Farsas organizacionales. El valor de la coherencia y el alineamiento en las empresas
Tener coherencia entre lo que se dice públicamente y lo que se hace es fundamental para lograr un buen clima de trabajo
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En las clases de management en los programas directivos y MBA se hace énfasis en la necesidad de alinear los valores organizacionales con la realidad de la vida corporativa. ¿Qué quiere decir esto? Que lo que se dice que se es como organización realmente se muestre en la vida real de la empresa. Si decimos que la gente es el principal valor de la organización, se supone que esa empresa va a cuidar de sus empleados y que no van a ser la primera variable de ajuste en caso de crisis. Esto parecería ser una verdad de Perogrullo. Sin embargo, no siempre el sentido común es el más común de los sentidos. El 2001 nos mostró, en varias organizaciones, inconsistencias corporativas: ante la crisis, la primera decisión de muchas empresas fue echar gente. Al terminar la crisis, las mismas empresas que habían despedido fueron a buscar talento y el mercado miró de reojo a esas compañías mentirosas. Las mentiras y la desalineación entre los valores, la misión y la realidad corporativa se pagan caro en el mercado.
Cuando hablamos de valores y de misión, estamos hablando del nivel más profundo de análisis organizacional. Las empresas suelen tener por escrito estos valores que funcionan como guías para su existencia y se decantan en la misión que esa organización tiene tanto para sus empleados como para la sociedad. Llegar a escribir esos valores implicó un ejercicio de entender qué se quiere como compañía y hacia dónde se quiere ir. Los valores son un pasa o no pasa, nos indican qué comportamientos se premian, pero también los que se castigan.
Cuestión de coherencia
La mentira suele no ser un valor organizacional, definitivamente. Por eso, empresas que suelen llenarse la boca con valores superiores, casi metafísicos, teclean a la hora de tomar ciertas decisiones que todo el mundo observa. Hay dos decisiones que representan cabalmente los valores de las empresas: los despidos y las promociones que se realizan.
A quién despedimos y cómo lo hacemos definitivamente tiene un gran impacto para los empleados que ajustan, en su balance mental, qué valores está usando la compañía a la hora de ese despido. Hay despidos que son alivios para cualquier organización y que los colaboradores agradecen. Eso sucede cuando se saca de la empresa a la gente tóxica y corrosiva que es reconocida por todos por ser la calaña de ese lugar. Es más, esos despidos refuerzan los valores de una firma si las personas que quedaron afuera son consideradas serpientes con traje.
Sin embargo, están los despidos que sorprenden. Son aquellos injustificados por la calidad de la persona y su performance, pero que tienen un jefe reconocido como una basura despreciable y se saca de encima a un buen empleado. Peor aún, el mensaje que la organización da sobre el despido es que no es tal, y que le desean a Fulana o Mengano mucha suerte en su nuevo emprendimiento. El nuevo emprendimiento es quedarse en la calle. Estos también son mensajes que la gente absorbe y no son favorables en la contabilidad organizacional: se echa a los buenos, quedan las alimañas poderosas.
Las formas importan
Las formas de despido también tienen que preocupar. No es lo mismo una persona que puede despedirse de sus colegas que aquellas organizaciones que esperan al cadáver organizacional que acaba de ser despedido con la gente de seguridad en la puerta de la empresa y con una caja con todos los petates del nuevo desempleado. Para quien haya sido testigo de este tipo de situación en su trabajo, definitivamente algo del compromiso organizacional se va junto a la persona despedida.
Las promociones también hablan de valores o disvalores. Promocionar a una bestia organizacional es aplastar los valores de esa empresa, si es que tenía alguno. La justificación de esas promociones espantosas está apalancada por la performance de ese profesional. El problema es que podemos estar frente a alguien con buen desempeño que arrasa con la organización y su gente. Entonces, en vez de haber promocionado a una estrella, se termina promocionando a un animal destructor de la organización.
También están las buenas promociones, aquellas que se miran con una sonrisa porque son merecidas y permiten consolidar el esfuerzo de la compañía en pos de un buen ambiente de trabajo y de valores verdaderos. Esto no quiere decir que para representar los valores de la empresa y ser promocionado hay que ser una carmelita descalza. Hay excelentes directivos que trabajan perfectamente bien con sus equipos, pero, al mismo tiempo, son superexigentes y con gran personalidad, a veces, algo difíciles. Simplemente, hay que tratar de evitar la promoción de las ratas, de esas personas que, debido a su inseguridad extrema, tienen foco en el poder más que en el bien común. El poder (poder llegar, poder hacerte la vida imposible) es el objetivo de estos salvajes.
Sin rumbo
Finalmente, están las empresas que perdieron el rumbo cuyos empleados terminan siendo ratas de laboratorio, según la definición del autor del libro Lab Rats, Dan Lyons, donde analiza el impacto de Silicon Valley en las malas condiciones laborales actuales. Según el autor, los empleados terminan siendo ratas de laboratorio de las elucubraciones de muchos directivos de recursos humanos que no tienen idea de nada. Lyons se queja de que la oficina se ha convertido en un lugar de inventiva inútil mezcla de jardín de infantes y una secta: ejercicios sin sentido, metodologías ágiles, juegos de lego, actividades para trabajar en equipo cuando la cultura manda mensajes contrarios y lo que realmente quieren hacer es adoctrinar.
¿Adoctrinar qué? Para adoctrinar hacen falta valores fuertes y verdaderos, de esos que permean las paredes de las oficinas sin necesidad de forzarlos. El problema de querer adoctrinar cuando la organización está confundida y sin sentido es que esas empresas terminan explorando herramientas y metodologías superficiales que lo único que hacen es arruinarnos la vida día a día, en un sinsentido donde los empleados no pueden opinar y el que no acepta ser parte de los juegos y metodologías propuestos termina siendo desechado.
Tener valores claros es fundamental para cualquier organización. Nos da sentido al camino a recorrer. Hacer uso de esos valores en momentos críticos es primordial para que los colaboradores tengan claridad de la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace. Pero hacer idioteces en pos de los valores lo único que genera es confusión y la sensación de estar en una calesita permanente donde ya estamos tan mareados que lo único que queremos es salir de allí, para siempre.
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