Javier Madanes Quintanilla. “La gente considera que es lo mismo venir a trabajar que no trabajar”
El dueño de Aluar y Fate advirtió sobre los problemas de competitividad y productividad que enfrenta la economía argentina y alertó sobre la baja creación de empleo privado; “el país tiene un tremendo problema de falta de inversión”
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S u primer fastidio, el que salta a la vista, es más sectorial que institucional: está molesto por reclamos que la última paritaria no resolvió y que obliga a las fabricantes de neumáticos a trabajar a media máquina. Pero Javier Madanes Quintanilla es ante todo un empresario argentino, y cualquier entrevista virará entonces hacia lo más abarcador: un país que no le encuentra la vuelta a algo que casi toda América latina solucionó, la inflación; que sigue sometido a limitaciones autoinfligidas como la falta de dólares, e incapaz de atenuar la pobreza y, peor, su propia fractura social. Son cuestiones cuyas raíces habría que buscar más allá de la economía. Tal vez en la cultura nacional. “La gente considera que es lo mismo venir a trabajar que no trabajar”, razona este ingeniero industrial de 70 años, dueño de Fate y Aluar, que se presta a conversar con LA NACION y que cuestiona a gran parte de la dirigencia. Dice, por ejemplo, que Macri también fue populista y define como “extraño” el modo en que el Gobierno encaró la última negociación salarial de esta industria autopartista: con la ayuda de Pablo Moyano y Rubén Darío Sobrero.
–Dos sindicalistas ajenos al sector y al Gobierno. ¿Qué indica eso?
–Que estamos resolviendo temas por caminos inusuales. Es delicado, porque ahí empiezan a jugar intereses de todo tipo. Personalmente no recuerdo episodios como esa toma del Ministerio de Trabajo. Es la casa del trabajador: si para presionar el trabajador tiene que tomar su propia casa, me suena un poco extraño. Marca una falta de autoridad del ministerio en cuestión. Y, después, las manifestaciones más grandilocuentes con el secretario general del gremio [Alejandro Crespo, líder del Sutna] en el balcón levantando los brazos… En fin. Muy extraño. La realidad es que después de la paritaria las plantas no han logrado retomar su ritmo normal. Estamos produciendo hoy entre el 60 o 70% del ritmo normal.
–¿Por qué?
–Por una mezcla de factores. Las plantas tienen, por ejemplo, 15% de ausentismo y eso desarticula totalmente los equipos de trabajo. Los trabajadores nunca pudieron volver a sus ritmos y hemos vuelto a una situación de choque con conciliación obligatoria sin una razón. Se nos acusa de maltrato, y esto da lugar a que el ministerio establezca una conciliación per se. Me temo que volvemos a arrancar una etapa sumamente jorobada en la que, seguramente, vamos a volver a la falta de abastecimiento a las automotrices.
–¿Van a faltar neumáticos?
–Si faltan o no, dependerá del nivel de demanda. Pero que estamos haciendo todo lo posible para que la producción sea reducida y, eventualmente, ante una demanda normal, falten neumáticos, la respuesta es sí.
–¿El problema es que las plantas están tomadas o que los empleados no van a trabajar?
–Es lo segundo: un alto ausentismo, un alto nivel de improductividad. Lo digo comparando plantas similares a nivel internacional. Las que operan en la Argentina están en los niveles más bajos de productividad en el mundo.
–¿Por el tipo de sector? ¿Por el sindicato?
–Mirá, nosotros estamos en otras actividades. Construcción, metalúrgica, energética… y eso no ocurre. El ausentismo habitual en la Argentina es del 4%. En Brasil, del 2%. Niveles del 15%, en cambio, generan una desarticulación de la eficiencia productiva muy, muy difícil de superar. No creo que haya un virus específico entre los trabajadores del sector. Así que, al no ser eso, yo interpreto que esto está forzado, que esencialmente se ha perdido la cultura del trabajo: la gente considera que es lo mismo venir a trabajar que no venir a trabajar. Es bastante simple conseguir una certificación médica que justifique al operario. Trabajar en estas condiciones presagia un pésimo futuro para el sector de neumáticos en la Argentina.
–¿Pero es el sector o el país?
