Gestión del talento. Las polémicas lecciones que ofrece la mafia
Sin minimizar el papel de la violencia, este tipo de organizaciones también pueden otorgar ejemplos del manejo de sus recursos humanos
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La escena se desarrolla en una habitación en penumbras, casi lúgubre. Un hombre mayor, vestido de gala, está sentado en su escritorio. Con ternura, acaricia al gato que tiene en su regazo. Su gesto es adusto, con un rictus de desprecio. “Eso no lo puedo hacer −dice−, en tantos años que nos conocemos esta es la primera vez que vienes a pedir ayuda. No puedo recordar la última vez que me invitaste con una taza de café, a pesar de que mi esposa es la madrina de tu única hija”. Y sigue: “Seamos francos, nunca quisiste mi amistad y temías quedar en deuda...”. “No quería meterme en problemas”, contesta alguien a quien todavía no podemos ver. “Comprendo −continúa el hombre mayor−. Encontraste el paraíso en América. Tenés un buen pasar, la policía te protege, hay un sistema legal. No necesitabas un amigo como yo... Pero ahora vienes a mí y me dices: ‘Don Corleone, dame justicia’. No me pides respeto. No pides amistad. Ni siquiera piensas en llamarme ‘Padrino’. Vienes un día al casamiento de mi hija y me pides que cometa un asesinato por dinero...”. “Solo pido justicia”, contesta el otro en tono de súplica. “Eso no es justicia −responde Don Corleone−. Tu hija está viva”.
Por primera vez la cámara enfoca al interlocutor, un hombre de unos cincuenta y tantos años, casi calvo, de baja estatura y algo encorvado. Su expresión refleja tanto odio como miedo: “¡Hágalo sufrir entonces!”. Tras una pausa, lanza la pregunta que puede ser su perdición: “¿Cuánto debo pagarle?”. Sin decir palabra, Don Corleone deja al gato sobre el escritorio y se levanta con lentitud. Vemos que hay otros dos hombres en la habitación observando la escena. Uno de ellos estaba sentado y se pone de pie inmediatamente. El Padrino se para frente al hombre calvo y le dice: “Bonasera, Bonasera...”, en un tono condescendiente que recuerda al que emplearía un padre con un hijo pequeño que ha cometido una travesura grave. Y continúa: “¿Qué te he hecho para recibir semejante falta de respeto?”. El Padrino solo le pide amistad: “Si un hombre honesto como vos se hiciera de enemigos, ellos serían mis enemigos, y entonces te temerían”. Sin más, Bonasera se inclina y pregunta con timidez: “¿Puedo ser amigo..., Padrino?”, y luego besa la mano de Don Corleone que aprueba con un tenue gesto. Mientras lo acompaña a la salida tomándolo del hombro de manera fraternal, le dice: “Algún día, y tal vez ese día nunca llegue, te pediré algún servicio. Hasta ese día, toma la justicia como un regalo en el día del casamiento de mi hija”. El pacto de amistad ha sido sellado y solo la muerte puede romperlo. Para vengar a su hija, Bonasera acaba de entregar su alma al diablo.
Una empresa como las de antes
La mafia es una de las corporaciones más exitosas de la historia. Aunque la nacida en el sur de Italia es la que obtuvo fama gracias a ese toque de perverso romanticismo que le dio Hollywood en producciones como El Padrino, Los Soprano o Buenos muchachos, las organizaciones que funcionan con estilo mafioso son inherentes a toda sociedad.
De alguna manera, toda secta es una mafia, aunque sus propósitos no sean ni “brindar protección” ni asesinar. Su capacidad de adaptación le permite prosperar tanto en tiempos en los que se tira manteca al techo como cuando las vacas son flacas.
Louis Ferrante –un mafioso retirado devenido en gurú empresarial– explica que hay que tener auténtica vocación para ingresar a la mafia. Si bien él pudo salir de la organización en buenos términos, ya que mantuvo la boca cerrada a pesar de haber pasado varios años en la cárcel (donde se produjo su conversión), dejar la corpo entero no es lo más habitual. La mafia es un camino de ida, una empresa como las de antes, de esas en las que uno entraba para jubilarse (aunque sean pocos los que lleguen a esa edad).
