El día de Navidad de 1438, Andreas Dritzehn, un próspero ciudadano de la ciudad de Estrasburgo, murió a causa de la peste. No era un destino inusual en ese momento, pero la muerte de Dritzehn desencadenó un caso judicial que sigue intrigándonos hasta el día de hoy.
Dritzehn se había asociado con otros para hacer... bueno, exactamente qué quería hacer no está claro.
Pequeños espejos metálicos convexos, seguro. Eran populares entre los peregrinos porque absorbían el resplandor divino de las reliquias sagradas. Pero la asociación estaba haciendo algo más, quizás. Algo mucho más grande.
Y a pesar de sus ingresos sustanciales, los costos del misterioso proyecto estaban ahogando a Dritzehn en las deudas.
Después de la muerte de Dritzehn, sus irascibles hermanos demandaron a sus socios.
Los documentos judiciales que se conservan hablan de "un arte secreto" y de sacar "las piezas de la prensa (...) para que nadie sepa de qué se trata". Los socios de Dritzehn estaban claramente preocupados de que este "arte secreto" pudiera ser copiado.
El caso judicial se resolvió, los hermanos de Dritzehn recibieron un pago y el socio principal continuó gastando dinero en pos de su "aventura y arte".
¿Su nombre? Johannes Gensfleisch zur Laden zum Gutenberg.
Su aventura
Gutenberg, por supuesto, estaba trabajando en la imprenta, o, más precisamente, en un sistema completo que permitiría producir en masa tipos de metal duraderos, reorganizarlos de manera flexible y utilizarlos para imprimir cientos de copias de un libro de una vez en cuestión de días.
Lo que importaba era el sistema.
La idea de hacer formas de letras y usarlas para estampar caracteres se remonta al menos al Disco de Festos, una tablilla de arcilla encontrada en Creta que tiene casi 4.000 años. Y en el año 770 la emperatriz japonesa Shotoku encargó la impresión de un millón de oraciones. Dado que el texto era breve, una sola placa de latón podía imprimir todo el documento.
Pero armado con la invención china del papel y el sistema europeo de escritura alfabética, Gutenberg tenía en mente una imprenta mucho más flexible.
El sistema de Gutenberg giraba en torno a un método de producción en masa del tipo de metal. Eso fue esencial. Una sola página de texto requeriría alrededor de 3.000 formas de letras; sería increíblemente lento tallarlas todos a mano.
Gutenberg era un orfebre, muy versado en el preciso arte de tallar punzones para monedas. Así que él y sus asociados tallaron intrincadamente un punzón para cada letra en metal duro, con la forma de la letra sobresaliendo en relieve, pues era más fácil que tallar una forma de letra ranurada.
El punzón luego estamparía una "matriz" con la letra presionada en ella. Finalmente, la matriz se sujetaba en un molde manual, se vertía la aleación fundida y el tipo de metal en sí emergía, se enfriaba rápidamente y quedaba listo para usar.
Una vez que el tipo quedaba firmemente fijado en un marco, Gutenberg podía cepillar la tinta a base de aceite que había desarrollado, presionar firmemente el papel ligeramente húmedo sobre el metal y admirar los resultados.
¡Y qué resultados!
Gutenberg probó su máquina imprimiendo un texto escolar de 28 páginas, pero rápidamente pasó a un proyecto de prestigio: una magnífica edición de la Biblia en latín.
Cuando Enea Silvio Piccolomini, el futuro Papa Pío II, vio parte de la Biblia de Gutenberg en 1455, lo elogió como "un hombre maravilloso" y señaló que "el tipo era tan claro que podía leerse sin gafas", y que todas las copias habían sido vendido.
Pero aunque seguimos admirando la belleza de esas biblias, lo revolucionario no fue la belleza o la claridad, sino la economía.
Desde que Gutenberg hizo posible la producción masiva de escritura, el precio de los libros colapsó. El alcance de este cambio es difícil de exagerar.
Durante varios siglos antes de Gutenberg, el precio de un manuscrito, un libro escrito a mano, rondaba el salario de seis meses. En poco tiempo, estuvo más cerca del salario de seis días, y a principios del siglo XVII, del salario de seis horas.
La producción de material impreso comenzó a dispararse. Se imprimieron más libros en el primer siglo después de la imprenta que los que se habían copiado a mano en toda la historia de Europa anterior a Gutenberg.