–Yo creo que ambos. Por ahí, en niveles distintos. El sector es un extremo, está potenciado por un tema ideológico: el sindicato nuestro es más un partido político que un sindicato, concretamente el Partido Obrero, pero creo que, en general, la cultura del trabajo en Argentina se ha ido degradando y, si queremos revertir la situación general, vamos a tener que recuperarla. Si no mostramos competitividad y eficiencia va a ser muy difícil, no va a motivar a nadie a venir a producir bienes en la Argentina.
–El Gobierno podría decirte acá que el sector ha estado protegido muchos años y que no está completamente abierta la importación. Con lo cual, deberían agradecerle.
–Eso es cambiante. Hoy, es cierto, hay un mayor cierre de la economía en este sector que en otras épocas. Con el gobierno anterior el mercado estuvo altamente abierto, las importaciones ocupaban un segmento más importante. De todas maneras yo, personalmente, no aspiro a una economía cerrada en ningún sector. Tiene que ser abierta, abierta inteligentemente. O sea, nosotros tampoco podemos ser ingenuos y abastecernos de productos que vienen con promoción y subsidios elevadísimos desde otros países. Por ejemplo, el neumático en China sale con un reembolso en torno del 15%. Lo que digo es que las cosas tienen que tener una simetría.
–Pero comprar, digamos, una Michelin sale una fortuna y cuesta conseguirla.
–En este momento, efectivamente, como vos decís, hay una protección natural o artificial: tenés un grave inconveniente para conseguir las autorizaciones de importación. O sea, las SIRA, una vez que las conseguís, el producto tiene que ser pagado a 180 días con la incertidumbre cambiaria y el costo que le significa a la empresa que importa cubrir ese riesgo cambiario. Con lo cual todo va al costo y, además, al haber también poca oferta de producto, los revendedores, digamos, suben su margen de rentabilidad hasta llegar al cliente.
–Supongamos que el sector estuviera completamente abierto. ¿Ustedes serían competitivos?
–En estas condiciones de actividad gremial, no.
–¿El problema es más el costo argentino que la competencia?
–El problema, en gran medida, es el costo argentino.
–Es el argumento de los textiles: “Sin el costo argentino podríamos competir con Asia”.
–Es que vos llegás a una economía abierta, que es lo razonable y adonde el mundo tiene que apuntar, pero después de resolver las improductividades internas. A la larga tenés que insertarte en el mundo. Igual no quiero dejar de decir que tenemos en todos los sectores un retraso de inversión donde, para colocarnos a la par de la eficiencia productiva de otros lugares del mundo, vamos a tener que generar confianza para que se invierta. Eso lo hemos ido también perdiendo en muchísimas actividades.
–Es decir, necesitarían más inversión para competir.
–Exactamente.
–No invierten para ser competitivos.
–No estamos invirtiendo en la medida de lo necesario.
–¿Vos hablas con Crespo [líder del sindicato] de estos temas?
–Personalmente, no. No me siento a dialogar porque no creo en la lucha de clases. Sí creo en una discusión de la distribución de la renta una vez generada en condiciones de trabajo normales. Pero si todo lo vamos a plantear dentro del esquema de una lucha de clases, para esa conversación francamente no sirvo. Es más, no tengo mucha motivación en participar de una actividad donde el estandarte permanente sobre el cual uno discute sea la lucha de clases, no me interesa.
–Me pongo un segundo en la cabeza de Crespo. Y digo Está bien, vos no crees en la lucha de clases, pero nosotros sí, y ganamos democráticamente en el sindicato. ¿Y entonces cómo dialogamos?
–Bueno, no te olvides de que acá hay que juntar la fuerza del trabajo y la fuerza del capital. O sea, así como la gente tiene el derecho a no trabajar, yo tengo también el derecho a no participar de una inversión de riesgo. Así que ahí veo un conflicto muy severo: en estas condiciones, el partido no lo juego.
–Ustedes trabajan hace 80 años. ¿Este de los más críticos?
–No, no es de los más críticos. Lo que veo con mucha preocupación es el futuro; el presente no me preocupa tanto. Esto lo vamos a remar, pero tenemos que cambiar: así no vamos a ser competitivos con nada.
–¿Están ganando plata en este momento?
–Sí.
–¿Entonces? Vuelvo a la cabeza de Crespo: ¿De qué te quejas, si estás ganando plata?
