata de firmas chinas que construyen sistemas que conectan dispositivos (en el caso de la 5G, robots y máquinas), entonces una lógica similar podría aplicarse a toda la economía mundial que se digitaliza. Los autos alemanes y los teléfonos de Apple que se venden en China están llenos de software, datos y sensores. ¿China tiene derecho a prohibirlos también?
Toda la situación alimenta una sensación creciente de ausencia de ley. El arancel promedio sobre el comercio chino-estadounidense es del 20%. Los flujos de inversión directa de China a Europa han caído 69% desde su pico en 2016, según Rhodium, una firma de estudios. Otras firmas se ven atrapadas en el fuego cruzado. TikTok enfrentó una prohibición en la India y quizás también en Estados Unidos. China planea imponer sanciones a Lockheed Martin por vender armas a Taiwán.
Ahora que el presidente Donald Trump ha terminado el estatus especial de Hong Kong, el HSBC, un banco con inmensos intereses allí, podría estar sujeto a castigos por parte tanto de China como de Estados Unidos. Algunos bancos chinos pueden verse impedidos de operar en dólares.
Nueva lógica
La lógica de la prohibición de Huawei es de desvinculación y contención. Pero esto no funcionará si se aplica a toda la relación económica. El último gran rival autoritario de Occidente, la Unión Soviética, era una mojarrita en materia comercial. China cuenta con el 13% de las exportaciones mundiales y 18% de la capitalización de mercado mundial y es la fuerza económica dominante en Asia.
En cambio se necesita un nuevo régimen comercial que reconozca la naturaleza de China. Eso no es fácil.
La Organización Mundial del Comercio (OMC), que apunta a establecer reglas universales, no ha logrado evolucionar con la economía digital. Ni estaba preparada para la iniciativa del presidente Xi Jinping de incrementar la influencia del Estado y el Partido Comunista sobre las firmas privadas chinas y las que, como Huawei, dicen ser propiedad mutual de sus trabajadores.
Desilusionados con la OMC los negociadores de la administración Trump intentaron unilateralmente forzar a China a liberalizar su economía y reducir subsidios, usando la amenaza de aranceles y embargos. Eso ha sido un fiasco.
Entonces, ¿cómo debe funcionar la arquitectura comercial en una era de desconfianza? La meta debiera ser maximizar el comercio de un modo coherente con la seguridad estratégica de ambas partes. Eso significa aislar los sectores conflictivos, como la tecnología, que generan mucha atención pero una parte menor del comercio: quizás un tercio de las ventas de firmas occidentales a China, basado en nuestro análisis de datos de Morgan Stanley, por ejemplo. Estos sectores requerirán un análisis cuidadoso y certificación de seguridad internacional del tipo que Gran Bretaña intentó imponer con Huawei. Puede no funcionar. Pero al menos el comercio en otras áreas podría florecer.
También se debería requerir a las firmas chinas que acepten una dirección abierta de sus grandes subsidiarias en Occidente, incluyendo accionistas locales, directores extranjeros y gerentes con autonomía real e información pública, todo lo cual ayuda a crear un grado de independencia del Estado. Esto no es difícil: multinacionales tales como Unilever lo han estado haciendo por décadas. TikTok podría ser una pionera.
El máximo efecto de red
Las sociedades abiertas son más fuertes cuando actúan al unísono. Europa puede verse tentada de actuar por su cuenta, terminando con décadas de cooperación transatlántica. Sin embargo en algún punto, pronto si Trump no logra ganar un segundo período, Estados Unidos revigorizará sus alianzas porque ha sido menos efectivo sin ellas.
Occidente no puede cambiar a China en nada fundamental ni ignorarla. Pero al actuar unido puede encontrar una manera de hacer negocios con un Estado autoritario del que desconfía. Huawei es un caso en el que se fracasó en ello. Es hora de comenzar de nuevo.
Traducción Gabriel Zadunaisky
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