Hiperinflación o hiperdesempleo: el dilema de hierro argentino
Las crisis argentinas son similares en su profundidad y frecuencia, compartiendo como causa principal un gasto público infinanciable, pero se diferencian en sus consecuencias
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El nefasto presidente del Banco Central Alemán Hjalmar Schacht, quien logró terminar con la hiperinflación alemana de 1923 durante la República de Weimar, afirmaba que “el Banco Central navega las aguas tratando de eludir dos monstruos: el Escila de la inflación y el Caribdis del desempleo”.
Schacht, economista oportunista funesto de innegable inteligencia maquiavélica, fue luego ministro de Economía de Hitler y posteriormente asesor de los aliados, muchos dicen a los fines de zafar del juicio de Núremberg.
Así como en la República de Weimar, en la Argentina de la desmesura, su economía fluctúa a su suerte entre crisis de hiperinflación y crisis de hiperdesempleo.
Las crisis argentinas son similares en su profundidad y frecuencia compartiendo como causa principal un gasto público infinanciable, pero se diferencian en sus consecuencias en función del diseño del plan de estabilización y características del auge previo.
El Plan Austral y la convertibilidad fueron los únicos planes de estabilización exitosos, aunque transitorios desde 1983 hasta el presente. Ambos terminaron en crisis muy profundas con disrupciones institucionales.
La hiperinflación de julio de 1989 fue consecuencia del fracaso del Plan Austral por el financiamiento del desmesurado gasto público electoral con emisión monetaria y deuda pública indexada.
La crisis de 2001 fue consecuencia del fracaso de la convertibilidad como resultado del financiamiento con deuda pública en dólares del desmesurado gasto público electoral, al ritmo de las reelecciones habilitadas por la reforma constitucional de 1994.
Ambas crisis terminaron en default de la deuda pública que dejó al borde de la quiebra a los bancos (origen de los corralitos de 1989 y 2001), y al sistema previsional, confiscando el ahorro de los argentinos, dado que todos financiaron casi obligadamente al Estado insolvente.
Pero las crisis se diferencian por sus consecuencias.
La crisis de fines de la década de 1980 dinamitó el tipo de cambio fijo del Plan Austral. La economía ajustó por precios mediante hiperinflación con un pico mensual de 196,6% en julio de 1989 y del 95,5% en marzo de 1990. La explosión inflacionaria permitió licuar el gasto público, los ahorros acorralados y los salarios más que por desempleo, que alcanzó un máximo del 8,7% en los partidos del conurbano bonaerense.
Durante el ocaso de la convertibilidad, la economía ajustó por cantidades mediante hiperdesempleo y deflación (caída) de precios (-1% anual promedio período 1999-2001) y salarios nominales (-10%). La desocupación alcanzó un pico del 21% en los partidos del conurbano ante un mercado laboral rígido de características mussolinianas y la imposibilidad de contar con el instrumento de la política cambiaria dada la fijación del tipo de cambio fijo por ley (luego derogada).
Por lo tanto, asociar la crisis actual con la del año 2001 es incorrecto. Estamos viviendo los prolegómenos de una hiperinflación con desempleo relativamente bajo: 6,7% en el Gran Buenos Aires. Pero con la triste particularidad de que nos encuentra ya con niveles de indigencia, pobreza y empleo informal aún mayores que los preliminares de las crisis pasadas.
Como vimos en notas anteriores, en la Argentina, a diferencia de Alemania y otros países que sufrieron crisis profundas, no hay memoria social ni institucional del origen y causas de las crisis del pasado. En consecuencia, la memoria social de las crisis se renueva en función de la experiencia reciente según la edad.
La memoria del hiperdesempleo y corralito de la crisis de 2001, produjo el borrón de las crisis de 1989-1990 de la memoria de los argentinos y por lo tanto una baja aversión a la hiperinflación que persistió durante casi dos décadas.
Pero en el presente, las nuevas generaciones no tienen memoria de la crisis 2001 como sí conservan aún sus progenitores, y al calor de la aceleración inflacionaria están aumentando aceleradamente su aversión a la hiperinflación.
La pregunta relevante para un hacedor de política económica hoy debería ser: qué tipo de crisis estamos pasando y cuál aversión social predomina, el miedo a la hiperinflación o el miedo a la hiperdesocupación.
No es necesario experimentar una hiperinflación o hiperdesocupación para saber de qué se trata. A esta altura del siglo XXI, la falta de diagnóstico correcto y confusión del origen y causa de las crisis argentinas del pasado de nuestra élite corporativa política, empresarial y sindical es inexcusable.
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