Fuga de talentos: bajar de los barcos, subir a los aviones
Cada vez más jóvenes argentinos buscan nuevos horizontes laborales en el exterior; las dos caras de este fenómeno
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Se dice que los argentinos bajaron de los barcos. Entre 1880 y 1930, la Argentina recibió tal número de inmigrantes (en su gran mayoría europeos) que llegaron a ser la tercera parte de la población. Eran personas que venían ilusionadas, escapando de una Europa hundida en conflictos y hambre. Venían dispuestas a trabajar, a dejar lo mejor de ellas para progresar. Estaban llenas de ilusiones y confianza en las oportunidades que encontrarían en un país que se presentaba como una de las grandes potencias del futuro. Venían a “hacerse la América”. Eran atraídas por la convocatoria que la nación argentina hacía a “todos los hombres y mujeres de buena voluntad”. Hoy, muchos de los bisnietos de esos inmigrantes buscan con ansiedad los papeles de sus ancestros para conseguir el deseado pasaporte europeo que les abra las puertas de una vida mejor.
Desde hace años, nuestros jóvenes se ilusionan con “hacerse la Europa”. Sin embargo, no es exclusivamente el Viejo Mundo el que los atrae, sino cualquier país que valore su talento y sus ganas de crecer sobre la base de la capacidad, el mérito y el esfuerzo.
El tema no es menor. Son tantos los jóvenes que dejan el país que, hace poco, LA NACION reprodujo una nota de la cadena de radio y televisión suiza que titulaba: “La Argentina sufre una fuga de cerebros sin precedentes”. La fuga de cerebros es una sangría que produce la muerte lenta de cualquier nación. Una agonía que –como la rana en la cacerola– nuestra sociedad ha naturalizado.
Para comprender mejor las raíces de este fenómeno, consultamos a varios jóvenes profesionales que nos explicaron qué los motivó a irse, cómo hicieron, qué dificultades encontraron y qué sugerencias les darían a otros como ellos que piensan emigrar.
Las motivaciones
La gran mayoría busca estabilidad laboral y económica, y posibilidad de progresar y planear a futuro, aunque no es eso lo único que los mueve. La seguridad, “el poder salir a la calle tranquilo”, dice Pedro Ochoa (34 años, ingeniero industrial y con un MBA de la Universidad Torcuato Di Tella). Pedro emigró a España. Para él, además, fue importante la posibilidad de conocer otras culturas que lo enriquecieran desde lo profesional y humano.
Para Andrés Feldman (25 años, licenciado en Administración de Empresas) influyeron mucho sus valores. Explica que eligió emigrar a Alemania porque “es un país donde priman el orden y el respeto”, donde se “cuida mucho la naturaleza”. En su caso, el hecho de tener vínculos familiares en ese país fue otro de los factores determinantes.
Antonella Bergese (36 años, ingeniera industrial y MBA) dice que, aunque la idea le daba vueltas en la cabeza desde hacía bastante tiempo, “la falta de claridad en el manejo de la pandemia aceleró mi decisión”. La sensación de convivir con “una cultura que busca nivelar para abajo y en la que el mérito es una mala palabra” no fue una causa menor.
Cómo largarse a la aventura
Tal vez la forma más sencilla sea la expatriación. Es el caso de aquellos que trabajan en empresas multinacionales y consiguen ser transferidos a alguna sede fuera del país. Andrés explicaba: “La empresa me ayudó con la reubicación y me patrocinó la visa, ya que no tengo pasaporte europeo”. Una experiencia similar tuvo Pedro, que contaba que la compañía para la que trabaja se encargó de pagarle los pasajes y la mudanza, y de conseguirle alojamiento durante los primeros tiempos.
El caso de Camilia Yedid (26 años, licenciada en Estudios Internacionales) es particular. Explicaba que, “como judía, Israel entiende que es un derecho tener la posibilidad de vivir en ese país”. Para estimular la inmigración de jóvenes, Israel tiene un programa destinado a captar talento. En 2020 –en plena pandemia– envió un vuelo especial para trasladar a un grupo que había aplicado. “La agencia judía me proporcionó asistencia para que mi inserción en una sociedad que me era extraña fuera lo más suave posible”, explicaba. Al poco tiempo le llegaron ofertas de becas para maestrías y otros estudios complementarios.
Con la idea final de emigrar, Iván Goldsetin (26 años, licenciado en Administración de Empresas) fue a realizar un programa de posgrado de dos años en la Universidad HEC de París. Durante el receso del verano, ingresó como pasante en una compañía que, luego de recibirse, lo contrató de manera permanente. Ir en viaje de estudios facilita la obtención de la visa y la creación de una red sólida de contactos, imprescindible cuando se está en el exterior.
El hecho de tener ciudadanía europea no es un detalle menor para aquellos que decidieron emigrar hacia países comunitarios, ya que pueden permanecer –sin presiones migratorias– hasta que consiguen ubicarse.
Tal es el caso de Eugenia Cano (30 años, licenciada en Relaciones del trabajo y MBA) y su pareja, Martín Crespo (32 años, licenciado en Administración y MBA). Ambos renunciaron a sus empleos en empresas de primera línea y viajaron a España para conseguir trabajo. El hecho de no tener hijos y de contar con ahorros fue clave cuando decidieron “tirarse a la pileta”.
El lado oscuro de la fuerza
Aunque la tecnología facilita mantener los contactos, es casi unánime que extrañar al país y a los afectos es lo más duro de emigrar. Pedro contaba que “las primeras semanas cuesta adaptarse, no te sentís local, tenés ganas de volverte”. Blas Chiaretta (29 años, economista empresarial), que vivió en España, Italia y Países Bajos, explicaba que a muchos los impulsa la idea de que irse “al Primer Mundo” les resuelve todos sus problemas, “pero eso es solo un prejuicio”, afirmaba. Si bien es cierto que “no solés tener problemas de la puerta de tu casa para afuera, las diferencias culturales se hacen notar y se extraña a familiares y amigos”. Asimismo, para él, la mayoría de las personas que emigran se topan con el problema de la seguridad laboral y del desarraigo.
Aunque en países como España y −hasta cierto punto− Italia el idioma no es un factor limitante, según Antonella, “el inglés es imprescindible”, en particular si se va con la idea de iniciar un emprendimiento propio.
Blas recordaba que una dificultad adicional se les presenta a profesionales de la medicina, el derecho, la arquitectura y de otras profesiones que deben revalidar sus títulos. En este caso los procesos son largos y pueden demorar varios años.
Sugerencias de emigrantes
Para Andrés, lo importante es animarse: más allá de qué pasaporte se tenga, siempre se pueden encontrar –o generar– oportunidades. Eso implica conocer las prioridades y las limitaciones personales, como la aversión al riesgo que supone largarse sin trabajo o la falta de un respaldo económico para arrancar. También se debe tener en cuenta el ciclo vital y la situación familiar. No es lo mismo ser soltero o estar en pareja sin hijos, que casado y con hijos, en especial si son adolescentes que ya tienen su propia vida formada.
Como en otros casos, no se debe cometer el error de idealizar: todo paraíso tiene sus espinas. Más allá de eso, da pena ver cómo –a pesar de esas espinas– los bisnietos de los argentinos que bajaron de los barcos hoy, cien años después, se suben a los aviones en busca del paraíso y escapan de una nación que había sido la tierra prometida de sus antepasados.
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