–Me quejo de que del mediano al largo plazo… [Se interrumpe] A ver… El término quejar es un poco difícil de encapsular. Ganar plata no es lo único. Nosotros en los últimos 5 o 6 años no les hemos distribuido a los accionistas un centavo de dividendos; en cambio, los accionistas han tenido que capitalizar una suma muy grande, varias decenas de millones de dólares para sostener a la empresa. Tampoco de eso me quejo. Lo que me preocupa sobremanera es no percibir que tenemos una actividad sustentable en el largo plazo. En nuestro sector y en muchos de economía. En un país donde, no nos olvidemos, la mochila del sector público cada vez es más pesada y vivir del empleo público nos va a resultar cada vez más difícil porque los pocos sectores que van a tener una actividad no vinculada al Estado van a ser cada vez menos. Eso es básicamente lo que me preocupa.
–¿Por qué creés que otros países lograron ser competitivos? ¿Qué nos diferencia?
–Yo creo que tenemos una gran tendencia a emborracharnos de éxito cuando no tenemos ninguna razón para hacerlo. O sea, rápidamente creemos que volvemos a estar en un modelo de competencia relativa de precios internacionales que nos permite obviar una serie de esfuerzos, distribuir riqueza antes de generarla, obviar la inversión en educación, hacer una cantidad de desatinos que después terminamos pagando caros. La Argentina no tiene un problema de deuda externa en términos relativos: lo que tiene es un tremendo problema de inversión y de creación de empleo. Es un tema crítico desde hace varias décadas. Si no tenés capacidad de ahorro, la inversión no va a venir sino por la vía de la inversión extranjera directa y, habiendo todos estos desarreglos y falta de credibilidad, te va a pedir una tasa de retorno fenomenal para venir. Así que o cambiamos nuestra cultura o estamos jodidos.
–¿Al Gobierno también se lo planteás así?
–Sí, sí. En estos términos.
–¿Y? ¿Qué te dicen?
–Qué hay que pasar el momento crítico… O sea, venimos repitiendo, palabra más, palabra menos, el mismo mensaje de Álvaro Alsogaray. Ahora no habrá que pasar el invierno, habrá que pasar este verano, pero siempre tenemos que pasar algo. En realidad no tendríamos que pasar ningún período estacional, tendríamos que cambiar la mentalidad y no rezar que venga la mano del Cielo.
–Pero el Gobierno dice que la industria crece.
–Todo siempre depende de la referencia que le ponés. Si ponés la referencia al momento más crítico, digamos, cuando se inicia la pandemia y lo medís respecto de tres meses atrás, la economía mejoró. Si empezás a mirar la curva de los últimos dos, tres meses, es preocupante. Y en términos absolutos, en la última década, la Argentina no ha crecido. No se crean empresas ni empleo, aumenta el empleo público… Somos, de alguna manera, una fábrica de pobreza, porque también el empleo público, para poder sostenerse, lo remunerás de una manera cada vez más precaria y ajustás por donde es más fácil: el sistema previsional. Vas, de alguna manera, adormeciendo al sistema jubilatorio…
–Al jubilado.
–Exactamente. Entonces es que querés una sociedad más mediocre. Yo voy por otro lado, voy porque esto se resuelve mediante una, si querés llamarle, crisis de crecimiento: tiene que haber un momento en el que haya un impulso a la inversión muy, muy fuerte. Sin eso no tenemos solución.
–¿Es responsabilidad del kirchnerismo? ¿Del peronismo? ¿De la oposición?
–Yo no creo que haya una gran diferencia en cuanto al error de evaluación: me parece que todos han tratado en las últimas décadas de aferrarse al poder mediante mecanismos populistas. Tendremos que darnos cuenta de que, bueno, puede haber en algún momento una saltada de tapones y una gestión de gobierno caerse y venir otra. Pero no hay que tenerle miedo a eso: hay que estar convencido de un modelo de crecimiento. Personalmente, si me preguntás en qué etapa recuerdo que se haya hecho una apuesta así, con todas las críticas por contradicciones que se pueden haber manifestado, fue durante la gestión del doctor Frondizi. Después no recuerdo una época en la que esa convicción haya existido.
–¿Ese fue el mejor gobierno de la historia?