Eso fue solo el comienzo. A principios de la década de 1400, la biblioteca de la Universidad de Cambridge contenía 122 libros, cada uno un tesoro. Hoy son 8 millones.
La impresión expandió el ámbito de las ideas, elevando el prestigio y la fama de lo que ahora llamaríamos líderes de pensamiento. Por ejemplo, tras la llegada de las imprentas a las ciudades italianas alrededor de 1470, el salario de los mejores profesores se multiplicó por 7 y hasta por 8.
Con la Biblia en la mano
El negocio de la impresión era un nuevo tipo de negocio. Durante siglos, los oficios especializados -como el de los tejedores- habían estado organizados por los gremios que controlaban quién podía realizar el oficio y cómo.
Pero los impresores operaban fuera del sistema de gremios como empresas con fines de lucro. Los banqueros comerciantes aportaban la considerable inversión inicial necesaria para hacer una imprenta y componer un libro; era difícil ser impresor sin endeudarse. Estos comerciantes también organizarían la distribución del producto, ya que no había librerías.
Era un negocio difícil.
Imprimir una Biblia ilustrada, el producto amado por los primeros impresores, era un enorme proyecto. Muchos impresores no sobrevivieron a la competencia feroz. Venecia, el centro del primer negocio de la impresión, tenía doce imprentas en 1469. Nueve de ellas desaparecieron en solo tres años.
Finalmente, los impresores se dieron cuenta de que era más rentable producir un producto más corto y simple con un precio más bajo y una tirada más larga.
Los libros de gramática -como el que Gutenberg había impreso por primera vez para probar su sistema- eran populares. También lo eran las indulgencias papales empaquetadas. Ambos eran fuentes de ingresos fiables.
Tecnología para el conflicto
Por otro lado, si bien las Biblias no eran buen negocio, las polémicas religiosas sí, como las 95 tesis de Martín Lutero, que, según cuenta la historia, clavó en la puerta de la Iglesia de Todos los Santos en Wittenberg, Alemania, en 1517.
Como señala la historiadora Elizabeth Eisenstein, no había nada particularmente inusual en que un profesor de teología como Martín Lutero participara en una discusión religiosa con la Iglesia católica. Y las puertas de las iglesias eran un lugar tradicional para la publicidad.
Lo inusual fue la velocidad con la que la imprenta difundió las ideas rebeldes de Lutero y sus seguidores. Wittenberg se convirtió en una ciudad de una sola industria, llena de impresores.
Martín Lutero produjo una traducción al alemán del Nuevo Testamento que fue ampliamente impresa. Y describió la impresión como "el acto de gracia más alto y extremista de Dios, mediante el cual se impulsa el negocio del Evangelio".
Pero los folletos que se distribuían a menudo eran todo menos elegantes. Estaban llenos de caricaturas viciosas, por ejemplo, retratando al Papa con la cabeza de un lobo. Los fieles católicos respondían con su propia contrapropaganda. La llama religiosa llenó los bolsillos de los impresores, provocó la Reforma y el nacimiento de iglesias protestantes, y finalmente condujo a la catástrofe de la Guerra de los Treinta Años.
¿Una nueva tecnología revolucionaria beneficiando la retórica inflamatoria? ¿Quién lo hubiera pensado? Los trolls modernos de internet argumentan que el conflicto atrae la atención y la atención atrae influencia, pero cualquier alemán del siglo XVII les podría decir que la idea no es nueva.
¿Y qué fue del hombre que lo empezó todo?
La Biblioteca Británica declaró a Johannes Gutenberg como "el hombre del milenio", y hay pocos otros a quienes uno podría nominar para tal honor.
Pero incluso el hombre del milenio luchó por ganar dinero con la imprenta.
Como muchos de los impresores que siguieron sus pasos, estaba ansioso por imprimir esas Biblias gloriosas y ruinosamente caras.
Y Gutenberg, recuerda, había estado acumulando deudas desde su asociación con Andreas Dritzehn, 17 años antes.
En 1455, el mismo año en que el futuro Papa se había entusiasmado con su trabajo, enfrentó un nuevo caso judicial con otro socio comercial. Esta vez perdió la propiedad de su propia imprenta.
¡Si tan solo se hubiera limitado a imprimir libros de gramática!
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