La red mafiosa está compuesta por “familias” que hacen las veces de clusters de una amplia red de contactos. Aunque conviene tener algún parentesco sanguíneo con sus miembros para asegurarse el ingreso, la mafia capta talento (la mafia tiene buscadores de talento siempre atentos) allí donde esté disponible.
Sin embargo, en el caso de ser un outsider, mostrar la capacidad para agregar valor a la compañía se torna más exigente. Obtener la confianza de los superiores requiere haber demostrado lealtad luego de un proceso de onboarding (inducción) que suele incluir ser cómplice en un asesinato o, al menos, en un asalto a mano armada. Mientras tanto, se es un don nadie, un pirata, un auténtico pichi. Una vez superada esa etapa, uno se convierte en hermano (literalmente) de sangre.
Cómo atraer a los mejores
A diferencia de otras corporaciones empresarias registradas (la mafia también maneja negocios legítimos), en la mafia no hay puestos “en blanco”. No se pagan cargas sociales, ni jubilación, ni prepaga (aunque hay buenos médicos y la familia protege a los caídos), ni vacaciones, ni aguinaldo. Eso sí, de ser necesario, también estarán disponibles los mejores abogados. El tema es que a ningún empleado se le ocurriría hablar de nimiedades como life balance o home office. Cuando se ingresa a la mafia, se debe estar disponible 24/7 todos los días del año y el trabajo es “de campo”, ya que suele demandar tareas hands on.
Entonces, ¿por qué ingresar a la mafia?, ¿qué es lo que motiva a una persona talentosa a aplicar a una corporación más exigente que la mayoría de las multinacionales? Está claro que para los miembros de la familia se trata de una tradición, a veces, un mandato paterno, pero ¿y para el resto? Si lo analizamos, el salario potencial (atado directamente a los resultados) suele ser bastante tentador, el saberse respaldado por una organización centenaria, la pertenecía a una gran familia, el prestigio social (más propiamente, temor), la adrenalina (superior a la generada por cualquier startup), las posibilidades de hacer una carrera... Para la mano de obra desocupada, la mafia podría ser una opción inigualable.
Sistema meritocrático
El sistema de remuneración de la mafia sería la envidia de cualquier otra compañía: ¿quién no contrataría a una persona que no quiere ni sueldo fijo ni prestaciones de otra clase? (aunque hay empresas que ya tienen prácticas bastante similares y toman a jóvenes estudiantes como pasantes por monedas y hasta gratis). La mafia es para personas que confían en sus propias capacidades. Es una organización donde reina la meritocracia, aunque por ser una familia es inevitable que haya algunos toques de nepotismo. Los que más valor agregan más ganan. La mafia premia los resultados y las cualidades como la reserva, el pragmatismo, el compromiso y, por sobre todo, la lealtad. En rigor, en este último caso, más que una capacidad distintiva, la lealtad es una cuestión de supervivencia. Perder la confianza de los capos (que es frágil como el cristal) puede significar la pena capital.
Más allá de que lo anterior se trate –obviamente– de una ironía, si prescindimos de la violencia y de la ilegalidad, algunas de las prácticas de gestión de personas de las organizaciones mafiosas pueden servir de ejemplo para cualquier compañía. Premiar generosamente con dinero los buenos resultados, estar atento al talento, brindar sentido de pertenencia, dar espacio para la iniciativa individual, ofrecer un trabajo desafiante, reconocer el compromiso y la lealtad, dar estabilidad laboral, tener una marca empleadora reconocida y otras cualidades resultan un imán irresistible en un mercado siempre ávido de seducir a los mejores talentos disponibles. Parafraseando a Don Corleone podrán decir: “Te haremos una oferta que no podrás rechazar”.
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