–La mejor propuesta. Que no logró llevarse adelante en su totalidad. Pero, como propuesta, me parece la mejor elaborada, sí.
–¿Los 90 no?
–Definitivamente no. Los 90 tuvieron ciertas virtudes pero, si lo medís, duraron 4 o 5 años y después se dilapidó con una velocidad impresionante lo bueno que se había hecho en esos 4 o 5 años.
–¿Y el primer gobierno de Néstor?
–El primer gobierno de Néstor también: aprovechó dos o tres años, una inercia, que pudo tomar por venir de un momento muy crítico… Lo hizo bien, el doctor Lavagna aprovechó la circunstancia, pero nuevamente nos quedamos dormidos y creímos que eso era para todos los tiempos y finalmente se perdió.
–Dijiste que todos habían tenido algún rasgo de populismo. ¿Macri también?
–Sí, por supuesto. Sí, sí, sí, sí. Sí, sí. Macri, cuando asume, tiene dos caminos posibles: o ir a un cambio de fondo o tratar de hacer las cosas con, digamos, poco costo político, y decide ir por el segundo. Sí, también.
–¿Creés que la Argentina podrá despegar alguna vez? Hace más de un siglo teníamos un PBI per cápita comparable con el de Australia.
–Bueno, si trabajamos para eso podemos volver a eso. El mundo tiene infinitas historias de países que han sido destruidos. Ni siquiera hace falta centrarse en la Alemania de la posguerra: tenés historias del Medioevo o anteriores, la recuperación de organizaciones sociales, incluso, de sectores minoritarios como el judaísmo, que se dio mil golpes, ¡un millón de golpes y se pudo recuperar con esfuerzo! O sea, con el esfuerzo todo es posible. Ahora, mirando el Cielo y esperando que alguien nos salve, seguramente nos vamos a condenar cada vez más.
–¿Estamos así, mirando al Cielo en la espera de la salvación?
–Hace rato, sí, sí. Y el problema es que nos va a caer piedra antes de que alguien nos salve.
“La causa cuadernos es una tomadura de pelo”
–¿Qué pensás del financiamiento de la política? Siempre están los empresarios metidos en el medio.
–Es un tema sumamente delicado. Creo que hay que ser realistas. La política no se financia sobre la base de los montos que la ley establece. Lo tenemos que cambiar, asumir la realidad: si conversás con cualquier candidato a presidente o precandidato en la Argentina, con mucha facilidad te va a hablar de una cifra de un centenar de millones de dólares para hacer una campaña política que le permita estar a la altura de una competencia.
–Cien millones de dólares, ¿no? Dicen que eso sale una campaña.
–Sí, sí. Sí, esa es la cifra.
–Cien millones de dólares.
–Bueno, si vos lo medís contra lo que legalmente un partido político puede solicitar como colaboración en una campaña, las cuentas no te van a dar. Entonces la pregunta que me hago es si en el medio hay una cobertura de eso o los 100 millones de dólares son una fantasía. En el exterior, no tengo un gran conocimiento del tema, algo conozco del sistema americano, pero es mucho más elástico: las cosas se ponen más en evidencia y lo que se mide, más que el aporte que se pueda realizar, son los vínculos pecaminosos que puede generar ese aporte. Eso es lo que hay que medir: no el aporte. O sea, el aporte tiene que ser total y absolutamente transparente; si no lo es, bueno, ahí es donde vas a empezar a tener cierto tipo de problemas posteriores que van a tener una muy difícil solución.
–¿El Lava Jato o la causa de los cuadernos ayudaron a limpiar la obra pública?
–El caso Brasil lo conozco menos, aunque creo que también ha quedado más o menos en la nada. Y la causa de los cuadernos la conocés infinitamente más que yo: más que una causa, es una tomadura de pelo a la sociedad argentina. Así que…
–¿Por qué pensás eso?
–Porque... ¿ha pasado algo?
–Con los empresarios, no. Y con los políticos todavía tampoco pero, la causa está abierta.
–Sí, las causas siguen abiertas. Pero pasar, no pasa nada. Cuando pase algo te podré dar una opinión distinta: por el momento me parece que es una pérdida de tiempo lamentablemente y, bueno, esto genera una desconfianza en la sociedad que hace que todos pensemos que en la Argentina nunca pasa nada.
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