El proyecto escolar inclusivo que se transformó en un negocio y dio ganancias
Gracias al proyecto Aprender a Emprender, los alumnos del Esclavas del Sagrado Corazón de Ituzaingó reinventaron las cartas de Truco con instrucciones, símbolos y colores nuevos, y sistema braille
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Un puente entre la escuela y el mundo laboral. Cuando los chicos del colegio Esclavas del Sagrado Corazón, de Ituzaingó, se cruzaron con Aprender a Emprender, un proyecto organizado por Junior Achievement, eso fue lo que sucedió: una mezcla entre el juego, el aprendizaje y una experiencia real sobre la vida laboral.
Junior Achievement es una de las ONG más importantes del mundo. En la Argentina opera hace más de 30 años, implementando programas educativos en todo el país. La intención, afirman, es motivar a los jóvenes entre 15 y 18 años para que generen ideas emprendedoras y las lleven a cabo, a través de una práctica en la que se piensa un emprendimiento, se lo desarrolla y se administran los ingresos.
“En un escenario incierto, en el cual la única constante es el cambio, el desarrollo de habilidades socioemocionales y emprendedoras se torna cada vez más esencial para el acceso y el desarrollo en el mundo laboral. En ese sentido, la educación emprendedora permite conectar a los jóvenes desde la escuela con la realidad a la que se enfrentarán en la vida adulta”, opina Bernardo Brugnoli, director ejecutivo de Junior Achievement Argentina.
En este contexto y con este incentivo, los chicos del Esclavas, como lo abrevian, tuvieron la idea de imprimir un mazo de cartas de truco, “argentinizarlo”, es decir, modificar los dibujos característicos —espadas, oros, copas, bastos— por objetos argentinos —guitarras, empanadas, cuchillos, gauchos—, y agregarle instrucciones de uso, para quienes recién aprenden a jugar, con marcas en braille para las personas ciegas. Así nació ReTruco.
Sofía Ferreira tiene 18 años, es parte del curso que participó de la creación de las cartas y, en el juego de roles que cada alumno debía cumplir dentro de la empresa, ella se encargaba de la comunicación. “Nosotros tuvimos una materia que es Proyecto Organizacional, que se unió al proyecto de Aprender a Emprender. Esto solo lo hace sexto año de Economía Sociales”, explica.
El programa de Aprender a Emprender dura casi todo el año escolar: desde abril hasta noviembre. Durante esos meses, los alumnos van pasando por distintas etapas, desde juntar el dinero hasta vender acciones, desarrollar el producto, ponerlo en el mercado. Es una materia del colegio, pero, a la vez, es un emprendimiento real, y a fin de año tienen que rendirles cuentas a sus accionistas y devolverles la inversión. Brugnoli, de hecho, fue uno de los accionistas de ReTruco.
Las acciones costaban $800. Vendieron 62, de las cuales 31 eran internas, es decir, compradas por sus familias y conocidos, y las restantes a través de una ronda de capitalización en la Universidad de Palermo. En noviembre, al final del curso, la devolución a cada accionista fue un poco más del doble: $1700 por cada una.
“Es un emprendimiento real, posta [sic]. Con todos los puestos, con toda la organización que implicó. Empezamos con una lluvia de ideas y las cartas de truco surgieron del famoso ‘grupito del fondo’”, comenta Ferreira. Se dividieron en áreas típicas: recursos humanos, marketing, finanzas, producción, hasta designaron a una directora general. Cada cual decía qué puesto quería ocupar, y en caso de que hubiera más de una persona por cargo, se llevaba a votación.
La idea principal fue armar el mazo con colores —amarillo, rojo, verde— indicando si una carta es “buena” o “mala” según las reglas del Truco, pensado específicamente para quienes quieren aprender las reglas. Además, agregaron las señas que corresponde a cada una en caso de jugar en grupos.
“Después surgió la idea de cambiar los palos. Pusimos las cartas del mazo español en el pizarrón para ver a qué se parece cada uno. Tiramos muchas ideas e hicimos un descarte. El papá de una compañera, que es diseñador gráfico, fue el que nos ayudó a plantear en la computadora lo que es el diseño para poder mandarlo a imprimir”, detalla.
Como el proyecto también tenía que ser de triple impacto —social, económico y ambiental— decidieron agregar el sistema en braille. Pero nadie sabía cómo hacerlo. Tuvieron algo de suerte cuando Karina, la señora de maestranza de la escuela, se enteró y les comentó que ella trabaja, también, en una biblioteca para ciegos. Los capacitó: un compañero fue aprendiendo y les enseñaba al resto. Todos terminaban haciendo todo: “Porque al fin y al cabo es un proyecto común, y si vos no podés, yo te ayudo”, agrega Ferreira.
En total vendieron más de 200 mazos, entre familiares, amigos y en ferias. Con el cierre del año escolar y su graduación, la materia se cerró, y el proyecto pasó a ser de quienes quisieran continuar con él. De 32 participantes quedaron 16 que van a seguir impulsándolo por su cuenta.
“Ya juntamos la plata entre nosotros, porque ahora es como volver a empezar, aunque ya tenemos el reconocimiento. Ahora es un capital social, dividimos la cantidad de plata que cada uno sacó de esto, nuestras ganancias, porque también fuimos accionistas. Y volvimos a invertir”, explica Ferreira, y agrega que ya compraron 125 mazos para continuar con ReTruco fuera del colegio. La intención por ahora es probar cómo funciona. Todos saben que son jóvenes, empieza el verano y la facultad.
Pero ya hay planes a futuro: agregar las cartas del mazo español, porque actualmente solo imprimen las que se usan para jugar al Truco. Además, si el proyecto avanza, también pretenden incluir otros juegos con el sistema braille y los cambios que implementaron en el primero.
Como cualquier actividad en conjunto, armar ReTruco tuvo su lado bueno y también sus complicaciones. Para Ferreira uno de los beneficios que encontró en la actividad fue que puedo decidir qué estudiar: Administración de Empresas. “Me ayudó a saber lo que quiero para mi futuro y lo que me gusta. Y también a fomentar el compañerismo”, opina.
Por otro lado, una dificultad fue armar el presupuesto. La impresión, comenta, es lo más caro, porque los jeans que usan para el packaging son reciclados. A esto se le sumó la búsqueda de imprenta y precios, y las elecciones: “No querían pasarnos presupuestos. Recién hace un par de semanas nos pasaron uno que aumentó bastante”, cuenta.
Por el momento, los mazos cuestan $3500 y pueden conseguirse a través de Instagram, Marketplace de Facebook y su WhatsApp.
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